Confiar en el tiempo de Dios y a perseverar en la fe

 


“Cuando se cumplieron los días de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor”. 

Mientras el pueblo esperaba la salvación del Señor, los profetas anunciaban su venida, como afirmaba el profeta Malaquías: «entrará en su Templo el Señor que ustedes buscan; y el Ángel de la alianza que ustedes desean ya viene, dice el Señor de los ejércitos» (3,1). Simeón y Ana son imagen y figura de esta espera. Ellos ven al Señor entrar en su templo e, iluminados por el Espíritu Santo, lo reconocen en el Niño que María lleva en brazos. Llevaban toda la vida esperándolo: Simeón, «que era justo y piadoso, y esperaba el consuelo de Israel» (Lc 2,25); Ana, que «no se apartaba del Templo» (Lc 2,37).

 Simeón y Ana, dos buscadores de Dios ya muy ancianos. Habrían tenido en su vida alegrías y dolores, su amor habría sido probado en un montón de dificultades, pero su esperanza no se derrumbó ante el sufrimiento, sino que se mantuvo firme.

¿Qué les sostuvo? Nos hace bien mirar a estos dos ancianos pacientes en la espera, vigilantes en el espíritu y perseverantes en la oración. Sus corazones permanecen velando, como una antorcha siempre encendida. Son de edad avanzada, pero tienen la juventud del corazón; no se dejan consumir por los días que pasan porque sus ojos permanecen fijos en Dios, en la espera.

La presentación de Jesús en el templo nos invita a confiar en el tiempo de Dios y a perseverar en la fe. Como Simeón y Ana, estamos llamados a vivir con esperanza, reconociendo que cada momento de nuestra vida es parte del plan divino. María nos enseña que la entrega a Dios no nos exime del dolor, pero nos da la certeza de que Él está con nosotros. En nuestra comunidad y en el servicio pastoral, encontramos oportunidades para crecer en gracia y sabiduría, compartiendo con otros la luz que Jesús trajo al mundo. Que este día sea una ocasión para renovar nuestra fe y seguir caminando con esperanza, confiando en la obra de Dios en nuestras vidas.

Paz y bien

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