29 de junio de 2016

Cristianismo y economía

Es importante recordar la elección que hace Dios a la hora de hacerse hombre, no escoge una familia rica o con influencia. Siendo Dios, podría haberse hecho hombre en el hijo del emperador romano y esto le habría supuesto, no solo una garantía de bienes materiales importantes, sino también influencia rápida y capacidad para hacer del cristianismo la religión principal de su época en poco tiempo.


Sin embargo, Dios escoge una familia humilde, una familia a la que no le sobran los medios, aunque con lo suficiente para vivir, pero que no nada en la abundancia, ni tiene mucho dinero.

Éste es el mensaje económico de la misma encarnación: el ideal no es el afán de riquezas, sino la humildad, el tener lo suficiente para vivir sin más pretensiones. En su vida Jesús nunca aparece preocupado por el dinero, por acumular, por ganar dinero. Eso es algo totalmente ajeno a su mensaje.

De hecho en la oración que Jesús nos enseñó se dice “danos hoy nuestro pan de cada día”. No le pedimos al Padre que nos haga cada vez más ricos, que nos conceda un crecimiento económico indefinido, que cada vez podamos tener más… Le pedimos el pan nuestro de cada día que es una manera de pedir lo que necesitamos para vivir, para cubrir nuestras necesidades diarias. Es una petición económica que no busca tener más entre todos o tener más para uno mismo, sino tener lo suficiente, que nadie se quede sin cubrir sus necesidades básicas.

Jesús nos pone en guardia contra toda clase de codicia. Pero no se limita a avisarnos del peligro de acumular riquezas y de cómo es una amenaza para abrirse a la fe en Dios, sino que nos propone un camino a seguir. El milagro de los panes y los peces es el ejemplo claro de la orientación que quiere que tome nuestra economía.

El milagro de la multiplicación de los panes y los peces, el más repetido en los evangelios, es el milagro del compartir. Ante la situación en que se encuentra la multitud, lo más razonable es que cada uno se vaya por su lado y coma lo que tenga, pero Jesús propone compartir lo que cada uno tiene. Los resultados son fabulosos. No solo hay para todos, sino que además sobra.

Si cada uno se hubiera ido con lo suyo, muchos se hubieran quedado sin comer. Es lo que pasa hoy en muchos rincones de nuestro mundo. El camino para conseguir que Dios dé a todos y cada uno de los habitantes de la tierra el “pan nuestro de cada día” se producirá gracias a que la gratuidad reine, a que el compartir sea realmente sea realmente el criterio económico por excelencia. El milagro de la multiplicación nos muestra el camino para hacer realidad que todos cubran sus necesidades.

De hecho, los primeros cristianos ven como algo propio de su fe, y que los diferencia de los que están a su alrededor, la comunión de bienes, el compartir, la gratuidad. Tanto es así, que el autor satírico Luciano de Samosata en su “Vida del Peregrino” consideraba a los cristianos unos imbéciles que, entre otras cosas, ponían todo en común, lo que les dejaba a merced de cualquier persona que anhelara enriquecerse y se quisiese aprovechar de sus almas sencillas.

La acción misionera de la iglesia ha estado siempre unida a la ayuda al desarrollo, y como consecuencia a la economía. Pero no cualquier economía es compatible con el cristianismo. Hemos de hacer a los pueblos protagonistas de su desarrollo y aceptar pasar por “imbéciles”, viviendo desde la gratuidad y el compartir. Son actitudes que reflejan el rostro de Dios, es una forma de hablar de un Dios padre amoroso de todos sus hijos.


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Por Bernardo Baldeón

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