¡Se puede!


En la serie «Los Elegidos» los discípulos de Jesús cuando salieron de dos en dos, contaban lo que habían aprendido, escuchado y visto del Señor en el trato con la gente, con un pueblo necesitado de paz y justicia; también les había dado el poder de expulsar demonios, curar una que otra dolencia.., herramientas todas al servicio de Dios. Pero, siempre y ante todo destacando que el Reino prometido es un lugar de mucho, mucho amor y paz.

Imaginaba esta mañana, mientras preparaba el mate, como es la actividad pastoral de los movimientos de las iglesias en todo el mundo, no ya para predicar las enseñanzas del Señor, sino a rescatar, a poner orden donde hay desorden, a poner calma donde hay tormentas. El enemigo espiritual -Satanás- pone miles de situaciones para perder el eje y arranca por donde más duele y sabe que germina la semilla del desconcierto, el desorden: la familia. Y esta (la familia) es más o menos fértil según la condición social; por eso planteaba en mi posteo anterior, cuales son las herramientas para enderezar el barco. Imaginémoslo. 

Hace muchos años, conocí a un Pastor Evangélico de la iglesia "Asamblea de Dios", Octavio Balmaceda, hombre que trasmitía paz y serenidad en el hablar, en el mirar y en el moverse (yo abrevaba en la Renovación Carismática Católica de mi ciudad) Juntos -el en su función pastoral y yo desde mi trabajo en el municipio- le dimos oportunidad a un hombre belicoso, ─piquetero, protestón, excluido del mercado laboral y social, que se pasó años peleando con todo el mundo; había que cortar calles, el estaba firme; era un especialista, que solo pedía oportunidad para progresar─ de encontrar lo que buscaba.  

Fue un diciembre de 2008. Quería terminar su casa; nosotros le dimos cemento, el otro las chapas para el techo, las puertas.. como el era (es) albañil puso su mano de obra y algo de ladrillos que tenia y para la navidad de ese año, feliz vino a contarme que lo había logrado. Vino a contarme que se había comprado una biblia, hermosa.., la abrazaba con pasión, con orgullo de haber encontrado a Cristo en la palabra y en la acción de quienes lo ayudamos a salir del desierto que era su vida. Hoy llevaba adelante un microemprendimiento y da trabajo a otros. 

«Es en medio de las cosas más materiales de la tierra donde debemos santificarnos, sirviendo a Dios y a todos los hombres», decía san Josemaría. La familia, el matrimonio, el trabajo, la ocupación de cada momento son oportunidades habituales de tratar y de imitar a Jesucristo, procurando practicar la caridad, la paciencia, la humildad, la laboriosidad, la justicia, la alegría y en general las virtudes humanas y cristianas.

Buscar la santidad en el trabajo significa esforzarse por realizarlo bien, con competencia profesional, y con sentido cristiano, es decir, por amor a Dios y para servir a los hombres. Así, el trabajo ordinario se convierte en lugar de encuentro con Cristo. No es fácil, las tentaciones están al alcance de la mano, de una llamada por teléfono.., pero es posible.

El fundador del Opus Dei explicaba que el cristiano no debe «llevar como una doble vida: la vida interior, la vida de relación con Dios, de una parte; y de otra, distinta y separada, la vida familiar, profesional y social». Por el contrario, señalaba san Josemaría, «hay una única vida, hecha de carne y espíritu, y ésa es la que tiene que ser —en el alma y en el cuerpo— santa y llena de Dios».

Como en la serie, Los Elegidos, quien conoce a Cristo encuentra un tesoro que no puede dejar de compartir. Los cristianos son testigos de Jesucristo y difunden su mensaje de esperanza entre parientes, amigos y colegas, con el ejemplo y con la palabra. 

Este afán de dar a conocer a Cristo es inseparable del deseo de contribuir a resolver las necesidades materiales y los problemas sociales del entorno. Acompañamiento espiritual, retiros, charlas doctrinales y clases de catecismo son algunas de las actividades que organizan las iglesias cristianas para ayudar a quien desee mejorar su vida espiritual y su afán evangelizador. Tienen lugar en centros, en iglesias o parroquias o en el domicilio de algún participante, y están abiertas a cualquier persona.

Como hace dos mil años atrás, hemos de aprender a construir un mundo mejor sembrando gestos pequeños de bondad, compasión, solidaridad. No vale el desaliento sino firmeza de mantenerse como los pequeños, los que no cuentan, los niños, los últimos. Esto es lo que enseñó Jesús.


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Imagen: Mi amigo Eduardo Verdun, convertido

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