30 de mayo de 2010

Solemnidad de la Santísima Trinidad

¡Paz y bien para todos!

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Aún tengo muchas cosas que decirles, pero todavía no las pueden comprender. Pero, cuando venga el Espíritu de verdad, El los irá guiando hasta la verdad plena, porque no hablará por su cuenta, sino que dirá lo que haya oído y les anunciará las cosas que van a suceder. El me glorificará, porque primero recibirá de Mí lo que les vaya comunicando. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso he dicho que tomará de lo mío y se lo comunicará a ustedes" ( Evangelio de Juan 16, 12-15)

Uno de los llamados “libros sapienciales” de la Sagrada Escritura, el de los Proverbios, nos habla de la Sabiduría. Y al hablar de la Sabiduría se nos va mostrando en bellísima poesía el inmenso poder de Dios con frases como éstas: “jugando con el orbe de la tierra ... afianzaba los cielos ... colgaba las nubes en lo alto”.Y es curioso apreciar cómo también esta poesía nos presenta la Sabiduría como si fuera un personaje, como si fuera una creatura de Dios: “El Señor me poseía desde el principio, antes que sus obras más antiguas ... Antes que las montañas y las colinas quedaran asentadas, nací yo”.

Sin embargo, en esta otra frase podemos intuir que la poesía bíblica señala a la Sabiduría como si fuera Dios mismo: “Quedé establecida desde la eternidad, desde el principio”. En efecto, en otro de los libros sapienciales, el de la Sabiduría, se nos dice que por la Sabiduría “los hombres se salvarán” (Sb. 9, 18). También: “la Sabiduría es una emanación pura de la gloria de Dios” (Sb. 8, 25).

Es importante notar que en este caso, como en otros cuantos, el lenguaje de la Biblia no es literal. Estas bellísimas metáforas que nos comunican con claridad, aunque en lenguaje poético, la idea de la magnificencia y del poder de Dios, no son lenguaje literal. El cristiano reconoce en estas citas que la Sabiduría es una figura de Cristo, que es la imagen de la excelencia de Dios y reflejo de su actividad, porque Cristo es la Palabra (es decir, la expresión misma de Dios) (Jn. 1, 1).

Siendo la Fiesta de la Santísima Trinidad, en el Evangelio (Jn. 16, 12-15) Jesús nos habla de sí mismo, y también del Padre y del Espíritu Santo. Habla de éste como el “Espíritu de Verdad”. Y nos dice: “El los irá guiando hasta la verdad plena ... recibirá de Mí lo que les vaya comunicando. Todo lo que tiene el Padre es mío ... tomará de lo mío y se lo comunicará a ustedes”. Perfecta unión entre las Tres Personas, cuya Sabiduría es comunicada a nosotros.

Dicho en palabras de San Atanasio: “El Padre da a todos por el Hijo lo que el Espíritu Santo distribuye a cada uno”. Es decir: todo nos viene del Padre, por la gracia del Hijo, y todo es repartido por el Espíritu Santo. De allí la frase de San Pablo (cf. 2ª Cor. 13, 14) con que iniciamos la Santa Misa: “La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el Amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo esté con todos ustedes”.

San Pablo nos explica el funcionamiento de la Santísima Trinidad para con nosotros. “Por mediación de nuestro Señor Jesucristo hemos obtenido la fe, la entrada al mundo de la Gracia ... Dios ha infundido su Amor en nuestros corazones, por medio del Espíritu Santo, que El mismo nos ha dado”. Quiere decir esto que el Padre es Amor, el Hijo es la Gracia. El Espíritu Santo es la comunicación del Amor y la Gracia. Es decir, el Amor del Padre y la Gracia del Hijo nos son comunicadas por el Espíritu Santo, el cual las infunde en nuestros corazones. ¡Maravilla operacional del Dios Uno y Trino, del Dios Vivo y Verdadero!

Y si Dios es así, si Dios funciona así para con nosotros sus creaturas, y si Dios es todo Amor y todo Gracia ¿por qué nos empeñamos en desfigurar a Dios?

Veamos: Un dios que no ama es la antítesis de Dios, pues esencialmente “Dios es Amor” (1ª Jn. 4, 16).Y esas Tres Personas que son cada una el mismo y único Dios, se aman entre sí y nos aman a nosotros con un Amor que es Infinito, como Infinito es Dios. Pero esas Tres Personas no están incluidas en el monigote de dios que se está creando esta civilización. Jesucristo, Segunda Persona de la Santísima Trinidad, ni siquiera es considerado Dios. Es simplemente un profeta más, equiparado con Buda, Mahoma o Laotsé.

Los del New Age tienen la audacia de considerarlo un hombre que se dio cuenta que podía llegar a ser un dios. Para estos equivocados, Jesucristo no es el Dios-hecho-Hombre del Cristianismo, sino el hombre-hecho-dios que nos propone el post-modernismo, siguiendo la corriente panteísta, según la cual todo es dios y nosotros formamos parte de dios, por lo cual podemos pretender llegar nosotros también a ser dioses. ¡La tentación original: ser como dioses!

El Espíritu Santo ni siquiera aparece en este nuevo y errado concepto de Dios. Dentro de esta corriente, cuando se habla de “espíritu”, en nada se refiere a la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, que nace del Amor del Padre y del Hijo y que comunica ese Amor a los seres humanos.

En fin, con este dios inventado no hay posibilidad de relacionarse, pues más bien se cree que todos formamos parte de esa “divinidad energética” a la que llaman dios. Parece muy lindo el concepto de “formar parte” de dios. Pero al nosotros aparecer metidos dentro de esa “energía”, en esa pretendida unidad no hay distinción entre nosotros y esa “energía”. Y si no hay distinción entre nosotros y dios ¿cómo puede existir el amor?

Parece, incluso, que esa pretendida unidad de todos formando parte del dios energía, fuera lo mismo que la unión o comunión con el Dios único y verdadero que pregona el cristianismo y que, efectivamente, Dios nos ofrece. Pero es muy distinto.

En la verdad y realidad cristianas, Dios se da a los seres humanos y espera que nosotros nos demos a El. El nos comunica su Amor y desea que le amemos a El (por cierto, sobre todas las demás cosas y personas). El nos ama para que nosotros le amemos y para que nos amemos entre nosotros con ese Amor con que El nos ama. Y en ese Amor de Dios a nosotros, de nosotros a Dios y de nosotros entre sí, se da la unión. “Que todos sean uno como Tú, Padre, estás en Mí y Yo en Ti. Sean también ellos uno en Nosotros” (Jn. 17, 21). Si amamos a Dios como El desea ser amado por nosotros y si nos amamos entre nosotros con ese amor con que Dios nos ama, estaremos unidos a Dios para toda la eternidad. Pero aún en el más allá, cuando esa unión se dará a plenitud, y los que hayamos obrado bien estaremos resucitados en cuerpo y alma gloriosos en unión plena en Dios, Dios seguirá siendo Dios y nosotros seguiremos siendo nosotros.

Dios seguirá siendo Tres Personas y nosotros seguiremos siendo también personas. ¡Gracias a Dios que no seremos todos “energía”!

Bendiciones!

29 de mayo de 2010

Humillarse ante Dios


¡Paz y bien para todos!
Aunque soy polvo y ceniza, voy a hablarle a mi Señor (Gén. 18, 27) Si yo me considero más de lo que soy, tu serás mi adversario y todas mis iniquidades darán contra mi un testimonio tan verdadero que no podré contradecir. Mas si me humillo y anonado y si abandono toda estimación de mi mismo y me reduzco a polvo, como en realidad soy, tu gracia me favorecerá, tu luz alumbrará mi corazón y toda vanagloria, por pequeña que sea, se hundirá en el valle de mi nada y perecerá para siempre.

En ese abismo me haces conocer a mi mismo, lo que soy, que fuí y de donde vine. Soy nada y todavía no lo sabía.

Abandonado a mis fuerzas, soy todo debilidad; pero si tu, Señor, te dignas mirarme, inmediatamente me volveré fuerte e inundado de nueva alegría. Y es ciertamente maravilloso verme tan de repente levantado sobre mi miseria y abrazado por ti con tanta benignidad, siendo así que yo, siguiendo mi propia inclinación, siempre voy hacia lo bajo.

Esto es lo que hace tu amor gratuitamente, anticipándose y socorriéndome en tantas necesidades, guardándome de graves peligros y liberándome de males verdaderamente innumerables.

Yo me perdí amándome desordenadamente, pero cuando te busqué sólo a ti, y te amé, me hallé a mi y te encontré a ti y por tu amor me anonadé aún más profundamente. Porque tú, dulcísimo Señor, me otorgas mucho más de lo que merezco y más de lo que me atrevo a esperar y pedir.

Bendito seas Dios mio, porque a pesar de ser yo indigno de toda ayuda, tu generosidad e infinita bondad nunca dejan de otorgar el bien aun a los ingratos y a los que se han apartado de ti. Conviertenos a ti, para que seamos agradecidos, humildes y piadosos, porque tu eres nuestro sostén, nuestra fortaleza y nuestra salvación.

¡Bendiciones!


La imitación de Cristo, reflexiones de los días 28 y 29 de Mayo - Tomás de Kempis

28 de mayo de 2010

Dichosos los que creen sin ver

¡Paz y bien para todos!

Este es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo (Sal 118,24)
Amadísimos jóvenes os saludo con las palabras del Salmo, que la liturgia del tiempo pascual nos ha hecho familiares. Nos invita a alegrarnos.

¡Este es el día en que actuó el Señor..! El día en que actuó el Señor es el día pascual que recapitula en sí toda la obra de la creación. Vió Dios que estaba bien (Gn 1,18) y, al mismo tiempo revela el poder divino de la redención. Cristo resucitado, vencedor de la muerte, proyecta la luz del Evangelio sobre toda la creación. Dice: Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad (Jn 8, 12)

Seguir a Cristo quiere decir creer en él y aceptar su enseñanza. Creer que es el camino, la verdad y la vida. El pasaje del evangelio de Juan que acabamos de proclamar nos ha vuelto a proponer el relato de la doble aparición de Cristo resucitado a los Apóstoles en el cenáculo. En este relato cobra particular importancia la figura de Tomás. Quisiera considerar con vosotros la experiencia de este Apóstol incrédulo que, después, hace una solemne profesión de fe. Esta experiencia prosigue en la historia del hombre: todos están invitados a confrontarse con ella.

