Razones de ser


Por 40 años la existencia de Moisés fue gris y árida, como el desierto mismo. Su horario y su calendario, así como su itinerario, eran fijos, cerrados a cualquier cambio. Su vida era monótona. Encerrado en un callejón sin salida, se refugió en la mediocridad, con razón afirma el relato bíblico que se sentó junto al pozo (Ex 2, 15b).

No son las cualidades humanas las que construyen el reino. No depende de cuantas y grandes carismas se tenga, sino de la purificación que se haya logrado. Por eso es necesario el desprendimiento de toda seguridad humana para que la pobreza sea el marco que haga resaltar la acción poderosa de Dios que es el único que libera desde las prisiones interiores hasta las más externas.

Todos somos llevados al desierto cuando nuestras estructuras se desmoronan, cuando se decoloran los amados planes, o se esfuman los acariciados sueños; cuando nuestros héroes nos defraudan o somos decepcionados por la persona amada; cuando se nos rompen las alas de la confianza o cuando de improviso perdemos todo lo que habíamos ganado con tanto esfuerzo.

Siempre que Dios va a hacer algo importante en nosotros o a través nuestro, desestabiliza nuestras seguridades y nos invita a caminar sobre las aguas como una imitación a Cristo. Pero, en el fondo, es el divino alfarero que esta remoldeando entre sus manos el cacharro de barro, porque quiere hacer un vaso nuevo. Es su divina sabiduría que nos descarga de los pesos, porque nos quiere ligeros de equipaje para el largo camino rumbo a la libertad.

Bendiciones,

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