30 de septiembre de 2010

El cielo del Padre incluye a todos sus hijos

Paz y bien en el Señor Jesús y en su Santísima Madre!

Una de las señales típicas de un corazón cristiano es el deseo de inclusión, el deseo de estar finalmente en comunión con cuanta más gente mejor, el anhelo de tener a todos contigo en el cielo sin exigir que lleguen a ser idénticos a ti para llegar allá. Lamentablemente, sentimos con frecuencia la tendencia a la actitud opuesta, aunque nos cueste admitirlo.

Nos gusta tener un concepto de nosotros mismos como de gente de buen corazón, de gran compasión y que intenta amar como Jesús, pero, por dentro de nuestras actitudes y de nuestras acciones, se esconde con demasiada fuerza esto: Nuestro amor, nuestra verdad y nuestro culto se basan con frecuencia, de modo inconsciente, en declararnos santos y justos declarando a los demás pecadores. «Solamente puedo ser bueno, si algún otro es malo». «Solamente puedo tener razón, si algún otro está errado». «Mi dogma personal solamente puede ser verdadero, si el de algún otro es falso». «Mi religión solamente puede ser la correcta, si la de algún otro es errónea». «Solamente puede ser válida mi Eucaristía, si la de algún otro es inválida.» «Yo puedo estar en el cielo solamente si algún otro está en el infierno«.

Justificamos esta actitud de separación y superioridad religioso-moral apelando a varios puntos: dogma correcto, necesidad de justicia, moralidad adecuada, correcta eclesiología y adecuada práctica litúrgica, entre otras cosas. Y hay algo de verdad en ello. El tener tu cielo que incluya a todos no significa que la verdad, la moralidad y la práctica de la iglesia se vuelvan todas relativas, o que no tiene fundamental importancia aquello en lo que uno cree o el modo cómo uno actúa y rinde culto.

Nuestras escrituras cristianas y nuestra posterior tradición nos advierten claramente que hay ciertos aciertos y ciertos disparates, y que ciertas actitudes y acciones pueden excluirnos del Reino de Dios, el cielo. Pero esas mismas escrituras dejan igualmente claro que la voluntad salvífica de Dios es universal y que el anhelo profundo, constante y apasionado de Dios es que todos, absolutamente todos, sin tener en cuenta sus actitudes y acciones, sean de algún modo atraídos a su casa. Dios, parece, no quiere descansar hasta que todos los hijos estén en el hogar, comiendo a la misma mesa.

Jesús, inflexiblemente, nos enseña lo mismo. Por ejemplo, en el evangelio de Lucas, capítulo 15, teje juntas tres historias para subrayar este punto: El pastor que deja las noventa y nueve ovejas para buscar a la extraviada; la mujer que tiene diez monedas, pierde una y no puede descansar hasta encontrar su moneda perdida; y el padre, que pierde dos hijos, uno por la debilidad y el otro por la ira, y no descansará hasta tener a los dos de vuelta en casa.

Particularmente la historia del medio, la que nos describe a una mujer que ha perdido una moneda, es la más contundente en aclarar esta cuestión: Una mujer tiene diez monedas valiosas, pierde una, la busca como una loca, enciende luces extra, barre su casa, y finalmente la encuentra; rebosante de alegría llama a sus vecinas y organiza una fiesta que le cuesta claramente más de lo que valía la moneda misma.

¿Por qué esa frenética búsqueda de una pequeña moneda? ¿Y por qué su gran alegría al encontrarla? Lo que realmente está en juego no es el valor de la moneda, sino la pérdida del todo, de la integridad. Para los hebreos de aquel tiempo, el diez era un número de totalidad; el nueve, no.

La misma dinámica y sentido de la totalidad sigue siendo exactamente válida para el pastor que deja las noventa y nueve ovejas para buscar la perdida. Vemos el mismo anhelo, pasión y tristeza en el padre del hijo pródigo y de su hermano mayor. No puede el padre quedarse tranquilo ni estar en paz hasta que los dos hijos vuelvan a casa.

Nuestro cielo también tiene que ser muy amplio y espacioso. Como la mujer que perdió una moneda, como el pastor que había perdido una oveja, y como el padre del hijo pródigo y del hijo mayor, tampoco nosotros habríamos de descansar fácilmente cuando percibimos que otros están separados de nosotros. La familia es feliz solamente cuando todos sus miembros están en el hogar.

Lo que finalmente caracteriza una fe genuina y un corazón grande no es el grado de pureza que puedan gozar nuestras iglesias, nuestras doctrinas y nuestra vida moral, sino qué amplitud abarca el abrazo de nuestros corazones.

El cielo del Padre incluye a todos sus hijos.

Que el Señor los bendiga,

Claudio


Sobre una reflexión de Ron Rolheiser

29 de septiembre de 2010

¿Para que sirven las desventuras?

¡Paz y bien en el Señor Jesús y en su Santísima Madre!

La Palabra de Dios meditada y orada en el Grupo de Oración de la Comunidad de Convivencias de mi ciudad el lunes 27, fue Lucas 5, 17-26 referida a la curación de un paralítico. Quería reflexionar sobre ella; pero el Señor, me mostró otra cosa. Primero me recordó lo que me enseñó tiempo atrás: «No digas: Haré esto o aquello. Di Señor ¿que quieres?» y así fue que me indicó Lucas 8, 22-25 sobre la tempestad calmada:
«Un día, Jesús subió con sus discípulos a una barca y les dijo: Pasemos a la otra orilla del mar. Ellos partieron y mientras navegaban, Jesús se durmió. En ese momento se desencadenó una tempestad sobre el mar; la barca se iba llenando de agua y ellos corrían peligro. Los discípulos se acercaron y lo despertaron diciendo: ¡Maestro, Maestro, nos hundimos! Jesús se despertó e increpó al viento y a las olas, el mar se apaciguó y sobrevino la calma. Después les dijo: ¿Dónde está la fe de ustedes? Y ellos, llenos de admiración, se decían unos a otros: ¿Quién es éste que ordena al mismo viento y al mar y le obedecen?»
Sobre esto, surge la pregunta ¿para que sirven las desventuras?. Muchas veces compartí con ustedes a María Valtorta y sus revelaciones privadas, relatos que le fueron dictados por el Señor Jesús, o por la Santísima Madre de Dios, o por visiones celestiales que la acompañaron durante largos años de su vida.

Ahora les comparto la reflexión de Jesús sobre el evangelio leído.
«Te explicaré lo que hay de fondo en el trozo evangélico.

¿Por que dormía? ¿No sabía acaso que estaba la tempestad por llegar? Si. Lo sabía. Yo solo lo sabía. Y entonces ¿por que dormía?

Los apóstoles eran hombres, animados de buena voluntad, pero todavía muy mortales. El hombre se cree siempre capaz de todo. Cuando realmente es capaz de alguna cosa, se llena de gravedad y de cariño por su capacidad. Pedro, Andrés, Santiago y Juan eran buenos pescadores y se creían insuperables en las maniobras marinas. Yo, para ellos era un gran Rabbi, pero un nada como marinero. Por esto me tenían por incapaz de ayudarlos y cuando subían a la barca para atravesar el mar de Galilea me pedían que me estuviese sentado porque no era capaz de hacer otra cosa. Su cariño también tomaba parte en ello, porque no querían que me fatigase. Pero su seguridad de que eran capaces, era mayor que su cariño.

No me impongo sino en casos excepcionales. Generalmente los dejo libres y espero. Aquel día, estaba sentado y me pidieron que descansase, esto es, que los dejar hacer lo suyo, pues eran muy prácticos y me dormí. En mi sueño aparecía clara la señal de que el hombre es hombre y quiere hacer todo por sí, sin pensar que Dios quiere ayudarlo. Veía en aquellos sordos espirituales y aquellos ciegos espirituales a todos los sordos y ciegos del espíritu que por los siglos de los siglos habrían llegado a la ruina por querer hacer por sí,cuando me tiene a Mi cercanos a ellos, a sus necesidades en espera de que me llamen en ayuda.

Cuando Pedro gritó: Sálvanos mi amargura cayó como una piedra que se deja rodar. Yo no soy un hombre, soy el Dios-Hombre. No obro como vosotros haceís. Vosotros, cuando alguien ha rechazado vuestro consejo o ayuda y lo veis en medio de dificultades, aún cuando no sois demasiado malos para alegraros de ello, frecuentemente permanecéis fríos, indiferentes a su grito que os pide ayuda. Con vuestra actitud le decís Cuando te quise ayudar ¿quisiste? Ahora arréglatelas tú. Pero yo soy Jesús. Soy Salvador. Y salvo. Salvo siempre, no apenas se me invoca.

Los pobres hombres podrían objetar: Entonces ¿por que permites que se formen las tempestades individuales o colectivas? Si con mi poder destruyese el mal, cualquiera que fuese llegaríais a creeros autores del bien que en realidad sería don mío y no os acordaríais más de Mi. Tenéis necesidad, pobrecitos hijos, del dolor para acordaros que tenéis un Padre. Como el hijo pródigo que se acordó de tenerlo cuando tuvo hambre.

Las desventuras sirven para que os persuadáis de vuestra nada, de vuestra locura, de vuestros errores, de vuestra maldad, causante de tantos lutos y dolores, de vuestras culpas, causa del castigo que vosotros mismos infligís y de la existencia de mi poder, de mi bondad. Ved que esto es lo que os dice el evangelio hoy. Vuestro evangelio de la hora presente, pobrecitos hijos.

Llamadme. Jesús no duerme porque tiene angustia al ver que no le amáis. Llamadme y vendré.»
Que el Señor los bendiga,

Claudio


María Valtora, Colección El Hombre-Dios, tomo 3, págs 273/274. Transcripción literal

28 de septiembre de 2010

Señor, quiero agradarte

Paz y bien en el Señor y en su Santísima Madre!

Agradar a Dios parece cosa fácil, podríamos decir que es cosa de serle fieles o ser buenos, cumplir sus mandamientos, todas verdades pero un tanto abstractas que siempre conviene traducir a las realidades cotidianas para confrontar con la propia vida y corregir lo que no anda bien.