El evangelista Juan dice que Tomás sentía entusiasmo por Jesús e incluso, estaba dispuesto a arriesgar su vida por seguirlo (Jn 11,16). Podemos reconocer en Tomás a todos los jóvenes que sienten entusiasmo por Cristo y por los ideales que propone. Sin embargo, cuando a Jesús le llega su hora y lo arrestan, lo condenan a muerte y lo crucifican prevalece en Tomás la duda. Cuando Cristo resucitado aparece a los Apóstoles en el cenáculo no se encuentra con ellos. Después de que los otros le informan dice Si no veo (...) no creeré (Jn 20,25). Y Jesús vuelve y le muestra sus heridas abiertas, signo del amor perenne de Dios a nosotros pecadores. Tomás ve, y entonces cree. En su encuentro con el Señor resucitado se reencuentra plenamente a si mismo y cree con todo su ser. Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído (Jn 20,29).

Las dificultades para creer que tienen muchos cristianos hoy, ¿no son parecidas a la de Tomás? Todos estamos llamados a tomar posición ante Jesús. El apóstol Tomás es un ejemplo de búsqueda sincera: no se avergüenza de manifestar su duda. Y cuando se encuentra con Jesús resucitado y puede tocar con su mano los signos de la pasión, su duda desaparece y ya no necesita ninguna demostración. Ese encuentro lo transforma tan profundamente que exclama Señor mío y Dios mío (Jn 20,28).

Queridos jóvenes amigos, ¿cuál es vuestra actitud ante Cristo? El no esta ante vosotros visiblemente, como el día en que se apareció al apóstol Tomás; pero también hoy, en cierto modo, os muestra las heridas de su cuerpo glorioso a través del testimonio doloroso de cuanto, a lo largo de los siglos, han creído en él y por su amor se han entregado al servicio de sus hermanos, a costa de sacrificios personales a veces heroicos. ¡Ante vuestros ojos hay muchos testigos de Cristo!

Queridos amigos ¡ánimo! Caminad en la fe, en la esperanza y en el amor. Ofreced vuestra persona y vuestra existencia al soplo del Espíritu Santo y dejaos impulsar por él hacia el mar abierto del tercer milenio. ¡El Papa os ama! Gracias jóvenes! ¡Alabados sean Jesús y María!
Hemos compartido parte del discurso de Juan Pablo II efectuado el 18 de Mayo durante su peregrinación apostólica a Eslovenia, en el aeropuerto de Postojna, al mantener un encuentro con los jóvenes. Publicado por L'Osservatore Romano el 31 de Mayo de 1996.

Bendiciones,

27 de mayo de 2010

Enciende una luz

¡Paz y bien para tod@as!

¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído?
¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído?
¿Y cómo oirán sin haber quien les predique?
(Rom 10, 14 )


Por eso vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos.

Bautícenlos, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo,
y enséñenles a cumplir lo que yo les he encomendado.
Yo estoy con ustedes todos los días hasta que se termine este mundo. (Mt. 28, 19-20)

Dios los bendiga!

26 de mayo de 2010

Oración por la patria

¡Paz y bien para tod@s!

Terminados los festejos del bicentenario de la República Argentina, queremos elevar al Señor, la oración por la patria que rezamos siempre después de misa:
Jesucristo, Señor de la historia, te necesitamos.
Nos sentimos heridos y agobiados.
Precisamos tu alivio y fortaleza.
Queremos ser nación,
una nación cuya identidad
sea la pasión por la verdad
y el compromiso por el bien común.

Danos la valentía de la libertad
de los hijos de Dios
para amar a todos sin excluir a nadie,
privilegiando a los pobres
y perdonando a los que nos ofenden,
aborreciendo el odio y construyendo la paz.

Concédenos la sabiduría del diálogo
y la alegría de la esperanza que no defrauda.
Tú nos convocas. Aquí estamos, Señor,
cercanos a María, que desde Luján nos dice:
¡Argentina! ¡Canta y camina!
Jesucristo, Señor de la historia, te necesitamos.

Amén
Bendiciones!

24 de mayo de 2010

El rinconcito de María - III

El que da testimonio de Jesús es el Padre

¡Paz y bien para todos!

Muchas veces Jesús repitió Yo no puede hacer nada por mi cuenta. ¡Dios quiera que todos los cristianos dejaran de hacer tantas cosas por cuenta propia! No las hacía Jesús ¡cuanto menos ustedes! Porque la vida de fe consiste en hacer la voluntad del Padre y no la propia. Jesús juzgaba por lo que oía de su Padre y ustedes deben juzgar por lo que han oído decir a Jesús, que es lo mismo que dice el Padre.

¿No les dijo Pablo que debían tener la mente de Cristo y revestirse de sus sentimientos? Cuando a veces no tienen en cuenta esta verdad revelada, comienzan a andar por caminos que no son los de Dios, para daño de ustedes. Jesús decía que su juicio era justo, porque no buscaba la voluntad propia. Todo el quiera hacer su voluntad termina haciendo un juicio inicuo, por apartarse de la voluntad del Padre.

Lo que le importaba a Jesús y te debe importar a tí, que dices imitar a mi Hijo, es que busques siempre la voluntad del Padre. La puede hallar en las Escrituras, en la Revelación de mi Hijo, en sus palabras y hoy también por los carismas del Espíritu Santo, especialmente por la profecía, como hacían los apóstoles desde un inicio.

Juan Bautista dió testimonio de Jesús, pero él no buscaba el testimonio de un hombre, aunque fuera Juan, sin embargo lo decía para que creyeran en él y se salvaran. Jesús se refería a un testimonio mayor que el de Juan: las obras del Padre que Jesús realizaba. El Padre entonces que lo ha enviado da testimonio de Jesús, pero el pueblo judío no escuchaba esta palabra del Padre pronunciada en el Antiguo Testamento y que hablaba del Mesías prometido, con características que se cumplieron para que nos convenciéramos de la obra del Padre, continuada ahora por su Hijo.

Los judíos, como muchos de ustedes que investigaban las Escrituras, pues creían hallar en ella la salvación y sin embargo estas mismas Escrituras dan testimonio de Jesús para alcanzar la vida verdadera. ¿Que les faltaba a los judíos? ¿Que les falta a los que están apegados a las Escrituras? ¡El amor de Dios! Porque los seres humanos creen en cualquiera que viene en su propios nombre; pero al que viene en el nombre del Padre, no lo escuchan porque no existe en ellos el amor de Dios, sino intereses creados, amor propio o confianza en el hombre más que en Dios.

La falta de amor a Dios se ve también en las veces que se busca la propia gloria en lugar de buscar la gloria de Dios. Muchos ambicionan cargos, puestos, jerarquías, poder, fama ante que ser amigos e íntimos de Dios, de donde brota todo bien para los demás. Luces fugaces, fuego de artificio, sin sustancia cuya escala de valores no tiene a la Trinidad en el lugar más alto. ¡Cuídate hijo mio de estos desvíos de la carne!

Bendiciones,

23 de mayo de 2010

Solemnidad de Pentecostés

¡Paz y bien para todos!

En el día que nació la Iglesia de Cristo, celebramos su cumpleaños con dos magníficas expresiones del arte al servicio de Dios, para su Gloria eterna!

Ven, Dios Espíritu Santo,
y envíanos desde el cielo tu luz,
para iluminarnos.
Ven ya, padre de los pobres,
luz que penetra en las almas,
dador de todos los dones.
Fuente de todo consuelo,
amable huésped del alma,
paz en las horas de duelo.
Eres pausa en el trabajo;
brisa, en un clima de fuego;
consuelo, en medio del llanto.
Ven, luz santificadora,
y entra hasta el fondo del alma
de todos los que te adoran.
Sin tu inspiración divina
los hombres nada podemos
y el pecado nos domina.
Lava nuestras inmundicias,
fecunda nuestros desiertos
y cura nuestras heridas.
Doblega nuestra soberbia,
calienta nuestra frialdad,
endereza nuestras sendas.
Concede a aquellos
que ponen en Ti su fe y su confianza
tus siete sagrados dones.
Danos virtudes y méritos,
danos una buena muerte
y contigo el gozo eterno.



Bendiciones!

22 de mayo de 2010

Fiesta de Pentecostés


¡Paz y bien para todos!

Un año más la Iglesia espera con alegría el regalo más grande que Dios hace a la humanidad con motivo de la Pascua de Cristo: el don del Espíritu Santo. La fiesta de Pentecostés fue instituida por el pueblo judío para celebrar la entrega de la Ley de Dios por medio de Moisés en el monte Sinaí.

Y también nosotros celebramos la entrega de una ley nueva y definitiva que ha sido promulgada por Cristo con su muerte y resurrección: la ley del amor de Dios que se nos da de un modo gratuito por los méritos de nuestro Salvador.

Todo cambia, pues ya no es el hombre el que tiene que hacer un gran esfuerzo personal para agradar a Dios y así obtener por sus propias fuerzas la salvación. Ahora es Dios el que declara al hombre su amor eterno y le pide simplemente que se deje amar. Con esta nueva ley ya no debemos atormentarnos acerca de nuestra relación con el Señor, pues Él ha declarado solemnemente que todos entramos en su corazón, que tan solo hace falta aprender a ser niños pequeños y dejarnos querer por Alguien que desde toda la eternidad pensó en nosotros y decidió darnos la vida para que pudiéramos compartirla con Él.

Este es el gran anuncio que Simón Pedro hace a los judíos el día de Pentecostés y sigue siendo el anuncio que la Santa Iglesia ofrece a todos los hombres. No nos olvidemos de lo esencial de nuestra fe, pues caeríamos en el error de convertirla en pura doctrina o moral si olvidáramos que es el Espíritu Santo, es decir, el amor de Dios hecho Persona, el gran protagonista de la acción del cristiano y en definitiva de la acción de toda la Iglesia.

Basta con que nuestro corazón desee vivamente la llegada de este amor para que se produzca de nuevo el milagro de Pentecostés.

Bendiciones!

21 de mayo de 2010

Como se demuestra el verdadero amor


¡Paz y bien para todos!

