Siete panes y algunos pescados... el milagro de compartir
Mt 15: 29-37
El evangelio de hoy deja algunos puntos que son la esencia del cristianismo; la compasión como fundamento; la importancia de la fe en medio de las pruebas; la generosidad como testimonio de unidad; la gratitud por los dones de Dios y actuar en comunidad.
Compasión no es un sentimiento puramente material; la verdadera compasión es padecer con otro, tomar sobre nosotros los dolores de los otros. Quizá nos hará bien hoy preguntarnos: ¿yo tengo compasión? Cuando leo las noticias de las guerras, del hambre, de las pandemias, tantas cosas, ¿tengo compasión de esa gente? ¿Yo tengo compasión de la gente que está cerca de mí? ¿Soy capaz de padecer con ellos, o miro a otro lado o digo “que se las arreglen”? No olvidar esta palabra “compasión”, que es confianza en el amor providente del Padre y significa valiente compartir.
Este acto de compasión es una invitación a abrir el corazón a quienes pasan por momentos de escasez o dolor. La compasión no es un sentimiento pasivo; es un llamado a actuar, a ser manos y pies de Cristo en este mundo. Aplicado a la vida diaria, este principio nos reta a encontrar oportunidades para servir, tanto en casa como en la comunidad, reconociendo que un gesto pequeño puede ser el comienzo de una transformación profunda.
La multitud sigue a Jesús con fe, incluso en un lugar desolado. Su confianza es recompensada con la abundancia que proviene del Señor. En nuestras vidas, los desafíos diarios pueden parecer desiertos donde la esperanza escasea. El Evangelio de hoy nos anima a confiar en que Dios proveerá. Este mensaje es especialmente relevante en el trabajo parroquial y comunitario, donde las necesidades a menudo superan las capacidades humanas. La generosidad no es solo cuestión de bienes materiales, sino también de tiempo, talentos y disposición. En los movimientos apostólicos, se convierte en una herramienta poderosa para mostrar el rostro de una Iglesia que ama y comparte.
La multiplicación de los panes y los peces demuestra que, en las manos de Dios, los recursos compartidos se multiplican. Este milagro, el más repetido en los evangelios, es el milagro del compartir. Antes de repartir el alimento, Jesús da gracias. Este detalle nos recuerda que la gratitud transforma nuestro corazón y nos prepara para recibir con humildad lo que Dios nos da. En nuestra vida cotidiana, detenernos a agradecer fortalece nuestra relación con Dios y con los demás.
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