Así, lo primero a definir es que cosa le agrada a Dios que cosas no. Lo primero que se me ocurre en la oración, es que el Señor quiere que le prestemos atención; es decir, no le agrada que andemos escuchando muchas voces, sino sólo la suya y en cuanto a referencia de valor, y es celoso de su posición, no dispuesto a compartirla de modo alguno.

Y ubicando su lugar de referencia se yerge como fuente de toda santidad y confianza, que tampoco acepta compartir (Jr 17, 5).

Veamos en su palabra, que cosas le agradan:

~ Que pidamos sabiduría, en vez de plata, lujos y esas cosas que se acaban (1 R 3, 10)
~ Que seamos personas derechas, sin vueltas, correctas y sinceras (1 Cro 29, 17)
~ Que nos preocupemos por la justicia antes que los ritos y sacrificios ( Sal 69, 31; Mq 6, 7; Hb 10, 7; Is 58)
~ Que seamos honestos (Pro 11, 1)
~ Que estemos siempre alegres en él (Flp 4, 4)
~ Que seamos sencillos, con un corazón puro (Mt 11, 25-26)
~ Que dediquemos nuestra vida a cumplir su voluntad (Mt 12, 18; Jn 8, 29) con un respeto reverencial hacia él (Hch 10, 35)
~ Que dejemos atrás todas las cosas de pecado y vivamos con los ojos y todas nuestras expectativas en las delicias del Espíritu (Rm 8, 8)
~ Que seamos fieles, haciendo todas la tareas que nos toquen realizar por amor a él, dando gracias por todo, para que viendo nuestras buenas obras glorifiquen al Padre que está en los Cielos (Col 3, 23; Ef 6, 6)
~ Que demos frutos abundantes de ese amor que recibimos de él (Col 1, 10)
~ Que perseveremos más allá de los momentos gratos, aún en medio de persecusiones, malos tratos o ataques, respondiendo siempre con el bien (1 Ts 2, 14-15)
~ Que busquemos cada día aprender más y progresar en el camino de la fe (1 Ts 4, 1)
~ Que seamos valientes, dispuestos al heroismo por amor (Hb 10, 38)
~ Que nuestra fe sea genuina, traducida en obras concretas (Hb 11, 6)
~ Que hagamos bien sin mirar a quien y nos ayudemos mutuamente como una Iglesia instrumento de salvación (Hb 13, 16)

Veamos en su palabra, que cosas no le agradan:

~ Las impurezas sexuales, la mentira, las malas palabras, todo lo que no edifica; que nos alegremos por el dolor ajeno, la avaricia y toda forma de injusticia (Is 59, 15)
~ La incredulidad y toda forma de perversidad (Mt 13, 58; Mc 6, 6 y 16; Mc 9, 19; Lc 9, 41; Mt 17, 17)
~ Que descuidemos a los que nos rodean, especialmente a los de nuestra familia (1 Tm 5, 8)
~ Toda clase de maldad (1 Sam 2, 9; Jb 15, 34; Sal 5, 4; 7, 11; 37, 28; Pro 10, 30; 12, 7; Is 3, 11)
~ Que seamos inconstantes, manteniendo una doble actitud (Stgo 1, 8; Ez 16, 30; 2 Pe 2, 14)
~ Le desagrada que profanen su Templo (Mt 12, 5)

Efectivamente a nuestro Dios le desagrada todo lo que puede dañarnos, porque es quien más nos ama y mejor. Le desagrada nuestra indiferencia, nuestro «postergar» la decisión de ser felices. Le desagrada que no aprovechemos su propuesta de salvación, de vida abundante, de paz, de alegría y plenitud. Llega a decir «No entristezcan al Espíritu Santo» porque Dios no se agrada con la muerte del pecador, sino con su conversión y libre de elección de la vida eterna en la presencia de Dios.

Agradar a Dios puede resultar a veces como una imposición, como algo tedioso, difícil, arduo, imposible. Quizás nos inculcaron que jamás podríamos saciar su nivel de exigencias, o que algunos pocos santos a duras penas sirvieron a Dios, a precio de una vida rodeada de tormentos. Lo cierto es que agradar a Dios está vinculado directamente con nuestra felicidad más anhelada, con nuestros deseos más perfectos y es más: buscando el Reino de Dios y su justicia todo lo demás nos será dado por añadidura; es que deleitándonos en Dios, el colmará todos los deseos de nuestro corazón (Sal 37, 3-4) y esto si es verdad, porque es palabra de Dios y su promesa.

Pensar al modo de Dios, estar en su linea, permanecer en el Camino es cuestión de oración, de seguir una labor pastoral en la Iglesia y perseverar aún cuando las emociones flaquean o el ánimo tambalea, recibiendo de la gracia que el Señor nos regala en forma continua, por medio de su Espíritu Santo.

Así es, Dios está con nosotros, su Espíritu sigue alentándonos, inspirándonos toda buena decisión, toda obra de amor, toda reconciliación, toda búsqueda de salvación y liberación para cada forma de injusticia y opresión. El Espíritu de Dios está presente y obra sus maravillas entre su pueblo, hoy como siempre.

Hacer su voluntad, agradarle, es realmente lo mejor que se nos puede ocurrir. Seamos libres, seamos felices, seamos santos, agrademos a Dios.

Que el Señor los bendiga,

Claudio


Daniel D'Agostino


27 de septiembre de 2010

¡Non serviam!

Paz y bien en el Señor Jesús y en su Santísima Madre!

¡No serviré! Fue el primer grito de rebeldía contra Dios pronunciado por Satanás, que fue un ángel lleno de vida. Pero con este grito de rebeldía y soberbia, la primera creación original del ańgel rebelde fue la muerte. Equivocadamente, lo hizo en nombre de la libertad; pero lo hizo con una libertad para la muerte. «No fue Dios quien hizo la muerte» (Sab 1, 13) El no se recrea en la destrucción de los vivientes; al contrario «Dios creó al hombre para la incorruptibilidad, le hizo imagen de su misma naturaleza» (Sab 2, 23)

Hoy, como siempre, este grito de rebeldía se repite en lo seguidores del mal espíritu que sin advertirlo los guía por caminos de muerte. También ¡en nombre de una libertad mal entendida! De una libertad que los lleva a ser esclavos. Esclavos de su propia necedad. Esta actitud rebelde es el pecado, incapaz por esencia de dar vida a nada ni de apreciar la vida ni de entender las cosas que son de Dios.

A estos émulos de Satanás y -todos en cierto modo lo fuimos alguna vez- les queda la conversión en la esperanza del evangelio de la vida,
«que no es una mera reflexión, aunque original y profunda, sobre la vida humana; ni sólo un mandamiento destinado a sensibilizar la conciencia y a causar cambios significativos en la sociedad; menos aún una promesa ilusoria de un futuro mejor. El evangelio de la vida es una realidad concretar y personal, porque consiste en el anuncio de la persona misma de Jesús, el cual se presenta al apóstol Tomás -y en el a todo hombre- con estas palabras: «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Jn 14, 6) (Juan Pablo II, Encíclica sobre el valor de y el carácter inviolable de la vida humana «Evangelium Vitae», 1995 - Nº 29 )
¿Que podemos presentar a este mundo rebelde y, por lo tanto, creador de una cultura de muerte conducido por el espíritu de las tinieblas, en el cual tampoco creen? La mayor prueba de la existencia del Padre es que nos ha enviado a su Hijo quien, con el Espíritu Santo, se hace hoy y siempre presente y operante en nuestra vida, como una realidad que nos transforma en hijos de Dios, que nos sana, que nos libera de ataduras y groseros prejuicios humanos, que nos impiden reconocer la realidad de Dios y por lo tanto, nuestra.

El Espíritu Santo, contrario al espíritu del error, es Espíritu vivificante: «Señor y dador de vida». Sus carismas son vivos y permanentes testimonios de su presencia operante y vivificante en el hombre en todos los tiempos. Todo lo que debemos dar el hombre «rebelde» de hoy y de siempre es el Espíritu Santo, Espíritu de la Verdad, que nos da la vida eterna, que comienza acá, en este mundo, ahora.

Pero ¿cuál es la prueba del Espíritu? Son sus preciosos carismas que dan la experiencia viva de Dios y con los cuales guía a los hijos de Dios para edificar la Iglesia. A través de ellos, él nos pone al servicio de un mundo sumido en plena rebeldía. El Dios de la vida nos ha dado poder para resucitar a los muertos de siempre, para sanar a los enfermos y expulsar a los malos espíritus en el nombre poderoso de Jesús.

¡Manos a la obra! Nosotros como hijos de Dios también somos dadores de vida, cuando hacemos lo que Él nos dice.

Que el Señor los bendiga,

Claudio


Extraído de revista Resurrección, editorial Kyrios

26 de septiembre de 2010

Ricos y Pobres

¡Paz y bien en el Señor Jesús y en su Santísima Madre!

26º Domingo del Tiempo Ordinario, ciclo C - Evangelio de San Lucas: 16, 19-31

El hombre de hoy vive como si lo único verdaderamente importante fuera la acumulación y el disfrute de bienes materiales y del dinero con que pueden conseguirse esos bienes. Pero el Evangelio nos llama constantemente a darnos cuenta que los verdaderos bienes, los únicos que son importantes son los bienes espirituales. Es más, el Evangelio nos alerta acerca del mal uso de los bienes materiales, con graves advertencias para los que vivamos apegados a las riquezas, olvidándonos de compartir con los que tienen alguna necesidad.

La riqueza en sí misma no está condenada por el Señor. El simplemente nos advierte acerca de sus peligros. Cuando el Señor narra en una de sus parábolas la condenación de un rico que vivía en medio de muchos lujos y bienes superfluos, no nos dice el texto evangélico que el rico fue al Infierno por ser rico, sino por ser egoísta, por no saber compartir, por no tener compasión de los necesitados, por usar su dinero solamente para sus lujos, por no usar bien su dinero.

El pecado consiste en no usar rectamente los bienes que Dios nos da y en no saber compartirlos. Debemos recordar que los bienes verdaderamente importantes son los bienes espirituales, que son los que no se acaban. Son los que nos aseguran la conquista de la vida eterna y son los que realmente debemos buscar.