Reflexiones de Tomás de Kempis, La Imitación de Cristo, Capítulo 6, días 19, 20 y 21 de Mayo:
Hijo, aún no eres un amante valiente y prudente. ¿Porque Señor? Porque a la menor contrariedad abandonas lo comenzado y buscas con demasiada avidez las consolaciones. El amante valiente resiste a las tentaciones y no se deja seducir por las falaces insinuaciones del enemigo. Así como le agrado a la prosperidad, también le gusto a la adversidad.

El amante prudente no considera tanto el don del amado cuanto el amor del que da. Más bien mira a la voluntad del donante que al regalo recibido y pone a su amado por encima de todos los dones. El amante nombre no descansa en el obsequio sino en mí, que estoy más arribas de todas las dádivas.

Cuando no abrigas hacia mi o hacia mis santos tan elevados sentimientos como tú quisieras, no lo consideres todo perdido. Ese tierno y dulce afecto que de vez en cuando experimentas, es obra de la presencia de la gracia, y es un anticipo de la patria celestial. Sobre lo cual, no debes confiar demasiado porque va y viene. Solo la lucha contra las inclinaciones desordenadas del alma y el menosprecio de las sugerencias del demonio constituyen una señal de virtud y de gran mérito.

No te turben, por lo tanto, las imaginaciones raras que te sugieren cosas aún más raras. Mantén firme el propósito y la intención recta hacia Dios. No juzgues ser víctima de alucinación cuando te sientas como transportado en éxtasis para después volver nuevamente a las pequeñeces acostumbradas del corazón. Porque estas las sufres sin que tu voluntad las cause y mientras te den pena y las resistas te aumentarán el mérito y no la condena.

Recuerda que tu antiguo enemigo hace cualquier esfuerzo para impedirte la consecución de tus buenos propósitos y en alejarte de todos los ejercicios de piedad, como es honrar a los santos, la piadosa meditación de mi pasión, la útil contrición de tus pecados, la guardia del corazón y el propósito firme de adelantar en la virtud.

Te sugerirá además, muchos pensamientos malos para acobardarte y atemorizarte, para infundirte aversión a la oración y a la lectura espiritual. A él le desagrada sobremanera la humilde confesión y, si pudiese, te haría dejar la comunión.

No le creas, ni le hagas caso, aunque con frecuencia te arme lazos para seducirte. Cuando te sugiera pensamientos malos y torpes, devuélveselos a él y dile: vete de aquí, espíritu inmundo, avergüenzate miserable, debes ser muy sucio para traerme tantos y tales cosas a la imaginación. Apártate de mí, seductor perverso; no tendrás lugar alguno en mí. Jesús solo, como defensor invencible, estará en mí y tu serás confundido.
Bendiciones!

20 de mayo de 2010

Lecciones de Madre Teresa

¡Paz y bien a todos!

Compartimos una reflexión del Padre Julián López Amozurrutia:

"Hace pocos días tuve noticia de un episodio particularmente doloroso al interno de una familia. Un miembro de ella se sintió agredido por cierta situación, y en su reacción se detuvo a recitarles “sus verdades” a las personas por las que se sintió atacado.

Su intervención no fue de manera alguna explosiva; al contrario, haciendo alarde de una admirable contención, se cuidó de interpelar a cada uno de sus familiares a través de afirmaciones finamente seleccionadas, como esgrimiendo una filosa espada. Cada palabra estaba calibrada para lastimar profundamente. Es posible que incluso tuviera razón en alguna de sus apreciaciones, pero la cuestión no radicaba tanto en la verdad de lo que decía cuanto en la carga de odio que había inyectado en mencionarlo.

Comentando lo que ocurrió con algunos de los implicados, llegamos a la conclusión de que aquella persona llevaba en su interior tal cantidad de veneno contenido, que era digna de una gran compasión. Vino a nuestra mente aquella sentencia de Jesús: “De la abundancia del corazón habla la boca” (Mt 12,34). Es indiscutible que nuestras palabras, el modo de decirlas y la intención que nos mueve a emitirlas trasluce lo que llevamos en nuestro corazón: la bondad o mezquindad que hay en él. Una persona hiriente, en este sentido, debe ser considerada enormemente desgraciada.

Historias como ésta dejan ver que en ocasiones la necesidad de afirmar el propio “yo” toma como alternativa el imponerse al otro, en una lucha absurda y estéril. En realidad, pueden ocultar un trágico sentido de inferioridad y una cruel amargura.

El episodio me llevó a retomar un texto que había leído en un librito de la madre Teresa de Calcuta que un amigo sacerdote me obsequió para mi cuaresma. En él, madre Teresa deja ver que el camino de la humildad y la mansedumbre, contrario a lo que pueda parecer, significa en realidad una mayor fortaleza. La beata recomendaba allí a las hermanas de comunidad, para cultivar la humildad:
• “Hablar lo menos posible de sí mismas.
• Evitar la curiosidad.
• Aceptar las contradicciones con buen humor.
• No pararse en los defectos de los demás.
• Aceptar los reproches, aunque sean inmerecidos.
• Ceder frente a la voluntad de los demás.
• Aceptar insultos e injurias.
• Aceptar verse descuidadas, olvidadas, despreciadas.
• Ser corteses y delicadas, incluso si alguien nos provoca.
• No tratar de ser admiradas y amadas.
• No atrincherarse detrás de la propia dignidad.
• Ceder en las discusiones, aunque se tenga razón”.
Estas ideas no deben ser leídas como defensa de una falsa modestia o un enfermizo placer por la humillación. Nada más distante. Se trata, en cambio, del cultivo de una actitud interior que libera de presiones narcisistas y abre la puerta al respeto del otro como digno de atención en su persona, incluso por encima de sus errores y negligencias.

Ese camino de humildad se complementa con la cosecha interior de sentimientos nobles que emergen como disponibilidad ante la presencia del otro. En una estampita que circuló en torno a la beatificación de la madre, se incluía otro bello texto suyo, que llevaba como título La bondad:
“No permitas nunca que alguien venga a ti y se vaya sin ser mejor y sin estar más contento. Sé la expresión de la bondad de Dios. Bondad en tu rostro y en tus ojos, bondad en tu sonrisa y en tu saludo. A los niños, a los pobres y a todos los que sufren en la carne y en el espíritu, ofrece siempre una sonrisa alegre. Dales no solo tus curas, sino también tu corazón”.
Bendiciones!

19 de mayo de 2010

¿Quien resistirá su voz?

¡Paz y bien para todos!

Venía de misa meditando sobre la vergüenza que envuelve a la mayoría de los que participamos de ella, durante los cantos. Lo hacemos generalmente, de una manera tibia, como con miedo de hacer el ridículo, dando demasiada importancia al que está al lado, olvidándonos del momento que vivimos.

Los que alguna vez participamos de un coro o de un ministerio de música, aprendimos que no se canta en la misa, sino que se canta la misa.

El canto de la Palabra de Dios, como los Salmos, Evangelios, Epístolas es el canto de la voz de Dios; de lo que Dios nos ha revelado y vuelve a revelar por el Espíritu todo lo que contiene el depósito de la fe; pero ahora, con una vivencia renovada de aquella verdad y lo hará hasta el final de los tiempos, a través de la profecía y los cantos.

Este canto, al igual que la profecía, implica la fuerza y el poder de la misma Palabra divina que llega a lo íntimo del corazón humano y lo cambia. Por eso se nos ha revelado que la Palabra de Dios es viva, eficaz, más filosa que espada de dos filos, porque penetra en lo más profundo y es capaz de crear, transformar, convertir, vivificar y santificar el interior del hombre.

Todos estamos invitados a cantar para Dios y todos de alguna manera lo hacemos en la Iglesia. No sólo eso, sino que estamos invitados a cantar su Palabra: a ser sus profetas, cantando la Buena Noticia, transmitiendo el mensaje de Dios a los hombres, a responder el llamado de Dios a la evangelización. El ejemplo lo tenemos en los Salmos, libro cantoral por excelencia de la Palabra de Dios. También al profeta Jedutún lo encontramos profetizando al son de la cítara para celebrar y alabar a Yavé (1 Cro 25,3).

Canta el hombre entonces primordialmente para Dios. Canta para alabarlo, por su Sabiduría infinita, por su plan divino de salvación. Canta para proclamarlo su único Dueño y Señor. Su canto es oración de alabanza. El cristiano canta porque cree en su Palabra, porque confía y espera en sus palabras. Su canto es proclamación de fe, es oración de esperanza. Canta para agradecerle el don de su hijo Jesús y el don del Espíritu Santo. Canta para agradecerle su fidelidad, por todo lo que ha hecho, por todo lo que hace y por todo lo que hará. Hemos comenzado a vivir la vida eterna y por eso le cantamos agradecidos y le alabamos.

¿Que experimenta entonces nuestra alma después de entrar en el regocijo de la alabanza y la acción de gracias? Las compuertas del cielo parecen abrirse y se da una verdadera lluvia de gracias: dones, frutos y carismas que embellecen esta unión íntima con el Señor de la Vida. Así como en medio de los cánticos y alabanzas de Israel, Dios se manifestó en medio de ellos, del mismo modo lo sigue haciendo hoy a través de la acción del Espíritu Santo y sus dones, frutos y carismas que edifican y santifican la asamblea en una unión íntima.

Más aún, la morada que el escoge es el corazón del hombre que ama, confía, cree y tiene hambre y sed de Dios porque quiere permanecer todos los días de su vida junto a Dios, junto a las fuentes de agua viva y crecer a su vera como árbol frondoso cargado de frutos (Jr 17, 7-8).

Bendiciones!

18 de mayo de 2010

La gracia de Pentecostés

¡Paz y bien para todos!

La gracia de Pentecostés es parte del aspecto esencial del plan de Dios y del misterio pascual. Esta enraizada en la visión de Dios, que se revela explícitamente en la Epístola a los Efesios:
"Bendito sea el Dios y Padre de nuestro señor Jesucristo que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo; por cuanto nos ha elegido en él antes de la creación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor, eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia con la que nos agració en el Amado" (Ef 1, 3-6)
Esta nueva creación llega a través del misterio pascual. Jesús, por su Sangre, trajo el perdón del pecado y la reconciliación con Dios. El Espíritu se derramó sobre las nuevas criaturas que creyeran y aceptaran el plan de Dios. Como resultado, nos convertimos en una nueva creación. Pero para vivir esta vida de santidad, de no culpabilidad y de plenitud de amor, Jesús y el Padre derramaron el Espíritu sobre aquellos que creyeran y aceptaran el plan de Dios.

