Facilitar el camino al Cielo
La cuestión es que la hipocresía tampoco es bien vista a ojos humanos. Por eso, es muy fácil empatizar con lo que dice Jesús y darle la razón. Sin embargo, lo que no es tan fácil es examinar el propio corazón y plantearse hasta qué punto lo que dice el Señor se nos aplica a nosotros. Porque la hipocresía es tan desagradable como sutil.
Atan cargas pesadas e insoportables. Podríamos preguntarnos: ¿mi vida, mis palabras, mis actitudes, hacen más fácil y andadero el camino de la santidad para los demás, o por el contrario lo hacen más insoportable? ¿La imagen del cristianismo que resulta de mi forma de comportarme es la de una carga pesada o la de un camino de felicidad?
Sin duda, es muy fácil decirle a los hijos, o al cónyuge, o a un hermano, que deben comportarse de determinada manera. Sin embargo, ¿lo hacemos nosotros? ¿Perciben los demás, no por nuestras palabras, sino por nuestras obras, la importancia de sonreír siempre, de tratar bien a todos, de no criticar a nadie a sus espaldas, de no decir mentiras?
San Josemaría Escrivá de Balaguer cultivó a lo largo de su vida un deseo, al cual nos invitaba a sumarnos: “pongamos generosamente nuestro corazón en el suelo, de modo que los otros pisen en blando, y les resulte más amable su lucha” (Amigos de Dios, n. 228). Es a eso a lo que nos estimula Jesús con sus palabras: a darnos cuenta de que no estamos aquí para hacer más difícil la vida de los demás. Estamos llamados a ser facilitadores de la santidad de todos los que nos rodean.
¿Cuál es el mejor modo de hacerlo? Que el mayor entre todos sea el servidor. En primer lugar, con nuestro ejemplo, con nuestra caridad traducida en obras de servicio.
Así lo entendió también san Pablo: «Ayúdense mutuamente a llevar las cargas, y así cumplirán la Ley de Cristo.» (Gálatas 6, 2). Los fariseos aumentaban la carga de los demás, nosotros estamos llamados a aligerarla, tal como hace el Señor («Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré» Mateo 11, 28).
El que se ensalce será humillado, y el que se humille será ensalzado. María Santísima nos enseña que la humildad no se trata simplemente de sentirse humildes: se trata de poner real y efectivamente nuestra vida al servicio de los demás. Es por eso que Ella se convirtió en la mejor facilitadora del camino hacia Dios, hasta el punto de que la Iglesia la invoca como Puerta del Cielo.
Paz y bien
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Luis Miguel Bravo | Opus Dei
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