Y ¿cuáles son esos bienes espirituales? Son todas aquellas cosas relacionadas con la vida espiritual. No basta solamente evitar el pecado, lo cual es ya un buen comienzo. Tampoco basta con ir a Misa los Domingos, que es un precepto indispensable de cumplir. Además, en la Santa Misa nos nutrimos de la Palabra de Dios y también nos nutrimos de Dios mismo al recibirlo en la Eucaristía. Pero esto no es suficiente: es necesario ir creciendo en las virtudes, tratando de ser cada vez mejores, cada vez más entregados a la Voluntad de Dios.

¿Cómo se realiza ese proceso en nosotros? ¿Cómo se da esa entrega a la Voluntad de Dios? Especialmente a través de la oración. En la oración el Espíritu Santo nos va santificando; es decir, nos va haciendo cada vez más semejantes a Jesucristo, sobre todo en su entrega a la Voluntad del Padre. La oración nos va haciendo crecer en virtudes, entre éstas, la Caridad. Uno de los aspectos de la Caridad es el «compartir», estando atentos a las necesidades de los demás, ayudando a quien necesita ser ayudado.

En la oración asidua y la recepción frecuente de los Sacramentos está la clave de la entrega a la Voluntad de Dios, y también está la clave del compartir con los demás. La oración y los Sacramentos son medios para desapegarnos de los bienes materiales y para procurarnos los verdaderos bienes, aquéllos que nunca se acaban: los bienes espirituales.

Al final de esta parábola de Jesús sobre el rico condenado y el pobre salvado, el Señor reprocha a los que no hacen caso a sus enseñanzas, al referirse a El mismo en esta forma curiosa: «ni aunque un muerto resucite harán caso». El murió y resucitó. Y todavía hay gente que no cree en ese muerto resucitado que es nada menos que Dios hecho Hombre.

Y, lamentablemente, todavía hay Católicos que dicen que creen en El, pero que se dan el lujo de negar algunas verdades de la fe, como -por ejemplo- la realidad del Cielo y del Infierno, bien explicadas en esta parábola, en la que Jesús nos enseña claramente cómo después de la muerte hay para nosotros o salvación eterna, o condenación eterna.

Que el Señor los bendiga, buen domingo

Claudio

25 de septiembre de 2010

Virgen María del Rosario

¡Paz y bien en el día de la Virgen del Rosario!

Estamos en un tiempo de revitalización de la Alianza pactada definitivamente por Dios en Jesucristo, para salvación de su Pueblo.

En este tiempo, María ejerce - como Arca de Alianza - un especial protagonismo, ofreciéndonos a su Hijo y entregándonos su Corazón como Arca salvadora.

Ella es la Mujer vestida de sol, que nos promete una segura victoria contra el Adversario, al que Jesús venció definitivamente en la Cruz. Días gloriosos esperan a los hijos de Dios, luego del actual combate.

Estamos en el «tiempo de María», en la «tierra de la nueva Visitación», llamados a concretar «la civilización del amor».

Dios, a través de María, irrumpe portentosamente en la historia de su Pueblo, elige la Ciudad de San Nicolás, donde se erige un Santuario, y en coincidencia con los 500 años de la primera evangelización nuevamente aparece María como la Estrella de la Nueva Evangelización y el lugar del encuentro de los hijos con el Hijo.

Ella, como singular Profetisa, nos hace tomar conciencia de nuestra pertenencia al Nuevo Pueblo de Dios y de la exigencia de fidelidad a la Alianza.

El acontecimiento mariano es ofrecido a los hombres de nuestro tiempo, como respuesta a desafíos muy actuales: el ateísmo práctico, el materialismo, el hedonismo, la violencia, la drogadicción, la brecha cada vez más grande entre ricos y pobres, la división por la guerra y la discordias, el peligro de una conflagración universal con resultados devastadores, el culto a los ídolos modernos: placer, tener (consumismo) y poder, etc

El Corazón de María como Arca de Alianza nos hace instrumentos de Alianza entre los hombres. Tenemos que ser camino por donde Dios hace Alianza con sus hijos.

Santa María , Madre nuestra
Que en cada misterio del
Santo Rosario Nos brindas al Salvador.
Acudimos a ti necesitados
Nos alegramos que desde la cruz
El Señor te haya encomendado la misión
De acercarnos a El y a su Iglesia
Por la conversión y la penitencia.
Alentados por la confianza que nos inspiras
Ponemos en tus manos maternales
Nuestras preocupaciones y temores.
Pero, deseamos imitar tu fidelidad a Dios
Aceptando con amor y humildad,
Todas las pruebas
¡ Madre nuestra del Rosario de San Nicolás!
Que tu presencia renueve nuestra vida,
Alivie nuestro ser agobiado por
El sufrimiento y la enfermedad,
Y fortalezca nuestro amor a los demás,
Convirtiéndonos así en testigos del amor
Del Padre que no vaciló, por tu intermedio
En darnos a Jesús. Amén

Que el Señor los bendiga,

Claudio

24 de septiembre de 2010

Señor, cada uno es a tus ojos lo que es y nada más

Paz y bien en el Señor Jesús y en su Santísima Madre!
«Dirijo la mirada a los cerros en busca de socorro.
Mi socorro me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra.
No deja que tu pié de un paso en falso, no duerme tu guardián.
Jamás lo rinde el sueño o cabecea el guardián de Israel.
Durante el día, el sol no te maltrata, ni la luna de noche.
Te preserva el Señor de cualquier mal y protege tu vida.
El te cuida al salir y al regresar, ahora y siempre.» (Salmo 120)
Padre amado, estoy en tus manos, me inclino ante la vara que corrige. Fustiga mi espalda y mi cerviz para que enderece mi camino torcido hacia tu voluntad. Conviérteme en discípulo piadoso y dócil, como tú bien sabes hacerlo, para que te obedezca a una simple indicación tuya. Todo mi ser y todo lo mío te lo entrego para que lo corrijas. Es preferible ser reprendido aquí que en la vida futura.

Tu conoces todas y cada una de las cosas y nada hay oculto para ti en la conciencia humana. Tu conoces las cosas que han de suceder antes que acontezcan y no hay necesidad que alguien te avise o te advierta de lo que está ocurriendo sobre la tierra. Tu sabes lo que conviene a mi progreso y cuanto ayuda la tribulación para que desaparezca la herrumbre de los vicios. Haz conmigo lo que desea tu voluntad y no quieras juzgar severamente mi vida de pecado que nadie conoce mejor ni más claramente que tú.

Señor, hazme comprender lo que debe ser comprendido, amar lo que se ha de amar, alabar lo que a ti te agrada por encima de todas las cosas, apreciar lo que para tí es precioso y detestar lo que es abyecto a tus ojos.

No permitas que yo juzgue «según la visión de los ojos corporales ni sentencie por lo que se oiga» (Is. 11, 3) a hombres inexpertos, sino que discierna con sano juicio entre lo visible y lo espiritual y sobre todo busque siempre cumplir aun las mínimas manifestaciones de tu voluntad.

Las facultades del hombre con frecuencia se engañan al emitir sus opiniones y fallan también los amantes de las cosas mundanas al preferir únicamente lo visible. ¿Un hombre será tal vez mejor porque es considerado mayor por otro hombre? Cuando un hombre alaba a otro y más le confunde cuando más lo ensalza, se trata de un mentiroso que engaña a otro mentiroso, de un vanidoso que se burla de otro vanidoso, de un ciego que miente a otro ciego y de un enfermo que oculta la verdad a otro enfermo.

Porque, como dice el humilde pobre Francisco de Asís, cada uno es a tus ojos sólo que es y nada más.

Que el Señor los bendiga.

Claudio


Tomás de Kempis

23 de septiembre de 2010

Oración y compromiso por los pobres

Paz y bien en el Señor Jesús y en su Santísima Madre!

El 26 de agosto de 2010, se celebró el centenario del nacimiento de Teresa de Calcuta. Hemos compartido hace un tiempo sus lecciones en nuestro sitio, hoy en homenaje a su centenario, compartimos sus palabras, sus conceptos sobre la unión de lo que a muchos les parece incompatible, el compromiso por los desfavorecidos y la vida de oración, especialmente eucarística:
«Si nuestras hermanas no vieran el rostro de Jesús en los desdichados a los que sirven, el trabajo que hacen resultaría imposible. Queremos que sepan que hay personas que los aman de veras y, más aún, que Dios los ama muchísimo. Todo mi tiempo pertenece a los demás, porque al dedicarme con todo mi corazón a los que sufren es a Jesús a quien sirvo en su rostro desfigurado, pues Él mismo dijo: “Lo hicisteis por mí”. Nuestro criterio para servir a las personas no es su creencia sino su necesidad. Todas son el Cuerpo de Cristo; todas son Cristo bajo el aspecto de los que necesitan asistencia y amor, y tienen derecho a recibirlo. Habéis visto durante la misa con qué delicadeza el sacerdote tocaba el cuerpo de Cristo. No olvidéis que ese mismo Cristo es el que vosotros tocáis en los pobres».

«Cuando las hermanas, al final de la jornada, han terminado su trabajo –llevando su servicio de amor en compañía de Jesús-, tenemos una hora de oración y adoración eucarística. Durante todo el día hemos estado en contacto con Jesús a través de su imagen en los pobres y los leprosos. Cuando termina el día, entramos de nuevo en contacto con Él por medio de la oración».

«La oración no es una huida de la vida activa diaria, y menos aún una huida de sí mismo, de los otros y del mundo. Es una búsqueda muy auténtica del verdadero rostro de los otros y de Dios bajo el impulso del amor y de la fe, que nos permite descubrir, comprender y aceptar quiénes somos, quiénes son los otros, quién es Dios y cuál es el significado de nuestra vida, de nuestro trabajo y de todo lo que somos y hacemos».

«No es posible comprometerse en el apostolado directo sin ser una persona que ora mucho. Tenemos que ser conscientes de que somos uno con Cristo, como Él era uno con el Padre. Nuestra actividad es verdaderamente apostólica sólo en la medida en que le permitimos que actúe en nosotros con su poder, con su deseo, con su amor. Un médico hindú me dijo que ellos y nosotras estábamos haciendo trabajo social, y que la diferencia entre ellos y nosotras es que ellos lo hacen por algo y nosotras por Alguien».