De ese modo, el papel del Espíritu es santificar y dar autoridad a aquellos que están redimidos y reconciliados para que puedan ser testigos y sirvan como discípulos de Jesús en el poder del Espíritu. Ser bautizados en el Espíritu. La gracia del bautismo es la gracia de la Redención y de la participación en la vida divina de Dios. Nos convertimos en templo del Espíritu Santo y somos llamados a vivir en el Espíritu. La gracia de Pentecostés es la activación del poder del Espíritu ya dados a nosotros en el bautismo, pero ahora activado y liberado para el servicio en nombre del Reino de Dios.

La gracia de Pentecostés se da una vez, pero debido a nuestra naturaleza humana necesita ser renovada para que se reavive una y otra vez, de modo que todo el propósito de Dios lo podamos alcanzar en nuestras vidas. Eso era lo que quería decir Pablo a Timoteo cuando escribió "Por esto te recomiendo que reavives el carisma de Dios que está en tí por la imposición de mis manos" (2 Tm 1, 6)

La gracia de Pentecostés es liberada de modo que podamos cumplir nuestra misión de testigos de Jesús con signos y prodigios como credenciales nuestras. De este modo, por este favor especial de Dios, podremos cumplir el mandato de Jesús: "De cierto os digo: el que en mi cree, las obras que yo hago, él las hará también, y aún mayores las hará" (Jn 14, 12).

Para la gloria de Dios!

Bendiciones,



Fuente: Revista Resurrección - RCC

17 de mayo de 2010

Dios no ha pronunciado su última palabra


¡Paz y bien para todos!

Les había compartido como me impacta la orden que Dios le da a Moisés cuando el episodio de encontrarse con la zarza ardiendo.

La Biblia dice en Éxodo 3, 6b que: "Moisés se cubrió el rostro porque tuvo miedo de ver a Dios". Este es otro detalle que caracteriza a las experiencias místicas. Quien ha tocado el misterio divino, para evitar engaño de los sentidos, no puede sino cubrirse el rostro para internarse en el santuario de si mismo, donde se refleja la esencia divina, y así evitar espejismos que engañan a uno; no es para no ver, sino para contemplar en la pantalla del propio ser, la imagen y semejanza divina que ha sido plasmado en la más íntimo de cada hombre y cada mujer.

La vida de Moisés anclada más allá del desierto, fue alcanzada por el fuego del Horeb y arderá sin consumirse, Moisés se convierte en una zarza, se convierte en signo de esperanza para el pueblo oprimido por la esclavitud. La experiencia del encuentro con Dios deja un huella tan profunda en su vida y marcará toda su historia: comprenderá que ante la eternidad divina, todo pasa; que las dulzuras, así como los sufrimientos de este mundo, son transitorios y que nada puede compararse con ese misteriosos fuego que no consume la zarza.

Sólo se da el encuentro con el Dios liberador y se perciben sus signos cuando nos adentramos por caminos vírgenes y nos atrevemos a soñar en lo que nadie esperaba. Sólo entonces se da la manifestación del Dios liberador.

Mientras no rompamos los moldes preestablecidos y no nos abramos a lo inédito, nuestro Dios renunciará a manifestarse en las estrechas fronteras donde lo encajonamos. Mientras el hombre no abra la puerta de su eternidad y descalzo, descubra que hay un camino más allá de las apariencias visibles, no aprenderá a ser verdaderamente hombre.

Si creemos que ya llegamos a la meta y que se ha agotado la fuente de las sorpresas, nos volvemos ciegos para descubrir la novedad en lo más ordinario de la vida. Ya no esperamos nuevas maravillas y se apagan las ilusiones. Cuando la rutina marca el ritmo de la existencia, entonces se vive en la peor de todas las esclavitudes: más acá del desierto, cobijados por el tedio y apropiados por la monotonía. Esa cárcel ya no merece el regio nombre de vida.

Dios no ha pronunciado su última palabra ni su imaginación ha palidecido. Las cosas más hermosas de la historia, están todavía en el calendario y no en los museos para sentir nostalgia de aquellos tiempos. Un mundo nuevo da la bienvenida a todo aquel que renuncie a su propio programa, para traspasar sus rígidos esquemas y decidir ir más allá del desierto.

Bendiciones!

16 de mayo de 2010

La ascensión de nuestro señor Jesucristo


¡Paz y bien para todos!

Evangelio de san Lucas 24, 46-53
En aquel tiempo, Jesús se apareció a sus discípulos y les dijo: "Está escrito que el Mesías tenía que padecer y había de resucitar de entre los muertos al tercer día, y que en su nombre se había de predicar a todas las naciones, comenzando por Jerusalén, la necesidad de volverse a Dios para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de esto. Ahora Yo les voy a enviar al que mi Padre les prometió. Permanezcan, pues, en la ciudad, hasta que reciban la fuerza de lo alto". Después salió con ellos fuera de la ciudad, hacia un lugar cercano a Betania; levantando las manos, los bendijo y mientras los bendecía, se fue apartando de ellos y elevándose al cielo. Ellos, después de adorarlo, regresaron a Jerusalén, Ilenos de gozo, y permanecían constantemente en el templo, alabando a Dios.
Estamos celebrando la Fiesta de la Ascensión de Jesucristo nuestro Señor al Cielo. Y esta Fiesta nos provoca sentimientos de alegría, pues el Señor asciende para reinar desde el Cielo (¡El es el Rey del Universo!). Pero también evoca sentimientos de nostalgia, pues Jesucristo se va ya de la tierra.

Si la Transfiguración del Señor en el Monte Tabor ante Pedro, Santiago y Juan fue algo tan impresionante, ¡cómo sería la Ascensión! Todos los presentes quedaron impresionados de la despedida del Señor, que fue ciertamente triste para ellos, pero también de alegría, pues el Señor subía glorioso para sentarse a la derecha del Padre ... Y Jesús subía y subía, refulgente, El que es el Sol de Justicia ... hasta que fue ocultado por una nube.

El impacto de este misterio fue tal, que aún después de haber desaparecido Jesús, los Apóstoles y discípulos seguían en éxtasis, mirando fijamente al Cielo. Fue, entonces, cuando dos Ángeles interrumpieron ese éxtasis colectivo de amor, de nostalgia, de admiración al Señor, cuyo cuerpo radiantísimo había ascendido al Cielo, y les dijeron los dos Ángeles al unísono: “¿Qué hacen ahí mirando al cielo? Ese mismo Jesús que los ha dejado para subir al Cielo, volverá como lo han visto alejarse” (Hech. 1, 11).

Como enseñanza de la Ascensión es importante recordar ese anuncio profético de los Ángeles sobre la Segunda Venida de Jesucristo. Fijémonos bien: nos dicen los Ángeles que Cristo volverá de igual manera como se fue; es decir, en gloria y desde el Cielo. Jesucristo vendrá en ese momento como Juez a establecer su reinado definitivo.

Así lo reconocemos cada vez que rezamos el Credo: de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su Reino no tendrá fin. El misterio de la Ascensión de Jesucristo es, también, un misterio de fe y esperanza en la vida eterna. La misma forma física en que se despidió el Señor -subiendo al Cielo- nos muestra nuestra meta, ese lugar donde El está, al que hemos sido invitados todos, para estar con El.

Ya nos lo había dicho al anunciar su partida: “En la Casa de mi Padre hay muchas mansiones, y voy allá a prepararles un lugar ... Volveré y los llevaré junto a Mí, para que donde Yo estoy, estén también ustedes” (Jn. 14, 2-3).

Que la Ascensión de Jesucristo al Cielo en cuerpo y alma gloriosos nos despierte el anhelo de ir al Cielo, nos despierte la esperanza de nuestra futura inmortalidad, en cuerpo y alma gloriosos. Que nos asegure en la fe en nuestra resurrección para no dejarnos engañar por esa patraña, esa esperanza falsa, que es la tal re-encarnación.

Recordemos que nuestra esperanza está en resucitar en cuerpo y alma gloriosos como El, para disfrutar con El y en El de una felicidad completa, perfecta y para siempre. La Ascensión de Jesucristo nos recuerda también la promesa que hizo a los Apóstoles -y nos la hace a nosotros también- sobre la venida del Espíritu Santo.

Es el Espíritu Santo -el Espíritu de Dios- quien nos enseña y quien recuerda todo lo que Cristo nos dijo. Su venida la celebraremos el próximo Domingo.

Por eso, este tiempo previo a Pentecostés debiera ser un tiempo de oración, como lo tuvieron los Apóstoles después de la Ascensión. Ellos se reunían diariamente a orar con la Madre de Jesús, quien los consolaba y los animaba para cumplir la misión que el Señor les había encomendado. Así estamos nosotros hoy también. Tenemos una misión que nos ha encomendado Jesucristo, nos lo han recordado los Papas, y nos lo están pidiendo nuestros Obispos.

En su Carta Apostólica, Nuovo Millennio Ineunte (Al comienzo del nuevo milenio), el Papa Juan Pablo II nos pidió reforzar e intensificar la Nueva Evangelización y nos dio sus instrucciones: santidad, oración, primacía de la gracia, vida sacramental, escucha de la Palabra de Dios, para luego anunciar la Palabra de Dios.

Y tengamos en cuenta, además, lo que llama el Papa en su Carta “la primacía de la gracia”. Se refiere a nuestra respuesta a la gracia, recordándonos que “sin Cristo, nada podemos hacer”. Y para poder vivir esa verdad tan olvidada, de que nada somos sin la gracia de Cristo, el Papa nosinsiste en la necesidad de la oración.

Nadie puede dar lo que no tiene. Tenemos que llenarnos de Dios para llevarlo a los demás. Tenemos que llenarnos de la Palabra de Dios, para poder anunciarla a los demás. Bien decía Santa Teresa de Jesús: “Orar es llenarse de Dios para darlo a los demás”.

Y no tengamos la idea equivocada de que la oración nos hace perder tiempo necesario para la acción: muy por el contrario, la oración nos hace mucho más eficientes en la acción. Tampoco debemos temer que la oración nos encierre dentro de nosotros mismos. Es también lo contrario: la verdadera oración, lejos de replegarnos sobre nosotros mismos, más bien nos impulsa a la acción. Pero sucede que, desde la oración, nuestra acción será verdaderamente guiada por el Espíritu Santo. Así estamos dando a Cristo y a su gracia la primacía que nos pide el Papa.

