14 de octubre de 2010

Milagros y prodigios ¿por qué no creemos?

Paz y bien en el Señor Jesús y en su Santísima Madre

Es indudable que en un mundo donde abundan los charlatanes de turno es necesaria la prudencia sobre ciertos milagros y prodigios para no aventar juicios que luego chocan contra la realidad. La Iglesia lo sabe y por ello es tan cautelosa en aprobarlos. Sin embargo, también tenemos que respetar lo que esta revelado y no oponernos a ello, por razones estrictas de fe. Jesús dijo a una persona que tenía pensamientos propios y no de Dios «¡Apártate de mi Satanás! Escándalo eres para mi» (Mt 16, 23)

Entonces resulta grotesco hablar despectivamente de los milagros y prodigios y de las verdaderas maravillas que Dios hace en las almas, afirmando que estos milagros nos aniñan e invalidan como seres humanos o que son inútiles y no necesarios. Pero he aquí que la palabra de Dios nos habla de la eficacia de los prodigios y milagros (Rm 15, 18-19) y que además son características de un apostol junto con la paciencia en los sufrimientos (2 Co 12, 12).

Jesús los ha mandado hacer. Entonces no seamos ligeros al hablar de ellos. Corremos el riesgo de negar y ocultar la Palabra de Dios y avergonzarnos de Cristo. Llena está la Escritura de la invitación que nos hace Jesús para participar de su propio poder y de hacer, en el poderoso nombre de Cristo, toda clase de prodigios y milagros. Más aún, se nos revela que la misma fe esta apoyada en el poder de Dios y no en la sabiduría de los hombres (1 Co 2, 5), pero nosotros queremos obrar en la práctica con la sabiduría de los hombres, más que con el poder de Dios.

La primera consecuencia que se sigue de ello es carecer por completo de la experiencia viva de la fe, es decir del poder de Dios. Es cuando negamos los prodigios y milagros y sentenciamos que no se dan más. Hay algo más grave aún: damos muestras de ser lo que la Escritura llama «hombres naturales» porque estos no comprenden las cosas que son del Espíritu de Dios (1 Co 2, 14); en estos casos, no sería de extrañar que el Espíritu Santo seguirá siendo un Gran Desconocido y no tuviéramos ni noticia de sus preciosos y abundantes carismas con los cuales hacemos estas cosas en su nombre y se edifica la Iglesia, según los planes de Dios.

Pero al hacerlo como a nosotros se nos antoja, nos constituimos en hijos rebeldes (Is 30, 1); una persona es rebelde, precisamente cuando sigue sus propios pensamientos y no los de Dios (Is 65, 2). Hay milagros y prodigios que son de Dios. Los debemos reconocer y aceptar e incluso obrar en su nombre. También están los que son del espíritu del error, pero el Señor nos ha dado el carisma de discernimiento para distinguir perfectamente una cosa de la otra.

El máximo milagro entonces es que nos convirtamos: la verdadera y más preciosa resucitación de los muertos a la vida plena en Cristo Jesús. Ello supone tener la mente de Cristo y no la nuestra, a la cual el Señor nos pide que renunciemos, pues todo se hace vida en El cuando morimos a nosotros mismos.

Fraternalmente,

Claudio


de Editorial Kyrios

1 comentario:

  1. Toda nuestra vida es un milagro de amor muchas veces no cerramos en nosotros mismo que no logramos ver los regalo de amor de Dios para cada uno de nosotros y solo miramo lo que queremos ver y olvidamos a Dios y su proyecto de amor en nostros, hermosa canción unidos en oración un abrazo fraterno

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