Romper las cadenas de la esclavitud


El Evangelio de hoy nos presenta a Jesús liberando a una persona poseída por un "espíritu maligno" (Mc 1,21-28), que la destrozaba y la hacía gritar sin cesar. Esto es lo que hace el demonio: quiere poseer para "encadenar nuestras almas". Encadenar nuestras almas: esto es lo que quiere el diablo. Y debemos cuidarnos de las "cadenas" que sofocan nuestra libertad. Porque el diablo te quita la libertad, siempre. Intentemos, pues, poner nombre a algunas de estas cadenas que pueden apresar nuestro corazón.

Pienso en las adicciones, que nos hacen esclavos, siempre insatisfechos, y devoran energía, bienes y afectos; pienso en las modas dominantes, que nos empujan al perfeccionismo imposible, al consumismo y al hedonismo, que mercantilizan a las personas y desvirtúan sus relaciones. Y otras cadenas: están las tentaciones y los condicionamientos que socavan la autoestima, la serenidad y la capacidad de elegir y amar la vida; otra cadena: el miedo, que hace mirar al futuro con pesimismo y la intolerancia, que siempre echa la culpa a los demás; y luego hay una cadena muy fea: la idolatría del poder, que genera conflictos y recurre a las armas que matan o se sirve de la injusticia económica y de la manipulación del pensamiento. Hay tantas cadenas en nuestras vidas. Y Jesús vino a liberarnos de todas estas cadenas.

Dios concedió al hombre la inteligencia para comprender, la conciencia para que sea su consejera, la Ley para que sepa regularse y la libertad para merecer lo que el quiera merecer: Dios y su gloria o el infierno y la condenación. Además le dió la gracia o predestinación a la gracia para que sea un estímulo o medio para elevar sus facultades a un nivel que las haga desear santamente lo sobrenatural y Dios.

Preguntémonos entonces: ¿quiero realmente liberarme de esas cadenas que aprisionan mi corazón? Y también, ¿sé decir que "no" a las tentaciones del mal, antes de que se apoderen de mi alma? Por último, ¿invoco a Jesús, le permito que actúe en mí, que me sane por dentro? 

Que la Santísima Virgen nos proteja del mal. 


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Fuente: Ángelus, Plaza San Pedro, 28 de enero de 2024 / El Hombre Dios, tomo 3, pág. 253 

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