«Tenemos una especial necesidad de orar porque en un apostolado el trabajo es sólo el fruto de la oración, nuestro amor en acción. Si estamos de verdad enamorados de Cristo, aunque nuestro trabajo sea pequeño, lo haremos mejor. Si vuestro trabajo y compromiso es descuidado, quiere decir que vuestro amor a Dios es descuidado. Vuestro trabajo tiene que ser la prueba de vuestro amor».

«Si queréis orar mejor, tenéis que orar más. La oración nos ayuda a conocer y cumplir la voluntad de Dios. Dios es amigo del silencio. Tenemos que encontrar a Dios, pero a Dios no podemos encontrarlo ni en el ruido ni en la agitación. Si de verdad queremos orar, por encima de todo tenemos que disponernos a escuchar, porque el Señor habla en el silencio del corazón».

«La Eucaristía es el alimento espiritual que me sostiene. No podría pasar un solo día de mi vida sin ella. En la eucaristía, veo a Cristo en el pan. En los barrios de chabolas, veo a Cristo en los cuerpos demacrados, en los niños, en los moribundos. Por eso es posible hacer este trabajo. La vida de Aquel que se ha convertido en Pan de Vida es idéntica a la de aquel que muere en la calle y necesita nuestra ayuda. Si no somos capaces de ver a Cristo en el pan de la Eucaristía, tampoco lo descubriremos bajo la humilde apariencia de los cuerpos demacrados de los pobres. En cada eucaristía me encuentro con Jesús, le recibo y le amo, entonces lo descubro de nuevo y le sirvo en los más pobres, pues nuestra eucaristía está incompleta si no nos lleva a servir y a amar a los más pobres»
Que el Señor los bendiga,

Claudio


Tomado de Patio Salesiano

22 de septiembre de 2010

Poder sobre todo otro poder

Paz y bien en el Señor Jesús y en su Santísima Madre!

Jesús muy claramente nos dice a todos los que queremos crecer en El: «Yo les he dado poder para caminar sobre serpientes y escorpiones y para vencer todas las fuerzas del enemigo y nada podrá dañarlos» (Lc. 10, 19). Por otra parte, el Señor que la fe no se basa en la sabiduría de los hombres sino en el poder de Dios y que «el Reino de Dios no es cuestión de palabras sino de poder» (1 Co. 4, 20). Además, este poder que Dios nos da se atribuye a una persona divina, el Espíritu Santo, a quien Jesús ha definido como «la fuerza que viene de lo alto».

Por lo tanto este es el poder que está por encima de todo otro poder, así como «Dios está por encima de todo lo humano» (Is 55, 8-9); pero si tu cristiano no conoces este poder, entonces iras a mendigar poderes a otras partes, a otras cosas que no son Dios y te llevan lejos de Dios como el Enemigo llevó lejos de Dios a Adán y Eva.

Buscas sabiduría, pero únicamente Dios es la Sabiduría eterna; buscas conocer el futuro por medio de agoreros, horóscopos, adivinos, cartas y tantos métodos artificiales y sin fundamento alguno en la realidad y estas despreciando el futuro que Dios te manifiesta para tu bien: el Espíritu Santo «les hablará de las cosas por venir» (Jn 16, 13), de aquellas cosas que te serán útiles para conocer el plan de Dios reservado para tí.

Otros te hablarán de los poderes mentales, que aunque sean reales y las más de las veces nada más que practicas fraudulentas, te dañan profundamente, porque detrás de tanta necedad está aquel a quien Jesús ha llamado «mentiroso y asesino»; pero tu crees en estas cosas y pierdes tu dinero miserablemente porque no estas creyendo en el Señor Jesús, el Hijo de Dios que nos ha revelado los pensamientos y los caminos del Padre, para no caer en trampas de todos los días y a toda hora.

Todavía hay una trampa más útil para los intelectuales y los que se creen sabios y prudentes: la ciencia que infla y roba el lugar al Espíritu de la Verdad para pretender explicar la revelación desde su propio punto de vista, perdiendo con ello el auténtico sentido de la fe; o aquel otro que va detrás de técnicas de oración que ni siquiera son oración ni te van a dar lo que te da el Espíritu Santo en ella, porque no tienes experiencia de su acción poderosa en tí.

¿Te salvan siquiera? ¿Es un solo carisma del Espíritu Santo menor que aquello por lo cual lograrás un segundo de concentración en la nada? Y así piensas en un control mental purificado que te da más que el Espíritu de Dios; en una Nueva Era (New Age) que te da más que el Espíritu de Dios; en una Sai Baba que te da más que el Espíritu de Dios; en meditaciones trascendentales que te dan más que el Espíritu Santo y tantas cosas humanas que te encandilan y piensan alcanzar a través de ellas cosas mejores que las que te ofrece el Espíritu de Dios.

Tanto ignorantes como pretendidos sabios, analfabetos y eruditos caen en redes, mientras se apartan del verdadero poder de Dios, porque no lo conoce, porque ni siquiera viven de fe: la han perdido y no se dan cuenta.
«La Iglesia, enviada por Dios a las gentes para ser "el sacramento universal de la salvación", obedeciendo el mandato de su Fundador (Cf. Mc., 16,15), por exigencias íntimas de su misma catolicidad, se esfuerza en anunciar el Evangelio a todos los hombres. Porque los Apóstoles mismos, en quienes está fundada la Iglesia, siguiendo las huellas de Cristo, "predicaron la palabra de la verdad y engendraron las Iglesias" (S. Agustín). Obligación de sus sucesores es dar perpetuidad a esta obra para que "la palabra de Dios sea difundida y glorificada" (2 Tes., 3,1), y se anuncie y establezca el reino de Dios en toda la tierra.»

«Mas en el presente orden de cosas, del que surge una nueva condición de la humanidad, la Iglesia, sal de la tierra y luz del mundo (Cf. Mt., 5,13-14), se siente llamada con más urgencia a salvar y renovar a toda criatura para que todo se instaure en Cristo y todos los hombres constituyan en El una única familia y un solo Pueblo de Dios».
(Concilio Vaticano II - Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia «Ad Gentes»)
Que el Señor los bendiga,

Claudio

21 de septiembre de 2010

Santidad

Paz y bien el el Señor Jesús y en su Santísima Madre!

La santidad es un concepto que hemos triturado no poco en la molienda de nuestros propios criterios, por mucho tiempo. En la práctica hemos exaltado tanto la santidad de aquellas personas que no hacían otra cosa que cumplir la voluntad de Dios y vivir su cristianismo como debe ser vivido, que la hemos creído imposible para nosotros y, como cuestión de hecho, así lo piensa la mayoría del pueblo de Dios.

Exaltamos la vida de los santos y hablamos de sus éxtasis, de sus visiones, de su comunicación con Dios, de su diálogo con la Santísima Trinidad, de sus virtudes heroicas que nos maravillan en extremo, todo esto lo consideramos como si fuera producto de ellos y no de la acción de Dios en ellos. Entonces bosquejamos una vida mística imposible para el resto de los cristianos y más aún si presuponemos -de alguna manera- que esas visiones que ellos tenían, eran cara a cara con Dios.

Y ciertamente que no es así, pues la Iglesia nos enseña que ésta visión se da en la vida venidera y no en este mundo. ¿Entonces que eran esas cosas que ellos veían, sentían, escuchaban y proclamaban? ¡Los simples y variados carismas del Espíritu Santo con los cuales ellos, conforme a los planes de Dios, edificaron como pocos la Santa Iglesia Católica.

Por lo tanto, debemos borrar este concepto casi inaccesible de la santidad y de la vida mística y pensar que la santidad, en el plan de Dios, es para todo su pueblo: "Sed santos porque Yo soy santo"; "esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación"; "el Espíritu Santo en su obra santificadora, nos fue dado para obedecer a Cristo".

Hoy, gracias a Dios, podemos verificar en la vida de muchos cristianos una auténtica santidad, aunque por ser común los criticamos y porque hoy se vuelve a hablar de los carismas, más que de aquellas supuestas visiones cara a cara, mucho más. Seguimos pensando -tal vez- que ello tiene que ser más difícil y algo excepcional y jamás algo popular.

Santo Tomás de Aquino, gran Doctor y Santo de la Iglesia, nos dice que si algo no resulta difícil nos es por ello más meritorio, sino que ello sucede cuando hay menos amor, porque cuando hay más amor todo resulta más fácil y, por el amor seremos juzgados.

Cuando verdaderamente amamos a Dios, entonces todas las virtudes son heroicas y nos santifican, no porque sean heroicas sino porque amamos verdaderamente y nos hemos abierto al Espíritu Santo que nos hace santos y místicos con sus siete dones, frutos y carismas. No puede haber santos en la Iglesia, ni siquiera en abundancia, si hacemos a un lado a Aquel que nos santifica, según los planes de Dios.
"¿Amas la justicia? La sabiduría con sus obras es madre de las virtudes, ella enseña la temperancia y la prudencia, la justicia y el valor; pues bien, nada en la vida es más útil a los hombres" (Sab. 8, 7)
Que el Señor los bendiga,

Claudio


20 de septiembre de 2010

Lo que no se puede ocultar

Paz y bien en el Señor Jesús y en su Santísima Madre!