Que la Ascensión del Señor nos despierte, entonces, el deseo de responder a su llamado a evangelizar que nos hizo precisamente justo antes de subir al Cielo. Los Apóstoles, discípulos y primeros cristianos realizaron la Primera Evangelización. Nosotros, los cristianos de este tercer milenio, estamos llamados a realizar la Nueva Evangelización.

Que el Espíritu Santo que esperamos nos renueve interiormente en su próxima Fiesta de Pentecostés para cumplir el mandato de Cristo y el llamado de la Iglesia.

Bendiciones

15 de mayo de 2010

Efectos maravillosos del amor de Dios


¡Paz y bien para todos!
"Te bendigo, Padre Celestial, Padre de mi Señor Jesucristo, porque te has dignado acordarte de mi, pobre miserable.

¡Oh Padre de las misericordias y Dios de toda consolación! (2 Cor 1-3) gracias porque me llenas a veces de alegría a mi, indigno de todo consuelo. Te glorifico y siempre te bendigo por los siglos de los siglos en unión con el Hijo, tu Unigénito y el Espíritu Santo Paráclito.

¡Señor, Dios mio y santo amigo mío! Cuando vengas a mi corazón se alegrarán todas mis entrañas. Tu eres mi gloria y la alegría de mi corazón. Tu eres mi esperanza y el refugio en el día de mi tribulación (Sal 3, 4; 118, 111; 58, 17)

Como todavía soy débil en el amor e imperfecto en la virtud, necesito que me fortalezcas y me ayudes. Por eso, visítame con más frecuencia, Señor, y enséñame tus caminos de santidad. Líbrame de mis malas pasiones y purifica mi corazón de toda aflicción desordenada, para que, sano y robustecido en el corazón, se apto para amarte, valiente para sufrir y constante para perseverar.

Gran cosa es el amor y sumamente deseable. El solo, hace liviano todo lo pasado, llevadero todo lo amargo y soporta con ánimo parejo todo lo difícil. Lleva las cargas sin sentirlas y hace dulce y sabroso todo lo amargo.

El amor de Jesús es noble, nos anima a hacer grandes cosas y nos estimula para alcanzar la perfección.

El amor quiere estar en lo más alto y no ser detenido por nada de aquí abajo.

El amor anhela ser libre y desprendido de todo apego mundano para que sus ansias de cielo no sean interrumpidas ni estorbadas por intereses temporales ni abatidas por la adversidad.

Nada hay más dulce que el amor y nada más fuerte, más alto, más vasto, más suave, más completo y más perfecto en el cielo y en la tierra. Porque el amor proviene de Dios y, por encima de todo lo creado, no puede hallar descanso sino en el mismo Dios."
Bendiciones,



Fuente: Reflexiones de días 14 y 15 de este mes en la Imitación de Cristo, Tomás de Kempis

14 de mayo de 2010

El sacramento de la reconciliación


¡Paz y bien para todos!

Aquellas personas que buscan pretextos para cumplir con este sacramento, encuentran razones para no hacerlo. Dios que es respetuoso e ingresa solo si uno lo deja entrar, escucha estas diez (10) razones:


  1. Porque prefiero pedirle perdón a Dios directamente, sin intermediarios.
  2. Porque mis pecados son una cosa especial, algo muy personal que solo yo -que fui el autor- los entiende.
  3. Porque no quiero aburrir ni hacer perder el tiempo a una persona tan ocupada como es el sacerdote.
  4. Porque me siento ridículo en el confesionario arrodillado y susurrándole a la ventanita.
  5. Porque me da vergüenza cuando no hay confesionario y tengo que dirigirme al cura así no más, a cara descubierta.
  6. Porque, en fin de cuentas, hay gente que peca mucho más que yo, y si voy a confesarme quizás estoy ocupando el lugar de alguien que lo necesita más que yo.
  7. Porque el daño ya está hecho y confesar las barbaridades que hice no hice desaparecer el daño.
  8. Porque el sacerdote es un ser humano y puede sucumbir a la tentación de contarle a alguien las cosas que le confesé.
  9. Porque es posible que Dios únicamente perdone aquellas faltas que fueron comunicadas a un cura.
  10. Porque no creo que una persona común y corriente tenga derecho a decidir que es lo bueno y que es lo bueno o lo de mis acciones, por más cura que sea.
También hay razones para confesarse. La primera, la más importante, es ésta: la confesión existe porque Jesús quiso que fuera así. En el evangelio de Juan cuando Jesús resucitado se le aparece a los apóstoles les dijo esto "Reciban el Espíritu Santo; a quienes ustedes perdonen, queden perdonados y a quienes no libren de sus pecados, queden atados" (Juan 20, 22-23)

Entonces, la primera razón que podemos dar es esta: la confesión con un sacerdote existe porque fue así como lo quiso Dios.

Pero hay una segunda razón que tiene mucha importancia. Jesús nos conoce bien. Sabe como somos y que necesitamos. Cuando instituye el sacramento de la reconciliación, Jesús lo hace respondiendo a una necesidad que está en la raíz de nuestra condición humana. Porque no solo necesitamos que Dios nos perdone, sino también necesitamos que alguien nos escuche y nos confirme que ese amor de Dios nos perdona.

Dice Monseñor Jorge Casaretto en su libro "Diálogos en tiempo de zapping": " El sacerdote, con toda su limitación humana -porque somos limitados- puede responderle a las personas en nombre de Dios, porque tiene una gracia especial para celebrar los sacramentos. Dios nos inspira a los curas de tal modo que, en el momento de la penitencia, pone sus palabras en nuestra bocas, sobre todo para consolar a la gente que está angustiada por un pecado y pueda, así, comprobar que Dios tiene una respuesta para darle. Para mi, como sacerdote, sentarme en el confesionario es una de las experiencias más fascinantes de mi vida. Esta experiencia que vivo como confesor me asegura y me confirma que, cuando Jesús inventó este sacramento, lo hizo respondiendo a una necesidad que tenemos todos los seres humanos"

"El sacramento de la reconciliación no es fácil. No es sencillo contar los propios pecados. Pero se que es la gracia de Dios que, a través de un sacerdote, viene a mi corazón para perdonarme, y eso me da mucha paz. Yo vivo el perdón de Dios y de su misericordia. Si yo no me confesara, me faltaría la gracia de Dios para seguir avanzando en mi vida sacerdotal".

Sea como sea, cualquier lugar es bueno para hacerlo. ¡Animo!

Bendiciones,



13 de mayo de 2010

Te veo

¡Paz y bien para todos!


Bendiciones, la paz de Cristo!

11 de mayo de 2010

Descalzarse para entrar en el otro


¡Paz y bien para tod@s!

Recibimos una reflexión relacionada con aquella bendición de Dios que publicamos en el título Quítate las sandalias, y que ahora les compartimos.
Una mañana, meditando un anuncio me encontré con una expresión que resonó de una manera muy especial en mi corazón: “Descalzarse para entrar en el otro”.
Le pregunté al Señor qué significaba esto. Se me ocurrían palabras como respeto, delicadeza, cuidado, prudencia. Me sentí impulsado a leer las palabras del Exodo 3,5: “No te acerques más, sácate tus sandalias porque lo que pisas es un lugar sagrado”. Fueron las palabras de Yahvé a Moisés ante la zarza que ardía sin consumirse, y pensé: “Si Dios habla al interior de mi hermano, su corazón es un lugar sagrado”.
No tardé en ponerme en oración. Jesús me presentaba uno a uno a mis amigos y conocidos y luego a otros, y descubrí cómo habitualmente entro en el interior de cada uno sin descalzarme, simplemente entro: sin fijarme en el modo, entro. Experimenté una fuerte necesidad de pedir perdón al Señor y a mis hermanos. Sentí que el Señor me invitaba a descalzarme y luego a caminar. Inmediatamente experimenté una resistencia: “no quería ensuciarme”. Me resultaba más seguro andar calzado en los otros: la comodidad y el temor.
Vencido este primer momento comencé a caminar y el Señor a cada paso iba mostrándome algo nuevo. Advertí como descalzo podía descubrir las alternativas del terreno que pisaba, distinguir lo húmedo y lo seco del pasto de la tierra. Necesitaba mirar a cada paso lo que pisaba, estar atento al lugar donde iba a poner mi pie.
Me di cuenta de cuántas cosas del interior de mis hermanos se me pasan por alto, las desconozco, no las tengo en cuenta por entrar calzado, con la mirada puesta en mi o disperso en múltiples cosas. Pude ver también cómo descalzo, caminaba más lentamente; no usaba mi ritmo habitual, sino tratando de pisar suavemente. Donde mis zapatos habían dejado marcas, mi pie no las dejaba. Pensé entonces cuántas marcas habré dejado en el corazón de mis hermanos a lo largo del camino y experimenté un gran deseo de entrar en los otros sin dejar un cartel que diga: “aquí estuve yo”.

Por último, fui atravesando distintos terrenos, primero de pasto, luego un camino de tierra hasta llegar a una subida y con piedras. Sentí ya deseos de detenerme y volver a calzarme, pero el Señor me invitó a caminar descalzo un poquito más. Advertí que no todos los terrenos son iguales y no todos mis hermanos son iguales. Por tanto, no puedo entrar en todos de la misma manera. Esta subida me exigía aún más lentitud y cuando más suavemente pisaba, el dolor de mis pies era menor.

Esto me decía: “Cuanto más difícil sea el terreno del interior de mi hermano, más suavidad y más cuidado debo tener para entrar” Después de este recorrido con el Señor, pude ver claramente que descalzarse es entrar sin prejuicios, ...atento a la necesidad de mi hermano, sin esperar una respuesta determinada, es entrar sin intereses, despojado de mi alma.

Porque creo, Señor, que estás vivo y presente en el corazón de mis hermanos, es que me comprometo a detenerme, a descalzarme y entrar en cada uno como en un lugar sagrado...
¡Gloria a Dios!

Bendiciones,

9 de mayo de 2010

La Santísima Trinidad

¡Paz y bien para tod@s!

