22 de noviembre de 2010

Las bienaventuranzas, hoy - Parte 2

Paz y bien en el Señor Jesús y en su Santísima Madre!

Bienaventurados los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia

Ellos serán dueños de la vida. En la paciencia creo que tenemos que progresar mucho. Yo el primero. Le estoy pidiendo a Dios que me dé paciencia. Cuando un padre tiene muchos hijos, se marea, se cansa, se fatiga.

La paciencia es una virtud hermosísima pero difícil; el dominio propio está entre los frutos del Espíritu Santo. Deben tener mucha paciencia los padres, las madres, los hijos, los hermanos en los grupos de oración, en las comunidades. De repente aparece un «plomo», empieza a hablar y no termina nunca. Quiere que le curen todo y siempre repite lo mismo. O un hermano que lo sabe todo y dice «a mi que me van a enseñar, yo hice seminario de vida, todos los retiros; fui a aprender a San Justo, fui aquí, fui allá» El puede creer saber todo, pero le falta un cosa pequeña: la humildad. Con los dos debemos tener paciencia.

Bienaventurados los afligidos

Seremos consolados. A lo largo de tantos retiros he visto a tanta gente que llora, que se queda en el piso sufriendo. ¡Cuántos rostros con problemas que nosotros conocemos y que pena nos da verlos, pobrecitos! Sin embargo, Jesús dice: «Bienaventurados los afligidos, porque serán consolados»; más aún, leyendo la colección de María Valtorta, el Señor allí dice: «Bienaventurado de mi si soy capaz de llorar sin rebelarme por que seré consolado» , ¡por Dios!

Si es hermoso cuando un sacerdote te bendice o un hermano te acaricia, me imagino que será ese consuelo de Dios cuando estemos con él; cuando te ponga la mano encima y te mire con esos ojos, los ojos de Cristo, la ternura de Jesús y de María, la Santísima madre de Jesús.

Nunca pensamos en los santos que están en el cielo, que sufrieron horrores peores a los nuestros. Ninguno padece la tortura que sufrió un santo, perseguido por dentro y por fuera, lleno de tentaciones de día y de noche. Ya están consolados.

«Solo los que lloran o han llorado, saben amar y comprender. Aman a los que gimen, los entienden en sus dolores, los ayudan con una bondad que sabe cuan duro es estar solo con el llanto. Ellos saben amar a Dios porque han comprendido que todo fuera de Dios es dolor; que el dolor se mitiga si se llora en el corazón de Dios; que el llanto resignado que no destroza la fe, que no seca la oración, que no conoce la rebelión, sirve para transformarse y que del dolor viene el consuelo.» (1)

Bienaventurados los limpios de corazón

¿Por que? Porque verán a Dios y lo harán ya en esta vida. El ojo del hombre espiritual no es carnal, tiene palabra de conocimiento. Más allá de las palabras ve el sufrimiento de todas las personas. Es llamado para consolar.

Bienaventurados los que tiene hambre y sed de justicia

Porque serán saciados. Hambre y sed para que se cumpla la voluntad de Dios, porque él es el Justo. Él quiere salvar a la humanidad y al mundo. Cuántos hombres y mujeres han dado la vida por esta hambre y sed.

Hace unos años se hablaba de pobres; después de marginados, y ahora, de excluidos. Hoy hay millones de excluidos. Multitudes de hombres, mujeres y niños, excluidos de la mesa de la riqueza de la humanidad: sin trabajo, sin vivienda. La persona que no trabaja y no tiene dinero está excluida, asesinada, muerta. Muertos porque sin dinero no se nace, no se come, no se vive, no hay cultura, no hay entierro; todo cuesta dinero.

Hace falta que los católicos seamos hombres y mujeres con hambre y sed de justicia, porque la voluntad de Dios es que no haya excluidos sino que todos tengan lo necesario y que coman en la mesa del Señor.

Diría Jesús: «Bienaventurado de mi si se me persigue por amor de la justicia».

Fraternalmente,

Claudio



Extraído de la prédica del padre José Nicolás Romero
(1) María Valtorta, revelaciones del Señor, tomo III, pág. 161

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