"Cristo, -a dicho uno de los padres de la Iglesia, San Juan Crisóstomo- nos ha dejado como lámparas en este mundo...; para que actuemos como levadura...; para que seamos semilla; para que demos fruto. Si nuestra vida tuviera el resplandor que debiera, no habría necesidad ni de que abriéramos la boca. Con solo nuestras obras, las palabras sobrarían. No habría ni un pagano si verdaderamente fuéramos cristianos"

Debemos evitar el error de creer que el apostolado se reduce a algunas prácticas piadosas. Tú y yo somos cristianos, pero al mismo tiempo y sin solución de continuidad, somos ciudadanos y trabajadores con obligaciones muy precisas que debemos cumplir de manera ejemplar si de verdad queremos santificarnos. Es Jesucristo quien nos acucia:
"Ustedes son la luz para el mundo. No se puede esconder una ciudad edificada sobre un cerro. No se enciende una lámpara para esconderla en un tiesto, sino para ponerla en un candelero a fin de que alumbre a todos los de la casa. Así, pues, debe brillar su luz ante los hombres, para que vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre de ustedes que está en los Cielos" (Mt 5, 14-16).
El trabajo profesional, cualquiera que sea, llega a ser una lámpara que alumbra a vuestros colegas y amigos. Por eso tengo la costumbre de repetir...:¡qué me importa que me digan de fulano que es un buen hijo, un buen cristiano, si no es un buen zapatero! Si no se esfuerza en aprender bien su oficio y ejercerlo cuidadosamente, no podrá santificarlo ni ofrecerlo al Señor.

Y la santificación del trabajo diario es, por decirlo de alguna manera, la bisagra de la verdadera espiritualidad para todos nosotros que, sumergidos en la realidades temporales, hemos decidido tratar con Dios. (1)

El largo camino a la santidad es -también- la práctica de todas las virtudes: las teologales y especialmente las cardinales (prudencia, fortaleza, templanza y justicia); sobre esta preparación Jesús nos llama a cambiar el mundo y para ello la Santa Iglesia Católica debe ser sal y luz para todo el mundo; nuestra Iglesia, la Iglesia de Jesucristo en su conjunto tiene que ser como esa casa construida sobre la montaña, que todos puedan notar un lugar fraternal y una casa donde se hospeda la verdad.

Que el Señor los bendiga,

Claudio


(1) Reflexión de San Josemaría Escrivá de Balaguer (1902-1995)

19 de septiembre de 2010

Dios, el dinero y nuestra sagacidad

Paz y bien en el Señor Jesús y en su Santísima Madre!

25º Domingo del Tiempo Ordinario, ciclo C - Evangelio de San Lucas 16, 1-13

Las dos palabras del titular resumen dos frases del Señor que aparecen relacionadas en un trozo del Evangelio de San Lucas: “Los hijos de las tinieblas son más sagaces que los hijos de la luz” (16, 8) y “No se puede servir a dos amos, pues odiará a uno y amará al otro ... o se apegará a uno y despreciará al otro ... En resumen, no puedes servir a Dios y al dinero” (16,13).

La primera frase relativa a la sagacidad suena más bien a una queja del Señor: Jesús observa que los que viven lejos de Dios son, en sus negocios terrenos, más sagaces -más astutos- que lo que son los hijos de la luz para el negocio que más interesa a éstos: la Vida Eterna.

En la segunda frase, el Señor se refiere al recto uso del dinero. Este siempre ha de ser utilizado de tal forma que no sea obstáculo para llegar a la Vida Eterna. Es más, el dinero bien usado -usado sagazmente- puede servirnos para la salvación, puede ser una inversión en el único negocio importante: la Vida Eterna.

Esa inversión la hacemos cuando no estamos apegados al dinero y con generosidad lo compartimos, dedicando parte del mismo a las necesidades de los demás, a la limosna, a contribuciones a obras de caridad organizadas, a las necesidades de la Iglesia, etc. Actuando así, tratamos de impedir que el dinero nos desvíe del camino al Cielo.

Muchas veces en el Evangelio el Señor advierte sobre los peligros de las riquezas, porque los seres humanos tendemos a apegarnos al dinero y a lo que el dinero nos puede conseguir. Por eso el Señor nos advierte: o nos apegamos de Dios o nos apegamos al dinero, pero no podemos estar apegados a los dos. O tenemos confianza en Dios, o tenemos confianza en el dinero.

Y no se está refiriendo el Señor sólo a ganancias ilícitas y pecaminosas que tanto abundan, sino a cómo debe ser el uso de las riquezas lícitamente obtenidas. Realmente, si no somos desprendidos con el dinero y con los bienes materiales que con el dinero conseguimos, éstos suelen convertírsenos en una tentación que puede llegar a ser inmanejable. Podríamos dejar de ser dueños y administradores del dinero para convertirnos en esclavos de él.

Con relación a la sagacidad, es fácil observar que los que queremos seguir a Dios, los que queremos estar cerca de El y cumplir con sus mandatos, a veces somos poco sagaces para asegurarnos los bienes que nunca se acaban, los bienes espirituales, el porvenir eterno. En realidad este reproche del Señor nos llama a la vigilancia y al esfuerzo en lo espiritual. Porque llegará el momento en que a todos y cada uno de nosotros el Señor nos pedirá cuentas sobre el único negocio que realmente vale la pena: el negocio de nuestra salvación, el cual nos asegura la ganancia infinita del Cielo.

Y ¿qué significa ser sagaz en la vida espiritual? Significa aprovechar todas las gracias que Dios nos da para asegurarnos el porvenir eterno. Tenemos a disposición, entre otras cosas, los Sacramentos, especialmente la Confesión y la Sagrada Eucaristía. Tenemos también la oportunidad de comunicarnos con Dios, orando, para ir descubriendo en la oración sus Planes y su Voluntad para nuestra vida ... porque la mejor muestra de sagacidad espiritual consiste en buscar y en hacer sólo la Voluntad de Dios, no solamente huyendo del pecado y confesándolo cuando sea requerido, sino tratando de que nuestros planes sean los Planes que Dios tenga dispuestos para nuestra vida.

Que el Señor los bendiga,

Claudio


Tomado de B. Baldeón

18 de septiembre de 2010

El anhelo que Dios siempre sea glorificado en nosotros

Paz y bien en el Señor Jesús y en su Santísima Madre!

El Señor prueba la fidelidad de su siervo para ver si sabe abnegarse y vencerse en todo a si mismo. Tal vez no haya nada tan importante como la necesidad de morir a ti mismo cuando ves y consideras que las cosas repugnan a tu voluntad y principalmente cuando juzgas poco razonable y de insignificante utilidad lo que te viene mandado.

Y como no te atreves a oponerte a las disposiciones de la autoridad bajo cuya obediencia estas sometido, te parece duro caminar según las directivas determinadas por otros y renunciar a tu propio parecer. Pero hijo, reflexiona en la pronta terminación de estos trabajos, en el fruto que ellos producen y en la enorme recompensa y no experimentarás aflicción sino una gran alegría por tu paciencia.

Por un poco de voluntad personal que ahora renuncies con generosidad, gozarás de la plenitud de tu voluntad en los cielos. Allí encontrarás todo lo que quieras y todo lo que puedas desear. Allí tendrás la facultad de gozar del bien total, sin peligro de perderlo. Allí tu voluntad que será un sola con la mía, no aceptará ninguna cosa extraña ni personal. Allí nadie te hará oposición, nadie se quejará de tí, nada te estorbará y nadie será un obstáculo en tu camino, sino que cuanto aspires lo disfrutarás en su totalidad y serán cumplidos todos los anhelos y saciados hasta en sus mínimos detalles.

Allí concederé gloria por la afrenta sufrida, un traje de honor por la aflicción sobrellevada y un trono en el reino eterno por el último lugar elegido sobre la tierra. Allí se verá el fruto de la obediencia, tendrá júbilo el trabajo de la docilidad y será gloriosamente coronada la dúctil sumisión.

Por lo tanto, sométete con humildad bajo la mano de todos, sin mirar quien es el que habla o el que manda. Preocúpate solamente de aceptar como muy oportuno y cuidando de cumplir con firme voluntad todo lo que pueda pedir o disponer el superior, o uno más joven que tú o uno de igual edad que la tuya.

Aunque unos busquen una cosa y otros otra, y que éste se glorie de esto y aquel de aquello y por eso reciban mil alabanzas, tu no debes alegrarte ni de esto ni de aquello, sino gozar en el desprecio de ti mismo, y en el sólo cumplimiento de mi voluntad y en mi gloria.

Es esto lo que debes anhelar: que Dios por la vida o por la muerte, siempre sea glorificado en tí.
"Así lo espero ansiosamente, y no seré defraudado. Al contrario, estoy completamente seguro de que ahora, como siempre, sea que viva, sea que muera, Cristo será glorificado en mi cuerpo" (Flp. 1, 20)
Que el Señor los bendiga,

Claudio


La Imitación de Cristo

17 de septiembre de 2010

La experiencia del mal y la idea de Dios

Si hay Dios, ¿por que existe el mal y el sufrimiento?
Imagen del terremoto de Haití, 2010

Paz y bien en el Señor Jesús y en su Santísima Madre!
"En ese tiempo se presentaron unas personas que comentaron a Jesús lo que había sucedido a aquellos galileos, cuya sangre Pilato mezcló con la de las víctimas de sus sacrificios. Entonces les dijo: ¿Creen ustedes que esos galileos sufrieron todo esto porque eran más pecadores que los demás? Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten todos acabarán de la misma manera. ¿O creen acaso que las dieciocho personas que mató la torre de Siloé al caer, eran más culpables qeu los demás habitantes de Jerusalén? Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten todos acabarán de la misma manera" (Lucas 13, 1-5)
La historia de la humanidad es una interminable sucesión de sangre, sudor y lágrimas, de dolor, tristeza y miedo, de abandono, desesperación y muerte. Ante esa experiencia de sufrimiento es inevitable que el hombre se haya formulado desde antiguo esa pregunta. Es bien conocida la respuesta escéptica de Epicuro: o Dios quiere eliminar el mal, pero no puede, y entonces es impotente y no es Dios; o puede y no quiere, y entonces es malo, es el verdadero demonio; o ni quiere ni puede, lo que lleva a las dos conclusiones anteriores; o quiere y puede, pero entonces, ¿de dónde viene el mal? ¿Qué hemos de decir al respecto?