Evangelio según San Juan 14,23-29, 6º domingo de Pascua
"Jesús le respondió: "El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él. El que no me ama no es fiel a mis palabras. La palabra que ustedes oyeron no es mía, sino del Padre que me envió. Yo les digo estas cosas mientras permanezco con ustedes. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho. Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo. ¡ No se inquieten ni teman ! Me han oído decir: 'Me voy y volveré a ustedes'. Si me amaran, se alegrarían de que vuelva junto al Padre, porque el Padre es más grande que yo. Les he dicho esto antes que suceda, para que cuando se cumpla, ustedes crean."
En el Evangelio Jesús nos habla de sí mismo y nos habla también del Padre y del Espíritu Santo. Reflexionar la realidad de Jesús, la del Espíritu Santo y la del Padre, como personas divinas, o sea, el misterio de la Santísima Trinidad. La realidad es que en nuestros templos y desde hace tiempo, salvo las honrosas excepciones de siempre, hemos oído hablar casi exclusivamente de Jesucristo, es decir de hacer de Cristo la única persona, con el olvido de las otras dos. La Iglesia es Trinitaria por esencia.

Ahora bien, esa verdad de fe, ese gran misterio, tan importante pues se refiere a la esencia misma de Dios ¿qué influencia tiene para nuestra vida? Porque, comprenderlo no podemos. ¿Recuerdan que eso también se nos enseñaba? Entonces ¿cómo aplicar a nuestra vida diaria de cristianos eso de que Dios es Uno en Tres Personas?

Este gran misterio al cual no nos es posible acceder porque nuestra limitada capacidad intelectual no es suficiente para comprender verdades infinitas como son las verdades de Dios, es -sin embargo- de gran significación para nuestra vida espiritual.

Entonces ... ¿cómo podemos vivir este misterio? Mientras alcancemos a ver a Dios tal cual es, mientras lleguemos a la Jerusalén Celestial, en la cual estaremos en Dios y El en nosotros, Jesús nos ha ofrecido una presencia interior de la Santísima Trinidad cuando nos dijo: “El que me ama, cumplirá mi palabra y mi Padre lo amará y haremos en él nuestra morada”.

Quiere decir que aquí en la tierra somos llamados a participar de la vida de Dios Trinitario de una manera velada, no plena, pero en el Cielo podremos vivirlo a plenitud, porque veremos a Dios tal cual es. En efecto, nuestro fin último es la unión para siempre con Dios en el Cielo. Pero desde aquí en la tierra podemos comenzar a estar unidos a la Santísima Trinidad y a ser habitados por ésta, pues Jesucristo nos lo ha prometido.

Por la Sagrada Escritura podemos deducir cómo puede darse la maravilla que es la inhabitación de la Santísima Trinidad en nosotros: el Espíritu Santo va realizando su obra de santificación en cada uno de nosotros, la cual consiste en irnos haciendo semejantes al Hijo.

Para eso hay que dejar al Espíritu Santo obrar en nosotros, por lo que debemos ser perceptivos y también dóciles a sus inspiraciones, que siempre nos llevan a buscar y cumplir la Voluntad de Dios. El Hijo, entonces, si El quiere, nos lleva al Padre. “Nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquéllos a quienes el Hijo se los quiera dar a conocer” (Mt. 11, 27). Cabe preguntarnos, entonces, ¿cuándo será que Jesús nos quiere dar a conocer el Padre?

Es justamente lo que nos ha dicho: “El que me ama, cumplirá mi palabra y mi Padre lo amará y haremos en él nuestra morada”. Es decir, Jesús nos llevará al Padre cuando vayamos respondiendo a la condición que El nos pide: amarlo, cumpliendo la Voluntad de Dios. Y esto nos lo va indicando el Espíritu Santo.

Sólo así podremos vivir desde la tierra este misterio de la unión de nosotros con Dios y de nosotros entre sí, tal como el Hijo rogó al Padre antes de su Pasión y Muerte: “Que sean uno como Tú y Yo somos uno. Así seré Yo en ellos y Tú en Mí, y alcanzarán la perfección de esta unidad” (Jn. 17, 21-23).

Sólo así podremos comenzar a vivir esa Paz que el Señor nos ofrece, la cual será plena solamente en el Cielo, pero desde aquí podemos comenzar a saborear esa Paz que no es como la paz que el mundo nos ofrece. La paz que el mundo ofrece es mera ausencia de guerras. O tal vez, evasión de los problemas, o de discusiones y conflictos, y hasta del sufrimiento.

La Paz de Cristo es otra cosa: es vivir en Dios en medio de los problemas y sufrimientos. Consiste esta Paz en poder estar serenos en medio de las tribulaciones. Consiste en sentirnos cómodos dentro de la Voluntad de Dios. Significa, también, poder estar confiados y sin temor en medio de la lucha contra el Maligno, que cada día se hace más evidente.

En el Evangelio también nos da a conocer Jesús otra de las formas cómo el Espíritu Santo va realizando su labor de santificación en nosotros: “El les enseñará todas las cosas y les recordará todo cuanto Yo les he dicho”. ¡Qué privilegio! Tener a Dios Espíritu Santo como maestro (“les enseñará”) y como apuntador (“les recordará”).

Para tener al mismo Dios como maestro y apuntador, es necesaria, muy necesaria la oración. En la oración genuina el Espíritu Santo nos guía, nos enseña y nos recuerda todo lo que debemos saber. Y nos va mostrando la Voluntad de Dios.

Meditemos, entonces, en la profundidad del Misterio Trinitario, para poder así vivir lo que repetimos al comienzo de la Misa: La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el Amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo esté con todos nosotros, y podamos también comenzar a vivir la unión de nosotros con la Santísima Trinidad y de nosotros entre sí.

Bendiciones,

8 de mayo de 2010

El poder de la alabanza ante el Señor


¡Paz y bien para tod@s!

"Pon tu alegría en el Señor, el hará lo que desea tu corazón.
Pon tu porvenir en manos del Señor, confía en él y déjalo actuar
" Sal 37, 4-5)

Si tuviéramos que mostrarle a un amigo el camino más corto y más seguro para alcanzar la felicidad y la perfección, sería el de dar gracias y alabar a Dios por cada cosa que le sucede. Es la mejor forma de transformarla en bendición. Con esto, no haría más que cumplir con el pedido del Apóstol san Pablo cuando dice a los de Tesalónica (1 Te 5, 16-18) "Estén siempre alegres, oren sin cesar y en toda ocasión den gracias a Dios, esta es por voluntad de Dios, vuestra vocación de cristianos". Pablo nos está diciendo que empleemos siempre la oración de alabanza en todos los acontecimientos de la vida.

Alabando a Dios, experimentamos pronto el resultado de una actitud de constante gratitud y, a su vez, nuestra fe es fortalecida y podemos continuar viviendo de este modo. La alabanza esta basada en una aceptación total y gozosa de lo presente como parte de la voluntad perfecta y amorosa de Dios para nosotros. La alabanza no está basada solamente en lo que pensamos o esperamos que suceda en el futuro. Alabamos a Dios también, para deleitarnos en él, como escribió el salmista (Sal 37, 4) "Pon tu alegría en el Señor, él hará lo que desea tu corazón".

Este es su plan y deseos para nosotros. Dios tiene un perfecto plan para nuestras vidas, pero no nos puede impulsar a dar el próximo paso de su plan hasta que aceptemos gozosamente nuestra situación presente, como parte de ese plan. Lo que haya de ocurrir después es cosa de Dios y no nuestra.

Cualquier forma de oración sincera abre las puertas al poder de Dios para entrar en nuestra vida. Pero la oración de alabanza pone en acción el poder de Dios más que cualquier otra forma de petición. El principio de la Biblia es muy claro: la aceptación es antes de la comprensión. La razón para ello es sencilla. Nuestro entendimiento humano es tan limitado que no podemos captar la magnitud de los propósitos y del plan de Dios para su creación. Si nuestro entendimiento hubiese de ir antes de la aceptación, no podríamos aceptar muchas cosas. Dios solamente nos pide que confiemos en él, que lo alabemos y que dejemos que el actúe.

La alabanza es una respuesta activa a lo que sabemos que Dios ha hecho y está haciendo en nuestras vidas en este mundo por medio de su Hijo Jesucristo y la persona del Espíritu Santo. Hagamos nuestra a menudo esta oración:
"Señor Jesús, sabemos que tú nos amas. Ayúdanos a confiar en que tú estás obrando lo que sabes que es lo mejor para nosotros; de modo que te damos gracias por lo que esta sucediendo. Te alabamos ¡oh Dios! por tu sabiduría y amor para con nosotros"
Y agregamos una segunda oración muy bonita y eficáz:
"Dios mío, te doy gracias porque mi vida es como es. Cada problema que tengo ha sido un don tuyo para llevarme al lugar en que ahora estoy. No habrías permitido cualquiera de estas cosas si no hubieses sabido que era lo mejor para mí. ¡Oh Dios, verdaderamente me amas! Yo lo pienso así, Dios mío, yo se que tu me amas"
La alabanza relaja el poder Dios en nuestra vida y circunstancias, porque la alabanza es la fe en acción. Si confiamos plenamente en Dios, él está libre para obrar y él da siempre la victoria. La alabanza es una aceptación permanente de lo que ha realizado o esta realizando en nuestra vida. Entramos en una actitud de alabanza por un acto de nuestra voluntad, por una decisión libre y voluntaria de alabar a Dios.

Siempre el Señor Jesús quiere que hagamos de nuestras vidas, un continua oración de alabanza, porque pase lo que pase Jesús siempre desea lo mejor para nosotros que somos los hijos predilectos y nunca nos olvida, ni puede olvidarnos.

Bendiciones!



Con textos del Hermano Emilio Garione

7 de mayo de 2010

Quítate las sandalias


¡Paz y bien para todos!

Uno de los pasajes del Antiguo Testamento que más me impacta está en Exodo 3,5 donde Dios le dice a Moisés, "Quitate las sandalias, porque el suelo que pisas es sagrado". Es lo que me parece que todos sentimos cuando entramos al templo, pero con una mayor profundidad cuando estamos frente al Sagrario, frente a la morada del Señor de Señores.

Es una voz que con suavidad y firmeza imparte una orden imposible de desobedecer.

La manifestación de Jesús en el Sagrario, es la zarza que ardía frente a Moisés; mientras el fuego cruje, el monte entero esta abrazado por las llamas que todo lo penetra. El cielo se ha enrojecido como un espejo de rubí y todo el ambiente brilla de una manera incomparable.

