Cuando los mayores desafíos vienen de los lugares más cercanos.


Siempre que miro la serie The Chosen pienso lo mismo: Jesús se murió con la tristeza que le provocaba darse cuenta que sus discípulos no lo entendían; no comprendían sus metáforas, sus parábolas. Un hombre común y corriente que leí en la sinagoga «El Espíritu del Señor está sobre mí, por lo cual me ha ungido para evangelizar a los pobres, me ha enviado para anunciar la redención a los cautivos y devolver la vista a los ciegos, para poner en libertad a los oprimidos y para promulgar el año de gracia del Señor»

Durante siglos, Israel ha esperado al Mesías que libraría al pueblo de sus aflicciones. Y ahora, en la sinagoga de Nazaret, ese hombre al que todos conocen, Jesús, el hijo de José y de María, el artesano, afirma que se ha cumplido esa profecía, aun sabiendo que sufriría las consecuencias de oponerse al orden establecido.

Hay algo incómodo en este pasaje. Jesús no está predicando a extraños, ni a multitudes que lo buscan con hambre de milagros. Está en su pueblo, con los suyos. Esa sinagoga lo vio crecer, escuchar, aprender. Y justo ahí, cuando toma la palabra con la autoridad del profeta Isaías, todo cambia. Lo admiran… hasta que se sienten cuestionados. Entonces, lo quieren fuera.

En nuestras parroquias pasa algo similar. Cuando alguien del mismo grupo, del mismo barrio, comienza a hablar con convicción y a actuar con coherencia, muchos lo aplauden… al principio. Pero cuando su mensaje empieza a incomodar, cuando recuerda que los pobres, los ciegos, los oprimidos también están dentro del templo, entonces empieza el murmullo: “¿Y este quién se cree que es?”. Como si la buena noticia necesitara pasaporte.

La costumbre que adormece la fe. "Entró como era su costumbre los sábados…” dice el Evangelio. Y eso nos toca. Porque muchas veces, el peligro no está en dejar de ir a la comunidad, sino en ir por costumbre. En escuchar la Palabra cada domingo como quien escucha una vieja historia, sin dejar que se meta en el corazón. La rutina, cuando se vuelve impermeable, nos impide reconocer lo nuevo de Dios.

Ser profeta hoy, entre el rechazo y la esperanza. Ser parte de un ministerio, un movimiento o un equipo parroquial no es solo servir o reunirse. Es también aceptar que el Evangelio no siempre caerá bien. Que habrá quienes se molesten si se les habla de justicia o si se denuncia lo que incomoda. Pero también es saber que Jesús pasó en medio de ellos… y siguió. Porque la misión no se detiene ante el rechazo.

¿Y si este Evangelio lo leyéramos como si nos hablara directamente? ¿Y si somos nosotros los que nos molestamos cuando alguien nos recuerda que la fe no es solo devoción sino transformación? Jesús no se disculpa por ser incómodo. Él ama con verdad. Y eso es lo que necesitamos en nuestras comunidades: amor que no disfraza la verdad, pero que tampoco pierde la ternura.

Paz y bien

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