Como punto de partida, no debemos escandalizarnos por formular la pregunta con la que hemos comenzado esta reflexión: ésta ha sido planteada también por parte de la teología católica. Es el mismo Catecismo de la Iglesia Católica el que afirma en su número 272 que “la fe en Dios Padre Todopoderoso puede ser puesta a prueba por la experiencia del mal y del sufrimiento” y que “a veces Dios puede parecer ausente e incapaz de impedir el mal”, llegando a plantearse en su número 310 la pregunta de “¿por qué Dios no creó un mundo tan perfecto que en el no pudiera existir ningún mal?”. El teólogo y obispo católico Walter Kasper llega a señalar que “estas experiencias del sufrimiento inocente e injusto constituyen un argumento existencialmente mucho más fuerte contra la creencia en Dios que todos los argumentos basados en la teoría del conocimiento, en las ciencias, en la crítica de la religión y de la ideología y en cualquier tipo de razonamiento filosófico”. El teólogo Hans Küng afirma que “el dolor es continua piedra de toque de la confianza en Dios”, tras lo que se pregunta “¿donde encuentra la confianza en Dios mayor desafío que en el dolor concreto?”. Y nada menos que el propio Juan Pablo II, en su catequesis sobre el credo (audiencia general de 4 de junio de 1986), indica que la presencia del mal y del sufrimiento en el mundo “constituye para muchos la dificultad principal para aceptar la verdad de la Providencia Divina”, a lo que añade que “en algunos casos esta dificultad asume una forma radical, cuando incluso se acusa a Dios del mal y del sufrimiento presente en el mundo llegando hasta rechazar la verdad misma de Dios y de su existencia” , todo ello por “la dificultad de conciliar entre sí la verdad de la Providencia Divina, de la paterna solicitud de Dios hacia el mundo creado, y la realidad del mal y el sufrimiento”.

Para dar respuesta a esta inquietante pregunta, hemos de distinguir claramente entre el mal “en sentido físico” y el mal “en sentido moral”. El mal moral se distingue del físico, sobre todo, por comportar culpabilidad y por depender de la libre voluntad del hombre; en cambio, el que estamos denominando mal físico no depende directamente de la voluntad del hombre, sino que se deriva de la propia naturaleza limitada, contingente y finita del hombre y de la creación. Las calamidades provocadas por terremotos, inundaciones y otras catástrofes naturales, las epidemias, las enfermedades, así como la muerte, serían ejemplos de este mal que hemos denominado “físico”; los desastres producidos por la guerra, el terrorismo, el odio, la violencia de todo tipo que tiene por origen al hombre serían ejemplos de ese mal que hemos llamado “moral”. A partir de esta diferenciación, cabe señalar lo siguiente:

a) El mal físico es inherente a la condición del hombre y de la creación. El hombre es un ser finito que está sujeto a la enfermedad y a la muerte; además, ha de vivir en un universo en el que se producen determinados fenómenos naturales productores de daño y de sufrimiento. Las limitaciones y la caducidad propias de todas las criaturas es el origen último de este tipo de males, que son consustanciales a la propia estructura del hombre y del universo. En última instancia, puede decirse que este mal en el orden físico es permitido por Dios, como se señala en la catequesis de Juan Pablo II antes citada, “con miras al bien global del cosmos natural”

b) Algo bastante distinto sucede respecto al que hemos denominado mal moral. En palabras de Juan Pablo II, “este mal decidida y absolutamente Dios no lo quiere”. El mal moral es radicalmente contrario a la voluntad de Dios y su autor es exclusivamente el hombre, al haber hecho mal uso de su libertad. ¿Por qué tolera Dios este mal? Porque para Dios la existencia de unos seres libres es un valor más importante y fundamental que el hecho de que aquellos seres libres abusen de su propia libertad contra el propio Creador y que, por eso, la libertad pueda llevar al mal moral.

La anterior constituye la primera explicación que la teología nos ofrece de que la existencia del mal en el mundo no es incompatible con la idea de Dios. Pero esto no es todo. Debemos darle la vuelta al argumento que implícitamente se oculta detrás de la pregunta con la que se abre este artículo, para afirmar con Hans Küng que “sólo habiendo Dios es posible contemplar el infinito sufrimiento de este mundo”, que “sólo creyendo confiadamente en el Dios incomprensible y siempre mayor puede el hombre tener fundadas esperanzas de atravesar el ancho y hondo río del dolor de este mundo: consciente de que por encima del abismo, del dolor y del mal, una mano se extiende hacia él”.

El hombre moderno no puede por sí solo erradicar los múltiples sufrimientos de la humanidad, pese a los adelantos de la ciencia y de la técnica. El sufrimiento es inherente a la condición humana y solamente mediante la intervención redentora de Dios es posible que surja un hombre nuevo liberado de la muerte, del dolor y del sufrimiento. En concreto, es la pasión, la muerte y la resurrección de Jesús la que implica la redención definitiva del dolor y del sufrimiento humano, la que transforma el dolor y la muerte en vida eterna. Es desde la perspectiva del sufrimiento y de la muerte de Jesús como el dolor y el sufrimiento de cada hombre cobra un nuevo sentido. El sufrimiento, el dolor y la muerte siguen acompañando al hombre; pero en la pasión y en la resurrección de Jesús ese sufrimiento recibe un sentido.

En palabras de Kasper, “el interlocutor de una teología actual es el hombre doliente que tiene experiencia concreta de la situación de infelicidad y es consciente de la impotencia y la finitud de su condición humana”. La existencia del hombre, como señala Küng, “es un acontecimiento marcado por la cruz: dolor, angustia, sufrimiento y muerte”. La conciliación entre el mal y el sufrimiento en el mundo y la Providencia Divina no es posible sin hacer referencia a Cristo. Con la pasión, muerte y resurrección de Jesús se confirma que Dios está al lado del hombre en su sufrimiento. Y no sólo eso. Además, con Cristo el dolor, el sufrimiento y la muerte no tienen la última palabra, sino que son definitivamente vencidos mediante su resurrección que, como primicia de la de todos nosotros, supone una alegre promesa de vida eterna en la que no hay lugar para el dolor, ni para el sufrimiento y ni para la muerte.

Que el Señor los bendiga,

Claudio


Contribución de Fernando Renau

16 de septiembre de 2010

Las Escrituras y nuestra actividad apostólica

¡Paz y bien en el Señor Jesús y en su Santísima Madre!
Nadie enciende una lámpara para cubrirla con un envase o ponerla debajo de la cama. Por el contrario, la pone en un candelero, para que los entren vean la luz (Lc. 8, 16)





Que el Señor los bendiga,

Claudio

15 de septiembre de 2010

Sé fuerte y ten ánimo

¡Paz y bien en el Señor Jesús y en su Santísima Madre!

Todavía tienes que ser probado sobre esta tierra y pasar por muchas ejercitaciones. De vez en cuando te será dado algún consuelo, pero no te será concedida la satisfacción completa.

Basta que seas fuerte y valiente (Jos. 1, 7) tanto en el obrar cuando en soportar lo que es contrario a la naturaleza. Es necesario que te revistas del hombre nuevo y te transformes en otro. Es indispensable que con frecuencia hagas lo que no quieres y que dejes lo que prefieres.

Tal vez se ha cumplido cuando fue deseado por otros y lo que tu anhelaste no se ha realizado; será escuchado lo que otros han dicho y lo que ti afirmaste no será tomado en consideración; otros piden y lo alcanzan, mientras tú suplicas y no obtienes.

Otros serán grandes en los labios de los hombres, mientras que de tí todos callarán. A otros se les encargará esta o aquella ocupación, mientras que tú serás juzgado un inútil para cualquier tarea.

Por todo lo anterior tu naturaleza, a veces se afligirá y mucho, si lo sufres en silencio.
"Acuérdate del camino que Yavé, tu Dios, te hizo recorrer en el desierto por espacio de cuarenta años. Te hizo pasar necesidad para probarte y conocer lo que había en tu corazón, si ibas o no a guardar sus mandamientos. Te hizo pasar necesidad, te hizo pasar hambre y te dió a comer maná que, ni tú, ni tus padres habían conocido, para mostrarte que no sólo de pan vive el hombre, sino que todo lo que sale de boca de Dios es vida para el hombre. Ni tu vestido se ha gastado, ni tu pié se ha lastimado a lo largo de estos cuarenta años. Comprende, pues, que del mismo modo que un padre educa a su hijo, así Yavé te ha educado a tí." (Dt. 8, 2-4)
Que el Señor los bendiga,

Claudio


Tomado de la Imitación de Cristo, reflexión del día.

14 de septiembre de 2010

Mateo 6, 21

Exaltación de la Cruz

Paz y bien en el Señor Jesús y en su Santísima Madre!

Señor, con toda verdad te confieso que estoy expuesto a muchas distracciones. Con frecuencia no me encuentro en el lugar en el cual mi cuerpo se halla parado o sentado, sino donde me llevan mis imaginaciones. Estoy donde está mi pensamiento y mi pensamiento está preferentemente en lugar se halla lo que yo amo. Lo que con mayor facilidad se presenta a mi mente es lo que más satisface a mi naturaleza o aquello a lo cual estoy mas acostumbrado.

Por eso, tu que eres la Verdad, dijiste claramente
Donde está tu tesoro, allí estará tu corazón (Mt. 6, 21)
Si amo el cielo, gustosamente pensaré en cosas celestiales. Si aprecio el mundo me alegraré con las prosperidades mundanas y me entristeceré de las contrariedades. Pero bienaventurado el hombre, Señor, que, por tu amor, repudia a todas las cosas creadas, hace violencia a su naturaleza y crucifica los apetitos carnales con el fervor del espíritu para que, con un conciencia sin mancha, pueda ofrecerte una oración pura y, desprendido interna y externamente de todo lo material, sea digno de ser agregado a los coros celestiales.

***

Hijo, cuando experimentes un deseo de eterna felicidad que te es infundido desde lo alto, cuando suspires salir de la pobre morada del cuerpo para poder contemplar mi luz, sin ninguna sombra que la pueda alterar, ensancha tu corazón y recibe con toda solicitud esta santa inspiración.

Da gracias sin fin a la suma bondad por tratarte con tanta clemencia, por visitarte con tanta deferencia, por ayudarte con tanta eficacia y sostenerte con tanto vigor para que no resbales por tu propio pesos hacia las cosas terrenas.

Todo esto no lo consigues por tu iniciativa o por tu propio esfuerzo, sino únicamente por bondad de la gracia celestial y de la voluntad divina. Te será concedido así para progresar en las virtudes con una humildad mayor y prepararte para las luchas venideras y así permanecer unido a mí de todo corazón y servirme con voluntad ardiente.