El Dios revelado que exige absoluto respeto. Para acercarnos a Él se necesita tener clara conciencia de estar internándose en territorio de santidad y trascendencia y para sintonizar con Él hay que caminar descalzos, amoldándonos a los pasos de Dios. Amoldarnos es desprendernos de nuestro esquema de vida. Estar descalzos, es desnudarnos frente a El. En esa pobreza radica la verdadera riqueza del hombre que no vale por lo que lleva puesto ni por lo que ha hecho, sino por él mismo; desnudo, porque la dignidad radica en su ser y no en ninguno de los accidentes de su vida.

Por otro lado, descalzarse es mostrar las propias limitaciones, para que la escoria pueda ser purificada por las llamas incandescentes de la zarza; no se trata de negar las limitaciones, sino de presentarlas delante del fuego que puede destruir los defectos, o a la luz de su resplandor encontrarles un lugar en la armonía de la vida.

Moisés, sentía la candente arena. El calor lo penetraba de tal manera que ya estaba embelesado por la divinidad. Ha aprendido la lección: no podemos obligar a Dios a marchar al mismo ritmo que nuestros pasos; sino, descalzos, hemos adaptarnos al suyo. Para adentrarse al misterio hay que desnudarse y tocar con los pies la tierra de la que fuimos hechos. Las sandalias ya no son necesarias, porque no hay que caminar hacia adelante, sino sumergirse en lo profundo. Escuchar dentro de sí, para percibir al incendio que nos abrasa.

Dios se manifiesta en nuestro propio desierto para integrarnos en su plan de salvación. Nuestro desierto, refugio de frustraciones y sinsabores que fue cárcel durante tantos años, de pronto, con la presencia viva de Dios, canonizado, santificado, requiere que nos reconciliemos con él, que lo aceptemos como un camino de purificación. Nuestro árido desierto ya no será enemigo, sino el puente hacia la tierra prometida.

Bendiciones,


Sobre textos de José H. Prado Flores

6 de mayo de 2010

El celibato no es intocable

por Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo de San Cristóbal de Las Casas

Tal es la afirmación que hizo en Barcelona el Cardenal Tarcisio Bertone, el colaborador más cercano del Papa Benedicto XVI, en una entrevista a un diario local. También dijo que el celibato es “una tradición positiva”, y que la pederastia clerical no tiene una relación “directa” con el mismo. En efecto; el celibato no es un dogma de fe, que lo haría intocable; no es una imposición arbitraria e inhumana; tampoco es causante de los abusos de niños por clérigos, pues se dan muchísimos más casos de este delito en las familias y por parte de personas casadas.

Comentaristas ignorantes de la vida de la Iglesia, pero que presumen y alardean como si supieran, de inmediato dijeron que se abría una puerta para acabar con el celibato obligatorio para los sacerdotes. Otros repitieron lo que siempre dicen: que el celibato es antinatural, que es una aberración contra la naturaleza, que es imposible de vivir, que es un control eclesial para tener poder y dinero, etc. ¡Cuánta insensatez! Como ellos no viven ni siquiera castos, se imaginan que este estilo de vida no es humano. Como para ellos el libertinaje sexual es su norma de vida y no pueden vivir sin goces genitales de cualquier tipo, se burlan de quienes hemos hecho del celibato una opción gozosa y fecunda. El hecho de que haya fallas, no justifica su abolición. Es como si, por el hecho de que muchos esposos y esposas son infieles, por ello habría que eliminar la unidad y la indisolubilidad del matrimonio… O pedir que, porque muchos se emborrachan, se drogan, mienten y roban, por ello fueran legítimos estos excesos… Nada más absurdo.

El celibato sacerdotal no es una cadena, sino un don, una gracia, un carisma que no a todos se concede, un llamado de Dios, una vocación, a la que respondemos libremente si queremos; quien no quiere, o no puede mantenerse casto, o no descubre signos de ser llamado a este estilo de vida, no se compromete a vivir célibe. Es una libre opción de vida, inspirada en el modelo que escogió Jesús para sí y que recomendó vivamente. La Iglesia latina, por una experiencia sostenida por el Espíritu Santo, pide para el sacerdocio hombres consagrados en su totalidad a este ministerio. Sin embargo, como Jesús advirtió, “no todos entienden esto, sino solamente aquellos a quienes se ha concedido” (Mt 19,11).

El Concilio Vaticano II, que marca el sendero por el que el Espíritu sigue guiando a su Iglesia, expresó: “La perfecta y perpetua continencia por amor del reino de los cielos, recomendada por Cristo Señor, aceptada de buen grado y laudablemente guardada en el decurso del tiempo y aún en nuestros días por no pocos fieles, ha sido siempre altamente estimada por la Iglesia de manera especial para la vida sacerdotal. Ella es, en efecto, signo y estímulo al mismo tiempo de la caridad pastoral y fuente particular de fecundidad espiritual en el mundo. No se exige, ciertamente, por la naturaleza misma del sacerdocio, como aparece en la práctica de la Iglesia primitiva y por la tradición de las iglesias orientales… El celibato, empero, está en múltiple armonía con el sacerdocio… Por el celibato guardado por amor del reino de los cielos, se consagran los presbíteros de nueva y excelente manera a Cristo, se unen más fácilmente a El con corazón indiviso, se entregan más libremente, en El y por El, al servicio de Dios y de los hombres, sirven más expeditamente a su reino y a la obra de la regeneración sobrenatural y se hacen más aptos para recibir más dilatada paternidad en Cristo” .

¡No es fácil mantenerse célibes, en este mundo tan erotizado en que vivimos! Por ello, la comunidad debe ayudarnos a vivir nuestra vocación, y corregirnos, si nos desviamos. Los presbíteros han de ser prudentes, vigilantes, orar mucho y no dejarse engullir por el medio ambiente. Dice el Concilio: “Cuanto más imposible se juzga por no pocos la perfecta continencia en el mundo del tiempo actual, tanto más humilde y perseverantemente pedirán los presbíteros, a una con la Iglesia, la gracia de la fidelidad, que nunca se niega a los que la piden, empleando al mismo tiempo todos los subsidios sobrenaturales y naturales, que están al alcance de todos. No dejen de seguir, señaladamente, las normas ascéticas que están probadas por la experiencia de la Iglesia, y que no son menos necesarias en el mundo actual” .

Bendiciones,

5 de mayo de 2010

Dejarse guiar por el Espíritu


¡Paz y bien para todos!

Nada más pernicioso para la Iglesia que tomar la frase (del título) tan repetida por nuestros sacerdotes en sus homilías, como un abstracto sin mayores consecuencias para nuestra vida de fe; hermanos, se trata de la nueva alianza, de la misma vida en el Espíritu Santo que obra en nosotros la caridad, que es el culmen de la Ley, como dice Santo Tomás de Aquino y por cual vamos a ser juzgados. El ejemplo de docilidad a él, lo tenemos en Jesús, en María y en todos los santos. ¿Podemos acaso ignorar que, si no somos guiados por él, pasamos a ser guiados por el espíritu del error? ¿Qué significa entonces dejarse guiar por el Espíritu Santo?

¿Cómo lo hace, según la revelación? El Espíritu lo hace a través de los carismas, especialmente el de profecía, por el cual conocemos la voluntad de Dios que surge de la oración comunitaria carismática; la misma que ponían en práctica los apóstoles en los tiempos de la primer Iglesia. No podemos suponer que el Espíritu Santo en persona les dijera que debían hacer, como hacer, a quienes enviar a tal o cual misión, como figura en los Hechos de los Apóstoles. Es por una visión profética que Pablo marcha sin dudar con sus compañeros a Macedonia; es por inspiración del Espíritu Santo que Pablo y Bernabé se separan para una misión especial; es por otra visión profética que Pedro admite sin titubear los gentiles del cristianismo naciente.

Dejarse guiar por el Espíritu Santo, en la práctica, significa vivir de los carismas, que nos muestran mejor la voluntad de Dios y que se conocerá por sus frutos. Es la razón por la cual los carismas edifican la Iglesia. Si no obramos de esta manera querida por Dios ¿cómo estaremos obrando en la práctica?, según nuestros propios criterios; pero el Señor nos pide que renunciemos a ellos para tener la mente de Cristo (1 Co 2, 16) y revestirnos de sus sentimientos (Flp 2, 5).

El Antiguo Testamento nos dice he extendido mis manos a un pueblo rebelde, ¿por qué rebelde? por ir en pos de sus propios pensamientos, por caminos equivocados (Is 65, 2); pero lo más grave es que de esta manera nos transformamos, según la palabra de Dios, en hijos rebeldes, de los cuales se queja tanto el Señor ¡Ay de los hijos rebeldes, por trazar planes que no son los mios! (Is 30, 1)

Debemos aprender lo que significa dejarse guiar por el Espíritu porque es la manera revelada de conocer la voluntad divina del mejor modo. Dice el libro de la Sabiduría capítulo 9, verso 17 ¿Quien habría conocido tu voluntad, si tu no le hubieses dado la Sabiduría y no le hubieses enviado de los alto el Espíritu Santo?. Es importante entonces esta guía, tanto que solo así se enderezaron los caminos de los moradores de la tierra, así aprendieron los hombres lo que atí te agrada y gracias a la Sabiduría se salvaron (Sb 9, 18).

Si Jesús fue guiado siempre por el Espíritu Santo, ¡cuánto más lo necesitamos nosotros, siendo lo que somos!

Bendiciones,

3 de mayo de 2010

Los frutos de la comunión


¡Paz y bien para todos!

Hicimos una breve reflexión sobre la presencia viva de Jesús en la eucaristía y el poder de sanación y liberación que de ella emana. Hoy, para la gloria de Dios, queremos seguir reflexionando sobre los frutos de la comunión.

La comunión nos separa del pecado. El Cuerpo de Cristo que recibimos en la comunión es "entregado por nosotros", y la Sangre que bebemos es "derramada por muchos para el perdón de los pecados". Por eso la Eucaristía no puede unirnos a Cristo sin purificarnos al mismo tiempo de los pecados cometidos y preservarnos de futuros pecados: "Cada vez que lo recibimos, anunciamos la muerte del Señor" (1 Co 11,26). Si anunciamos la muerte del Señor, anunciamos también el perdón de los pecados. Si cada vez que su Sangre es derramada, lo es para el perdón de los pecados, debo recibirle siempre, para que siempre me perdone los pecados. Yo que peco siempre, debo tener siempre un remedio.

