La viña y yo


Con la paz de Cristo

Dice Isaac de la Estrella, monje cisterciense en uno de sus sermones, referido a la parábola de la viña
Confieso que tengo todo el respeto por la explicación que ve en la parábola de la viña (Mateo 20,15) a la Iglesia universal, la viña de Cristo; los sarmientos de los cristianos, el agricultor y padre de familia, el Padre celestial, el día sin ocaso o la vida del hombre, las horas, las edades del mundo o la persona humana, el lugar de la actividad humana misma.

Sin embargo, personalmente, me gusta considerar mi alma y también mi cuerpo, es decir, toda mi persona como una viña. No debo de abandonarla sino trabajarla, cultivarla para que no la ahoguen los brotes o raíces extraños, ni se vea agobiada por los propios brotes naturales.

Tengo que podarla para que no se forme demasiada madera, cortarla para que dé más fruto. Sin falta tengo que rodearla de una valla para que no la pisoteen los viandantes y para que el jabalí no la devore. (cf Sal 79,14)

Tengo que cultivarla con mucho cuidado para que el vino no degenere en algo extraño, incapaz de alegrar a Dios y a los hombres o incluso entristecerlos.

Tengo que protegerla con mucha atención, para que el fruto que con tanto trabajo se cultiva no sea robado furtivamente por los que en secreto devoran a los pobres (Hab 3,14). De la misma manera que el primer hombre recibió en el paraíso, su viña, la orden de trabajarla y de guardarla, yo tengo que cultivar mi viña (Gn 2,15).
Benedicat Dominus

Comentarios

  1. Pues es cierto. la vida es el gran regalo de Dios, y en ella hay cuerpo y alma, y como debemos proteger la vida y cuidarla, también nuestro cuerpo, como si de una viña se tratara. Un abrazo

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