Hijo, el fuego arde fácilmente, pero la llama no sube sin humo. De la misma manera suben hacia el cielo los anhelos de algunos, sin estar libres de tentaciones de apego a las cosas materiales y aún lo que tan insistentemente piden a Dios no la hacen exclusivamente por la gloria de Dios.

Con frecuencia así sucede también con tu deseo, porque le agregas algún detalle muy inoportuno: no es puro ni es perfecto lo que va mezclado de interés propio.

Pídeme no lo que es para tí agradable y cómodo, sino lo que es para mi aceptable y honroso, porque si lo juzgas rectamente, debes preferir y anteponer mis disposiciones a tus deseos y a cualquier cosa que hayas podido codiciar.

Conozco tus aspiraciones y he oído tus continuos gemidos. Ya quisieras estar en la libertad gloriosa de los hijos de Dios; te deleitas recordando la morada eterna y la patria celestial desbordante de felicidad, pero esa hora todavía no ha llegado; todavía queda un tiempo distinto, un tiempo de guerra, de trabajo y de prueba.

Deseas gozar del sumo bien, pero por ahora no lo puedes alcanzar. Yo soy ese bien supremo; espérame, dice el Señor (Sofonías 3, 8) hasta que venga el reino de Dios.

Que el Señor los bendiga,

Claudio

La imitación de Cristo.

13 de septiembre de 2010

La oveja perdida, el amor de Dios

Paz y bien en el Señor Jesús y en su Santísima Madre,

Esta es sin duda la más sencilla de todas las parábolas de Jesús, porque es el sencillo relato de una oveja perdida y de un pastor que la busca. Los pastores siempre realizaban los esfuerzos más sacrificados y agotadores para encontrar la oveja perdida. La regla era que, si no se podía traer la oveja viva, había que traer por lo menos, si era posible, un trozo de la piel o algún hueso de ella para demostrar que había muerto.

Podemos imaginar que volverían los otros pastores con sus rebaños al corral del pueblo por la tarde, y cómo dirían que un pastor estaba todavía recorriendo las montañas en busca de una oveja extraviada. Podemos figurarnos cómo todos los del pueblo dirigirían la mirada una y otra vez a las montañas tratando- de descubrir al pastor que no había vuelto a casa; y podemos imaginar el grito de alivio y alegría que resonaría cuando le vieran acercarse por el sendero con su agotada vagabunda a hombros, por fin a salvo; y podemos imaginarnos cómo le recibiría todo el pueblo, y se reuniría a su alrededor con alegría para escuchar la historia de la oveja perdida y hallada. Aquí tenemos lo que era la ilustración favorita de Jesús acerca de Dios y de Su amor. Esta parábola nos enseña muchas cosas acerca de ese amor.

El amor de Dios es un amor individual. Las noventa y nueve no eran suficientes; una oveja estaba por ahí, por las montañas, y el pastor no podía quedarse tranquilo hasta traerla a casa. Por muy numerosa que sea una familia, un padre no puede prescindir de ninguno de sus hijos; no hay ninguno que no importe. Así es Dios; Dios no puede estar tranquilo hasta que el último extraviado llegue al hogar.

El amor de Dios es un amor paciente. Las ovejas son proverbialmente unas criaturas muy tontas. La oveja no le podía echar las culpas a nadie más que a ella misma del peligro en que se había metido. La gente suele tener muy poca paciencia con los tontos. Cuando se meten en líos, se suele decir: No es más que culpa suya. Se lo han buscado ellos. No malgastes tu lástima con los tontos. Pero Dios no es así. La oveja puede que fuera estúpida, pero el pastor arriesgaría su vida para salvarla de todas maneras. Las personas puede que sean tontas, pero Dios ama hasta a los tontos que no le pueden echar las culpas nada más que a sí mismos de su propio pecado y sufrimiento.

El amor de Dios es un amor que busca. El pastor no se dio por satisfecho esperando que volviera la oveja; fue a buscarla. Eso era lo que un judío no podía entender acerca de la idea cristiana de Dios. El judío estaría muy dispuesto a reconocer que, si el pecador llegaba arrastrándose penosamente al hogar, Dios le perdonaría. Pero nosotros sabemos que Dios es mucho más maravilloso que todo eso, porque en la Persona de Jesucristo vino a buscar y a salvar a los que se habían perdido. Dios no se contenta con esperar hasta que todas las personas vuelvan a casa; Él sale a buscarlas sin pensar en lo que Le puede costar.

El amor de Dios es un amor que se regocija. Aquí no hay nada más que alegría. No hay recriminaciones, ni hay tal cosa como recibir al que vuelve a regañadientes y con un sentimiento de desprecio superior; todo es alegría. A menudo recibimos a una persona arrepentida echándole un sermón y dejándole muy claro que debe considerarse despreciable, y con la afirmación práctica de que no nos hace ninguna falta y no tenemos intención de liarnos más de ella. Es humano no olvidarse nunca del pasado de una persona, y recordar siempre sus pecados en su contra. Dios se echa nuestros pecados a la espalda; y cuando volvemos a Él, todo es alegría.

El amor de Dios es un amor protector. Es el amor que busca y salva. Hay amores que destruyen; puede que haya amores que ablanden; pero el amor de Dios es un amor protector que salva a la persona para el servicio de sus semejantes, un amor que hace al descarriado sabio, al débil fuerte, al pecador puro, al cautivo del pecado, una persona libre para la santidad, y al derrotado por la tentación, su conquistador.

Que el Señor los bendiga,

Claudio


12 de septiembre de 2010

Salgamos del redil, busquemos...

¡Paz y bien en el Señor Jesús y en su Santísima Madre!

24º Domingo durante el año - Ciclo C - Tiempo Ordinario
Evangelio de San Lucas, 15, 1-32
"Recaudadores y descreídos solían acercarse en masa para escucharlo. Los fariseos y los letrados lo criticaban diciendo: -Ese acoge a los descreídos y come con ellos. Entonces les propuso esta parábola: -Si uno de vosotros tiene cien ove­jas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el campo y va en busca de la descarriada, hasta encontrarla? Cuando la encuentra, se la caiga en los hombros, muy con­tento; al llegar a casa reúne a los amigos y a los vecinos para decirles: -¡ Dadme la enhorabuena! He encontrado la oveja que se me había perdido… Y si una mujer tiene diez mone­das y se le pierde una, ¿no enciende un candil, barre la casa y busca con cuidado hasta encontrarla? Y cuando la encuen­tra reúne a las amigas y a las vecinas para decirles: -¡ Dadme la enhorabuena! He encontrado la moneda que se me había perdido. Os digo que la misma alegría sienten los ángeles de Dios por un solo pecador que se arrepiente..."
Los católicos, y en general los cristianos en las circunstancias actuales, andamos des­concertados. Una ola de materialismo nos invade, han muerto casi todas las utopías, una política de realismo a ultranza y a todos los niveles se impone; la sociedad se seculariza a mar­chas forzadas, parece como si la barca de Pedro fuera a hun­dirse. Y ante esto nos hemos replegado para formar un círcu­lo cerrado los que todavía nos encontramos cerca del redil. Muchos se han ido, y los hemos despedido con tristeza y re­signación. Otros no entran porque el panorama no les atrae. Quedamos unos pocos, que, replegados sobre nosotros mis­mos, nos dedicamos a salvar-conservar lo que queda, ya que mucho se ha perdido. Da la impresión de que se han ido las noventa y nueve ovejas y queda sólo una, a cuya atención y conservación estamos dedicados por entero.

Dos parábolas del evangelio de Lucas, la de la oveja perdida y la de la mujer que perdió la moneda, y una tercera, la del hijo pródigo, invitan a un cambio de táctica y de estrate­gia pastoral.

Por muy malos tiempos que corran, por mucha adversidad que nos rodee, por muy grande que sea la ola de secularismo que nos invada, los cristianos no podemos dedicarnos a con­servar lo que tenemos, pues cada vez más iremos a menos. La actitud cristiana tiene que ser arriesgada: hay que salir del redil para buscar la oveja perdida, hay que barrer la casa para encontrar la moneda que se escondió entre las ranuras de las piedras del suelo, hay que recibir con los brazos abiertos al hijo que se fue; y cuando esto suceda hay que hacer una fiesta grande invitando a todos para anunciar el éxito de la bús­queda.

Lo que sucede es que no estamos dispuestos a esto. Nos resulta incómodo salir a buscar a la oveja perdida, o barrer toda la casa para buscar la moneda. Nos parecemos al hijo mayor de la parábola del hijo pródigo, que prefería la ausen­cia de su hermano y no vio con buenos ojos la acogida del padre.

Aquel hijo mayor no aprendió lo fundamental. Mientras en una familia falta un hermano, la familia está rota. No es posible ni la alegría ni la fiesta, o éstas son pasajeras e in­completas.

El plan de Dios de restaurar la familia humana, dividida desde Caín, exige una capacidad inmensa de olvido y de per­dón. Y él no estaba dispuesto a perdonar, porque tampoco había aprendido a amar. Quien ama, perdona siempre, excusa siempre, olvida siempre. Por eso necesitó la lección magistral del padre, imagen de Dios:
"Hijo, si tú estás siempre con­migo y todo lo mío es tuyo! Por otra parte, había que hacer fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo se había muerto y ha vuelto a vivir, se había perdido y se le ha encontrado. "
Tal vez por esto nuestras comunidades no tengan mucha alegría: hay tantos hermanos que faltan… Falta tanto interés por ir a su búsqueda y acogerlos a su vuelta…

No es extraño que con esta estrategia de conservar y cui­dar lo que tenemos, antes o después lo perdamos todo.

Mi abrazo en Cristo,

Claudio


Contribución de Jesús Peláez

11 de septiembre de 2010

El rinconcito de María - V


Creer en el que Dios ha enviado


¡Paz y bien en el Señor Jesús y en su Santísima Madre!

Al día siguiente de la multiplicación de los panes, la gente que se había quedado del otro lado del mar. Vió que allí no había más que una barca y que Jesús no había embarcado con sus discípulos, sino que éstos se habían marchado solos. Pero llegaron otras barcas de Tiberíades, cerca del lugar donde habían comido pan.