Como el alimento corporal sirve para restaurar la pérdida de fuerzas, la Eucaristía fortalece la caridad que, en la vida cotidiana, tiende a debilitarse; y esta caridad vivificada borra los pecados veniales. Dándose a nosotros, Cristo reaviva nuestro amor y nos hace capaces de romper los lazos desordenados con las criaturas y de arraigarnos en él.

Por la misma caridad que enciende en nosotros, la Eucaristía nos preserva de futuros pecados mortales. Cuanto más participamos en la vida de Cristo y más progresamos en su amistad, tanto más difícil se nos hará romper con él por el pecado mortal. La Eucaristía no está ordenada al perdón de los pecados mortales. Esto es propio del sacramento de la Reconciliación. Lo propio de la Eucaristía es ser el sacramento de los que están en plena comunión con la Iglesia.

La unidad del Cuerpo místico. La Eucaristía hace la Iglesia. Los que reciben la Eucaristía se unen más estrechamente a Cristo. Por ello mismo, Cristo los une a todos los fieles en un solo cuerpo: la Iglesia. La comunión renueva, fortifica, profundiza esta incorporación a la Iglesia realizada ya por el Bautismo. En el Bautismo fuimos llamados a no formar más que un solo cuerpo (1 Co 12,13). La Eucaristía realiza esta llamada: "El cáliz de bendición que bendecimos ¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo? y el pan que partimos ¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo? Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan" (1 Co 10,16-17):

La Eucaristía y la unidad de los cristianos. Cuanto más dolorosamente se hacen sentir las divisiones de la Iglesia que rompen la participación común en la mesa del Señor, tanto más apremiantes son las oraciones al Señor para que lleguen los días de la unidad completa de todos los que creen en él.

Las comunidades eclesiales nacidas de la Reforma, separadas de la Iglesia católica, "sobre todo por defecto del sacramento del orden, no han conservado la sustancia genuina e íntegra del Misterio eucarístico". Por esto, para la Iglesia católica, la intercomunión eucarística con estas comunidades no es posible. Sin embargo, estas comunidades eclesiales "al conmemorar en la Santa Cena la muerte y la resurrección del Señor, profesan que en la comunión de Cristo se significa la vida, y esperan su venida gloriosa".

Finalmente, en la celebración eucarística nos unimos ya a la liturgia del cielo y anticipamos la vida eterna cuando Dios será todo en todos (cf 1 Co 15,28). La Eucaristía es el compendio y la suma de nuestra fe: "Nuestra manera de pensar armoniza con la Eucaristía, y a su vez la Eucaristía confirma nuestra manera de pensar".

Bendiciones,

2 de mayo de 2010

El rinconcito de María - II

El pan del Cielo

Después de la multiplicación de los panes, la gente hablaba a Jesús de los padres de los judíos que habían comido maná en el desierto, según lo que estaba escrito "Pan del cielo les dió a comer"(Sal 78,34). Estaban muy lejos de imaginar que eso se decía no solo del maná sino de algo muchísimo más importante, como la Eucaristía. Por eso Jesús les dijo: "En verdad, en verdad os digo: no fue Moisés quien les dio pan del cielo; es mi Padre el que les da el verdadero pan del cielo".

Desde este momento les comienza a explicar cómo él mismo es ese Pan el pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida al mundo, es decir, no el que apaga momentáneamente el hambre de un grupo de personas, sino el que da la vida plena al mundo.

Los judíos entendieron bien estas palabras, porque enseguida le dijeron Señor danos siempre de ese pan, pero seguían pensando en el pan material. ¿Que pensaban ellos? ¿Acaso un pan superior al maná? Posiblemente, pero muy lejos estaban de pensar que ese pan de que les hablaba Jesús era él mismo. Por eso se vio obligado a decirles Yo soy el pan de la vida; el que venga a mi, no tendrá hambre y el que crea en mí, no tendrá nunca sed. Jesús se estaba revelando como fuente de vida para todos los hombres, como un pan lo es para muchos: les hablaba de no tener más hambre y sed, pero de Dios, porque al tenerlo a él es tener la fuente de la vida.

Sin embargo, los judíos no entendían plenamente estas palabras de Jesús. Por eso les añadió, pues veía la incredulidad en sus rostros: Ya les he dicho: me han visto y no creen en mí; y luego les habla de la gracia divina que mueve a los seres humanos a acercase a él todo lo que me de el Padre vendrá a mi, y al que venga mi no lo echaré fuera. Dos condiciones: la primera que el Padre le dé a Jesús aquellos que él ha elegido. La segunda, que Jesús los recibirá para darles vida. Por lo tanto, lo que quería hacer resaltar Jesús es que para acercarse a él, depende enteramente de la gracia divina. Por eso dirá siempre a sus apóstoles no fueron ustedes los que me eligieron a mi sino que Yo los he elegido a ustedes. Es decir, siempre, por delante, la gracia de Dios que obra en todos, pero que no todos comprenden, creyendo que lo que ellos hacen con Dios procede de ellos mismos y no del llamado de Dios.

Jesús, ha bajado del cielo, pero no para su voluntad, como el primer Adán, sino la voluntad de aquel que lo ha enviado, para que el mundo se salve por la obediencia, con la desobediencia de Eva y Adán. ¿Cuál es esta bellísima voluntad del Padre? Que no se pierda nadie de los que el Padre le ha dado a Jesús, por corresponder a este llamado. No sólo eso, sino que Jesús mismo lo resucitará el último día.

Bendiciones, buen domingo en la paz de Cristo.

1 de mayo de 2010

La presencia de Cristo en la eucaristía

En el evangelio de Juan 14, 6 dice el Señor Yo soy el camino, la verdad y la vida, y profundiza en Juan 10, 9 Yo soy la Puerta, el que entra por mi está a salvo. Él está presente en la eucaristía. Jesús, sana y libera a través de la eucaristía. Entonces si la misa es el banquete y no lo recibimos sacramentalmente, sufrimos su ausencia; sentimos el vacío de no tenerlo. La pregunta que nos hacemos es si, ¿sirve la comunión espiritual? Esta es el camino a Dios cuando estamos imposibilitados a recibir el cuerpo de Cristo, pero es necesario para ello una vida de oración personal clara y profunda. Por el contrario, transformarla en una costumbre manifiesta claramente nuestra voluntad de no reconciliarnos definitivamente con el Señor.

"Cristo Jesús que murió, resucitó, que está a la derecha de Dios e intercede por nosotros" (Rm 8,34), está presente de múltiples maneras en su Iglesia: en su Palabra, en la oración de su Iglesia, "allí donde dos o tres estén reunidos en mi nombre" (Mt 18,20), en los pobres, los enfermos, los presos (Mt 25,31-46), en los sacramentos de los que él es autor, en el sacrificio de la misa y en la persona del ministro. Pero, sobre todo, bajo las especies eucarísticas.

El modo de presencia de Cristo bajo las especies eucarísticas es singular. Eleva la eucaristía por encima de todos los sacramentos y hace de ella "como la perfección de la vida espiritual y el fin al que tienden todos los sacramentos" dice Santo Tomás de Aquino. En el santísimo sacramento de la Eucaristía están "contenidos verdadera, real y substancialmente el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y, por consiguiente, Cristo entero" (Cc. de Trento: DS 1651). "Esta presencia se denomina `real', no a título exclusivo, como si las otras presencias no fuesen `reales', sino por excelencia, porque es substancial, y por ella Cristo, Dios y hombre, se hace totalmente presente".

Mediante la conversión del pan y del vino en su Cuerpo y Sangre, Cristo se hace presente en este sacramento. Los Padres de la Iglesia afirmaron con fuerza la fe de la Iglesia en la eficacia de la Palabra de Cristo y de la acción del Espíritu Santo para obrar esta conversión.

Así, S. Juan Crisóstomo declara que: No es el hombre quien hace que las cosas ofrecidas se conviertan en Cuerpo y Sangre de Cristo, sino Cristo mismo que fue crucificado por nosotros. El sacerdote, figura de Cristo, pronuncia estas palabras, pero su eficacia y su gracia provienen de Dios. Esto es mi Cuerpo, dice. Esta palabra transforma las cosas ofrecidas.

La presencia eucarística de Cristo comienza en el momento de la consagración y dura todo el tiempo que subsistan las especies eucarísticas. Cristo está todo entero presente en cada una de las especies y todo entero en cada una de sus partes, de modo que la fracción del pan no divide a Cristo.

Antiguamente, el Sagrario (tabernáculo) estaba destinado a guardar dignamente la Eucaristía para que pudiera ser llevada a los enfermos y ausentes fuera de la misa. Por la profundización de la fe en la presencia real de Cristo en su Eucaristía, la Iglesia tomó conciencia del sentido de la adoración silenciosa del Señor presente bajo las especies eucarísticas. Por eso, el sagrario debe estar colocado en un lugar particularmente digno de la iglesia; debe estar construido de tal forma que subraye y manifieste la verdad de la presencia real de Cristo en el santo sacramento.

Es grandemente admirable que Cristo haya querido hacerse presente en su Iglesia de esta singular manera. Puesto que Cristo iba a dejar a los suyos bajo su forma visible, quiso darnos su presencia sacramental; puesto que iba a ofrecerse en la cruz por muestra salvación, quiso que tuviéramos el memorial del amor con que nos había amado "hasta el fin" (Jn 13,1), hasta el don de su vida.

La presencia del verdadero Cuerpo de Cristo y de la verdadera Sangre de Cristo en este sacramento, no se conoce por los sentidos, dice S. Tomás, sino solo por la fe , la cual se apoya en la autoridad de Dios. Por ello, comentando el texto de Lucas 22,19: Esto es mi Cuerpo que será entregado por vosotros, San. Cirilo declara: No te preguntes si esto es verdad, sino acoge más bien con fe las palabras del Señor, porque él, que es la Verdad, no miente.

La Iglesia y el mundo tienen una gran necesidad del culto eucarístico. Jesús nos espera en este sacramento del amor. No escatimemos tiempo para ir a encontrarlo en la adoración, en la contemplación llena de fe y abierta a reparar las faltas graves y delitos del mundo. No cese nunca nuestra adoración. El Señor lava nuestras miserias y recibirlo en la eucaristía es vencer a la muerte.

Bendiciones,