7 de mayo de 2010

Quítate las sandalias


¡Paz y bien para todos!

Uno de los pasajes del Antiguo Testamento que más me impacta está en Exodo 3,5 donde Dios le dice a Moisés, "Quitate las sandalias, porque el suelo que pisas es sagrado". Es lo que me parece que todos sentimos cuando entramos al templo, pero con una mayor profundidad cuando estamos frente al Sagrario, frente a la morada del Señor de Señores.

Es una voz que con suavidad y firmeza imparte una orden imposible de desobedecer.

La manifestación de Jesús en el Sagrario, es la zarza que ardía frente a Moisés; mientras el fuego cruje, el monte entero esta abrazado por las llamas que todo lo penetra. El cielo se ha enrojecido como un espejo de rubí y todo el ambiente brilla de una manera incomparable.

El Dios revelado que exige absoluto respeto. Para acercarnos a Él se necesita tener clara conciencia de estar internándose en territorio de santidad y trascendencia y para sintonizar con Él hay que caminar descalzos, amoldándonos a los pasos de Dios. Amoldarnos es desprendernos de nuestro esquema de vida. Estar descalzos, es desnudarnos frente a El. En esa pobreza radica la verdadera riqueza del hombre que no vale por lo que lleva puesto ni por lo que ha hecho, sino por él mismo; desnudo, porque la dignidad radica en su ser y no en ninguno de los accidentes de su vida.

Por otro lado, descalzarse es mostrar las propias limitaciones, para que la escoria pueda ser purificada por las llamas incandescentes de la zarza; no se trata de negar las limitaciones, sino de presentarlas delante del fuego que puede destruir los defectos, o a la luz de su resplandor encontrarles un lugar en la armonía de la vida.

Moisés, sentía la candente arena. El calor lo penetraba de tal manera que ya estaba embelesado por la divinidad. Ha aprendido la lección: no podemos obligar a Dios a marchar al mismo ritmo que nuestros pasos; sino, descalzos, hemos adaptarnos al suyo. Para adentrarse al misterio hay que desnudarse y tocar con los pies la tierra de la que fuimos hechos. Las sandalias ya no son necesarias, porque no hay que caminar hacia adelante, sino sumergirse en lo profundo. Escuchar dentro de sí, para percibir al incendio que nos abrasa.

Dios se manifiesta en nuestro propio desierto para integrarnos en su plan de salvación. Nuestro desierto, refugio de frustraciones y sinsabores que fue cárcel durante tantos años, de pronto, con la presencia viva de Dios, canonizado, santificado, requiere que nos reconciliemos con él, que lo aceptemos como un camino de purificación. Nuestro árido desierto ya no será enemigo, sino el puente hacia la tierra prometida.

Bendiciones,


Sobre textos de José H. Prado Flores

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