19 de agosto de 2012

Vivir con Cristo

Paz y bien

20º Domingo, B, Juan 6, 51 - 58

Jesús había dicho antes de subir al cielo: Yo estoy con ustedes todos los días hasta que se termine este mundo (Mt 28,20). No estaba presente sólo en el recuerdo, como puede estarlo un músico o un poeta en la memoria de sus admiradores. Cristo estaba vivo y se podía hablar con Él en la oración, estaba presente en su Iglesia, en sus sacramentos, especialmente tras el velo de la Eucaristía. ¡Jesús estaba vivo! Pero había que creer. Dirá san Juan al concluir su evangelio: Estas (señales realizadas por Jesús) han sido escritas para que crean que Jesús es el Cristo, Hijo de Dios; crean, y, por su Nombre, tendrán vida. (Jn 20,31).

La vida cristiana consistirá a partir de entonces en vivir «con Él» de una manera personal e intensa. San Pablo sacará esta convicción cuando entre en crisis en su encuentro con Jesús camino de Damasco. Al preguntarle quién era, el Señor le contestó: Yo soy Jesús, a quien tú persigues (Hch 9,5). Jesús afirmaba que Él estaba en cada cristiano: Él era los cristianos a los que Saulo perseguía.

Por eso, una vez convertido al cristianismo, Pablo va a utilizar este lenguaje: hay que vivir con-Cristo y morir con-Él, para que, siendo con-Él sepultados, con-Él resucitar a la vida eterna. El bautismo es eso.

La vida cristiana es eso: una renuncia, una muerte a la soberbia que, con Cristo, produce ya en esta vida obras de vida eterna. Si con Él sufrimos, reinaremos con Él, si con Él morimos, viviremos con Él. Para mí, vivir es Cristo (Fl 1,21) dirá el apóstol. Y así hasta el momento de la muerte, que no será otra cosa que el encuentro definitivo y sin velos con Jesús.
Jesús amoroso, el más fino amante; quiero en todo instante sólo en Ti pensar. Tú eres mi tesoro, tú eres mi alegría; tú eres vida mía, yo te quiero amar.
Fraternalmente,



Dominus Providebit 


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Huellas de Jesús Martínez García

12 de agosto de 2012

Prenda de la gloria futura

Paz y bien

19º Domingo, ciclo B Juan 6, 41-51

Todos tenemos un profundo deseo de vivir para siempre, el deseo de no morir está como cosido en lo más íntimo de nuestro ser. Algunos filósofos inventaron la teoría de la reencarnación, de que estaríamos en el mundo siempre viviendo de una u otra manera. Pero esto nadie lo ha comprobado. Los seres espirituales no desaparecen del todo, pero ¿qué significa la muerte?, ¿qué hay más allá? Sin la fe no se sabe dar una respuesta satisfactoria.

Los cristianos sabemos con seguridad que la separación del alma y el cuerpo no es lo definitivo, que quien ha muerto en gracia, nada más morir pasa a la Vida de Dios. Para el cristiano la muerte es Vida, es el día de su verdadero nacimiento. Para eso hemos nacido en la tierra: para pasar por la puerta hacia la casa de Dios, que es nuestra verdadera casa. Al morir no nos despedimos -ni de Jesús ni de los amigos-, decimos «hasta luego», porque nos volveremos a reunir. Además, dentro de un tiempo -cuando finalmente el tiempo se acabe- volveremos a resucitar con nuestros cuerpos, cada uno con su mismo cuerpo. No sabemos cómo será esto, pero será así. Dios no quiere mostrarnos ahora las sorpresas que nos tiene preparadas para ese día de nuestro nacimiento en la eternidad.

Todo esto es y será por la gracia, que es como un agua que salta hasta la vida eterna. La vida sobrenatural, que comenzó en el Bautismo y se recupera o aumenta con la penitencia, llega a su culmen en la Eucaristía. La Comunión del Cuerpo de Cristo nos une estrechamente a Él, que ya no muere. Quien vive con Cristo tiene asegurada la vida eterna.
Gracias por tu presencia real en este sacramento que da la Vida al hombre. Quiero recibirte, Señor, siendo más consciente cada vez de a Quién recibo; procuraré acercarme más veces a la Eucaristía porque sé que te has quedado para nosotros, y me prepararé con mayor pureza, humildad y devoción para recibir esta «prenda de la gloria futura» que es nos has dejado.
Fraternalmente,




Dominus Providebit


Huellas de Jesús Martínez García

5 de agosto de 2012

Pan de Vida

Paz y bien

18º Domingo, B, Juan 6, 24 - 35

 La Eucaristía es presencia permanente y alimento. Pan vivo que ha bajado del cielo, que da la vida al hombre, la vida de Dios. Vida sobrenatural que transforma, que lleva en sí el germen de la vida eterna. Quien tiene esta vida ya no muere ni tiene sed, porque es como un agua que salta hasta la vida eterna. La Eucaristía es el centro de la vida cristiana porque en ella se encuentra Cristo. Quien come su Cuerpo y bebe su Sangre habita en Él, se hace una sola cosa con Cristo. Pero es una vida no sólo para ser vivida, sino también para dar vida a otros. La Eucaristía es como el pan que tomó Elías para caminar durante cuarenta días seguidos, de ahí viene la fuerza que necesitamos para irradiar a Cristo a nuestro alrededor.

Comunión con Cristo y comunión con los hermanos. La Eucaristía nos une a cuantos se unen a Cristo, especialmente en su oración con Jesús Sacramentado. Queremos unirnos ahora a la oración de la Madre Teresa de Calcuta ante Jesús Sacramentado:
«Dios mío, creemos que estás aquí. Te adoramos y te amamos con toda nuestra alma y corazón porque eres el más digno de todo nuestro amor. Deseamos amarte como te aman los bienaventurados en el Cielo. Adoramos todos los designios de tu divina Providencia, y nos sometemos enteramente a tu voluntad. También amamos a nuestro vecino a través de Ti, como nos amamos a nosotros mismos. Perdonamos sinceramente a todos los que nos han herido, y pedimos perdón a todos los que hemos ofendido.

Querido Jesús, ayúdanos a esparcir tu fragancia por donde quiera que vayamos. Llena nuestra alma de tu espíritu y vida. Penetra y posee todo nuestro ser profundamente. Que nuestra vida pueda ser un resplandor de la tuya. Resplandece a través de nosotros, y permanece en nosotros para que toda alma que encontremos pueda sentir tu presencia en nuestra alma.»
Fraternalmente,




Dominus Providebit 


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Selección de Obras de Jesús Martínez García