Cuando la gente vió que Jesús no estaba allí, ni tampoco sus discípulos, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaum en busca de Jesús. Al encontrarlo a la orilla del mar le dijeron "Rabí, ¿cuándo has llegado aquí?" Fijense como Jesús estaba obrando diversas señales: no sólo la multiplicación de los panes sino también esta aparición inexplicable en Cafarnaum.

Pero mi Hijo, que conocía todos los pensamientos de los hombres, les dijo no sin ternura:
"En verdad, en verdad les digo: ustedes me buscan, no porque han reconocido mis señales sino tan sólo porque han comido de los panes y se han saciado. Obren más bien, no por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece hasta la vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre, porque a éste es a quien el Padre Dios, ha marcado con su sello"
Mi Hijo, sigue haciendo estos prodigios y muchos más en este tiempo, porque es el mismo ayer, hoy y siempre y además su Palabra jamás pasará. Pero muchos entre ustedes se contentan con ser sanados físicamente y una vez que son sanados vuelven a lo suyo sin ver el signo del amor de Jesús que también es signo de su divinidad.

Esta es la fe que Jesús no quiere porque es desaprovechar sus milagros y señales pensando solamente para sí y su provecho sin reconocer la obra de Dios en ellos. O bien, cuando se entretienen siempre en el mismo tema de las sanaciones físicas o aún interiores, sobreponiéndolas a las señales de Jesús, que nos llama siempre a aumentar nuestra fe y nuestro amor, y sin esta fe y amor no hay sanación que valga la pena.

Jesús cuando sana, lo hace para la conversión de personas y edificación de la Iglesia.

Volviendo a Cafarnaum, un poco contradecidos por las palabras de Jesús, le preguntaron "Qué hemos de hacer para obrar las obras de Dios" Jesús les respondió:
La obra de Dios es que crean en el que él ha enviado.
Ellos le dijeron entonces, no sin cierta insolencia: "¿Qué señal haces para que viéndola creamos en Tí? ¿Qué obras realizas?". No les fue suficiente la multiplicación de los panes ni ver a Jesús milagrosamente transportado a Cafarnaum; pedían lo que ellos querían y no lo que Jesús les ofrecía. Es la clase de señales y milagros que Jesús desprecia, como los que se piden perentoriamente, como obligándolo a hacerlo, como exigían los judíos o bien por cálculos egoístas y provecho propios, como esta gente que lo seguía sin una intensión recta.

Sólo apreciará a aquellos milagros que se realizan para los que van en busca de sanación, confiando en el poder de su nombre. Entonces les dirá:
¡Grande es tu fe!
Que el Señor los bendiga.

Claudio

El mismo cielo

¡Paz y bien en el Señor Jesús y en su Santísima Madre!



Mi abrazo en el Señor

Claudio

Cristo eres tu

¡Paz y bien en el Señor Jesús y en su Santísima Madre!



Mi abrazo en el Señor

Claudio

10 de septiembre de 2010

Sufrir para conseguir la vida eterna

¡Paz y bien en el Señor Jesús y en su Santísima Madre!

Hijo, que las tareas que has emprendido por mi no abrumen tu espíritu, ni te depriman las tribulaciones. Por el contrario, en todo acontecimiento mi promesa te de fuerza y consuelo. Yo te puedo recompensar más allá de todo límite y medida. Aquí no padecerás por mucho tiempo ni serás por siempre atormentado por los dolores. Espera un poco más y verás cuan pronto llegará el fin de tus sufrimientos. Se acerca la hora en que terminarán las fatigas y las inquietudes. Todo lo que acontece en esta vida es poca cosa y dura poco tiempo.

¡Cuidado con lo que haces! Trabaja fielmente en mi viña y Yo seré tu recompensa.

Escribe, canta, llora, lee, calla, reza, sobrelleva con valor las adversidades: la vida eterna vale todas estas luchas y otras mayores también. Un día, que sólo Dios conoce, llegará la tranquilidad, y en aquel entonces no habrá día ni noche. como los hay ahora, sino una luz sempiterna, una claridad infinita, una paz estable y un descanso seguro.

Entonces no dirás:
¿Desdichado de mi! ¿Quien me librará de mi mismo y de la muerte que llevo en mi? (Rom. 7, 24)
Ni gritarás:
Ay de mi, ¿por que se prolonga mi destierro? (Sal. 119, 5)
ya que la muerte será vencida y la salvación eterna asegurada, ni habrá angustia alguna sino alegría bienaventurada y una compañía hermosa y santa.

Si pudieras ver el premio eterno de lo santos en el paraíso y de cuanta gloria están gozando aquellos que en este mundo serán considerados despreciables y casi indignos de la misma vida, seguramente te postrarías por el suelo y desearías más someterte a todos que mandar a uno solo. No codiciarías días alegres aquí en esta tierra, al contrario gozarías viéndote atribulado por Dios y tendrías como grandísima ganancia el ser considerado una multitud entre los hombres.

Si gustaras y rumiaras estas cosas y las hicieras penetrar en lo más profundo del corazón ¿cómo osarías quejarte aunque fuera una sola vez? ¿No es verdad que se deben sobrellevar todas las penas para alcanzar la vida eterna? Porque ganar o perder el reino de Dios no es un asunto de poca importancia.

Levanta, pues, tu mirada hacia el cielo. Aquí estoy Yo, rodeado de todos lo santos que sostuvieron continuos y grandes combates en el mundo. Ahora ellos están en la gloria y, siempre serenos y seguros, descansan en paz y estarán eternamente conmigo en el reino de Mi Padre.

Que el Señor los bendiga,

Claudio


Tomado de La Imitación de Cristo, capítulo 47

9 de septiembre de 2010

La oración personal, conclusión

¡Paz y bien en el Señor Jesús y en su Santísima Madre!

Deseo concluir con la reflexión sobre la oración personal, que al decir oración personal, hablamos de la oración solitaria, en la que yo me encuentro solo frente a Dios. La oración comunitaria, las reuniones de oración, no me dispensan de la oración solitaria, en lo secreto.
"Tu, cuando vayas a orar, entra en tu habitación y después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí en lo secreto" (Mt. 6, 6)
Por eso, quizá convendría hablar de oración solitaria para diferenciarla de la oración en comunidad. Llamarle oración personal nos hace pensar erróneamente que la oración de grupo no es algo personal, como si en el grupo perdiéramos nuestra personalidad y no nos dirigiéramos personalmente a Dios.

La oración solitaria enriquece la oración comunitaria, porque más profundice mi relación personal con el Señor, la oración de grupo será cada vez más mía, más espontánea, más sincera. Sin oración solitaria sucede a menudo que en los grupos de oración estamos hablándonos unos a otros, buscando palabras que impresionen bien a los demás y olvidándonos que nos estamos dirigiendo al Señor. También sucede que la oración grupal se nos hace monótona, superficial, porque no hay oración solitaria que renueve y enriquezca a los miembros del grupo.

Aunque hay que reconocer que la oración personal se puede beneficiar con el grupo de oración, por dos motivos: porque el grupo puede ayudarme a liberar más en la alabanza y porque me exige una apertura a la oración de otros; y eso me da riquezas que yo puedo no tener. Pero esto se logra solamente si yo estoy "entrenado" en el encuentro con Dios, en la elevación del corazón a la unión con Dios y eso se aprende únicamente en la oración solitaria.

Entonces, aquí, hermano, hace falta una decisión de tu interior. Mientras más brote de tu libertad, más profunda será tu oración, porque Dios a necesitado de tu si para encontrarse en tu intimidad.

De todas maneras, eso no es lo principal. La esencia es que la oración es obra de la gracia de Dios; es una realidad sobrenatural y por eso depende más de la acción del Espíritu Santo que de tu voluntad. Por eso, lo más importante que puede hacer tu libertad es confiar en la gracia de Dios, invocar la presencia de Dios para poder encontrarte con el Señor, clamar al Espíritu Santo para que te haga orar.

De otra manera, podrás alcanzar una gran concentración con técnicas humanas, pero eso no será un verdadero encuentro con Dios. Hay que pensar bien esto: si el valor de tu oración dependiera de tu voluntad, de tus capacidades, entonces bastaría un curso de control mental para orar bien. Y lo grandes modelos de oración como San Francisco de Asís o Santa Teresa de Avila no se preocupaban por el control mental. Imaginemos a la gran multitud de personas sencillas que soportan los dolores de la vida con la profundidad de la fe y la sencillez de su oración. ¿Será tan importante la concentración, la atención, la liberación de las tensiones psicológicas? ¿No será más importante invocar al Espíritu Santo para que él se adueñe de nuestro ser y la oración sea realmente un encuentro sobrenatural con el Señor amado?

La oración -por último- es un encuentro con otro. Cuando dedicamos un tiempo de silencio a la oración, el peligro es que lo pasemos hablando con nosotros mismos, dialogando con nuestros planes, con nuestras inquietudes, con nuestros sueños y angustias, entrando y saliendo como se dice, sin acordarnos del otro, de Dios, sin dirigirle la palabra, sin escucharlo, sin contemplarlo y terminar creyendo que hemos orado, cuando solamente hemos estado haciendo proyectos, recordando cosas, solucionando problemas...

Por eso es necesario gastar todo el tiempo que haga falta para ponernos en presencia de Dios, para descubrir su presencia, su amor, para darnos cuenta de que él está esperándonos y escuchándonos, atento a nuestra oración, para aceptar dejarlo todo y consagrar sólo a él ese tiempo. No significa que no podamos resolver nuestros problemas en la oración; solo decimos que no es oración si no lo hacemos en su presencia, dialogando con él, poniendo en él nuestro corazón, buscando su luz, su vida, su voluntad.

Decía Santa Teresa de Avila que la oración es estar tratando de amistad con Alguien que sabemos que nos ama (Vida, 8, 5) e insistía que no es pensar mucho, sino amar mucho (Moradas, 4, 1, 7)

Que el Señor los bendiga,

Claudio


Tomado de: 40 formas de oración personal, Víctor Manuel Fernández