Habitados por el fuego enamorado de Cristo


Evangelio según San Mateo 23,27-32.

El Evangelio recoge los dos últimos reproches de Jesús a los escribas y fariseos, centrados en la hipocresía. Aquellos hombres se han puesto una careta para ocultar sus miserias, para poder ser admirados, para aparentar otra vida. Quizá por eso Jesucristo no soporta la hipocresía, porque es un modo de huir de uno mismo.

Por un lado, no amamos en nosotros lo que Dios ama. Es como si le dijéramos a Dios que no nos ha hecho bien, que no somos amables, que no somos valiosos, que debería habernos hecho de otra manera.

Y, sin embargo, Dios no se ha equivocado. Ha volcado todo su Amor en cada uno de nosotros, dándonos una originalidad y una belleza propias.

Por otro lado, al ocultar nuestras miserias no le permitimos a Dios que nos rehaga y renueve; que vaya al fondo de nuestro corazón y lo habite. Por eso, para romper hipocresías necesitamos aprender a acusarnos a nosotros mismos.

Como decia el papa Francisco, tenemos que abrirle el alma a Dios y decirle con sencillez: “He hecho esto, yo pienso así, malamente.... Tengo envidia, me gustaría destruir aquello..., lo que está dentro, lo nuestro, y decirlo ante Dios. Este es un ejercicio espiritual que no es común, no es habitual, pero tratamos de hacerlo: acusarnos a nosotros mismos, vernos en el pecado, en las hipocresías y en la maldad que hay en nuestro corazón. Porque el diablo siembra la maldad y decirle al Señor: "¡Mira, Señor, cómo soy!", y decirlo con humildad”.

Tenemos miserias, pero a la vez tenemos toda la Misericordia de un Dios que nos da novedad de su Vida y Amor cada vez que se lo pedimos con un corazón arrepentido, apenado. Así, nuestro corazón no estará habitado por egoísmos y soberbias, sino por el fuego enamorado de Cristo.

Paz y bien


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Sobre textos de Luis Cruz, Opus Dei

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