Lo acompañaban los doce y también algunas mujeres
«Jesús recorría las ciudades y los pueblos, predicando y anunciando la Buena Noticia del Reino de Dios. Lo acompañaban los Doce y también algunas mujeres que habían sido curadas de malos espíritus y enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, esposa de Cusa, intendente de Herodes, Susana y muchas otras, que los ayudaban con sus bienes.»
Se ha dicho de Lucas que es el evangelista de las mujeres porque describe con sensibilidad cuánto se preocupó Jesús de ellas y cómo se incorporaron al grupo de sus discípulos, pero esas mujeres, muchas, aparecen también en los demás evangelios y están presentes desde el principio de la vida de la Iglesia hasta nuestros días.
En nuestra época esta presencia de las mujeres en la Iglesia es tema de debate dentro de las reivindicaciones feministas, con posturas muy diferentes y casi irreconciliables, pero no es este el espacio para el tema.
Lo cierto es que en los evangelios las mujeres tienen un papel más que relevante: empezando por Nuestra Señora. Ellas son testigos de la pasión, muerte y resurrección de Jesús. También en su condición de mujer, ellas no compiten con los varones, colaboran y complementan. La mujer posee una vocación propia de la maternidad y el cuidado, pero estas cualidades no deben entenderse de manera limitante o restrictiva. Más bien se refieren a una capacidad de empatía, de acoger y acompañar al otro, que puede expresarse en múltiples ámbitos de la vida social.
Todos estamos llamados a llevar a cabo con la palabra y con la vida el mandato de Jesucristo: vayan y prediquen a todas las gentes, anuncien la buena noticia, que llegue a todos la salvación… Y seguir a Jesús en comunión con la Iglesia es la misma llamada para todos. Allí donde estemos, con nuestras características y cualidades y también con nuestros defectos y limitaciones.
El ejemplo de este grupo de mujeres fieles, que sirven a Jesús con sus bienes, que no le dejarán solo en los peores momentos, son una llamada a nuestra fidelidad.
Nuestra ilusión ha de ser la de servir a Dios y a los demás con generosidad, con visión sobrenatural: servir incluso al que no agradece el servicio que se le presta, aunque esta actitud choque con los criterios humanos. Nos basta entender que cada detalle de cariño hacia los demás es un servicio a Jesucristo; a través de nuestro servicio Él entra en los corazones de los que están a nuestro lado.
Paz y bien
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Sobre textos de Virginia Fernández
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