11 de octubre de 2010

La proclamación del evangelio

Paz y bien en el Señor Jesús y en su Santísima Madre!

Leemos la siguiente pregunta: He oído decir que para ser verdadero discípulo de Jesús no es necesario proclamar demasiado el evangelio sino que son suficientes sus obras, que impregnan de sentido cristiano todo lo que aquel hace y su buen ejemplo que ilumina a todos. Me parece que hay una contradicción en todo esto. ¿Que me pueden decir ustedes?

No se puede dar auténtico testimonio y menos de lo que creemos que es una obra nuestra exclusiva («suficiente»), si nos olvidamos de proclamar el evangelio.

1 - Las obras que dan testimonio son las que brotan de la fe, pero la fe nos exige ser obedientes a Cristo quien nos mandó expresamente proclamar el Evangelio. Sin esta fe ni siquiera agradamos a Dios y estamos presumiendo que las obras son suficientes.

2 - Cuando centramos el poder de la evangelización y la inculturación del evangelio exclusivamente en nuestras obras ni siquiera estamos obrando con fe, que se apoya enteramente en el poder de Dios (1 Co 2, 5) y no en nuestra sabiduría ni en nuestros criterios personales. Estaríamos pues contradiciendo el fundamento de nuestra fe.

3 - No podemos negar ni afirmar nada que no este fundamentado, como nos dice el Concilio Vaticano II: en la Escritura, la Tradición y el Magisterio de la Iglesia, ni ponernos por encima de la Palabra de Dios (Dei Verbum 10), pues si queremos ser discípulos, debemos tener la mente de Cristo (1 Co 2, 16) y revestirnos de sus sentimientos (Flp 2, 5) y morir a nosotros mismos.

4 - Si el Señor nos ha mandado proclamar el Evangelio con el poder del Espíritu Santo y hacer discípulos a todas las gentes, lo que nos compete como verdaderos discípulos es ante todo y sobre todo obedecer sus mandatos, pero no lo podremos hacer sin el Espíritu Santo (1Pe 1, 2). De lo contrario no sólo no seríamos sus discípulos sino hijos rebeldes (Is 30,1 y 65, 2)

5 - Si somos rebeldes no podemos edificar la Iglesia, aunque pensemos temerariamente que estamos dando buen ejemplo con nuestras obras.

6 - Jamás proclamaremos «demasiado», pues debemos hacerlo «oportuna e inoportunamente» como nos dice San Pablo: «proclama el evangelio a tiempo y a destiempo» (2Tm 4, 2). Es palabra de Dios revelada y no la podemos contradecir como se hace en aquella afirmación.

7 - No podemos exhibirnos como modelos al mundo y creer que gracias a lo bueno que somos la gente se convertirá. Nuestro modelo es Cristo a quien todos estamos obligados a imitar y sentirnos siervos inútiles cuando hallamos hecho todo lo que nos mandó. Pero parece que no se quiere hacer todo lo que nos mandó como es proclamar el Evangelio, pues son «suficientes» las buenas obras. En realidad, eso es sentirse un siervo útil, ejemplar, modelo de los modelos y no condice esto con el Espíritu del Evangelio y en cambio, fomenta nuestro orgullo.

8 - Afirmar estas cosas sin hacer discernimiento alguno es acercarnos temerariamente al pelagianismo* que cifra toda su fe y sus méritos en el ejercicio de las virtudes y de las obras. Esta doctrina ha sido condenada por la Iglesia hace más de quince siglos.

9 - No se conoce que en la doctrina católica se hable de dar primacía a nuestros criterios sobre lo que nos ha sido revelado.

10 - Juan Pablo II ha dicho a toda la Iglesia que la misión no depende de las capacidades humanas, sino de la fuerza del Resucitado. Mis obras no son suficientes si no nacen de la fe.
«Mas ustedes no son de la carne, sino del Espíritu, pues el Espíritu de Dios habita en ustedes. El que no tuviera al Espíritu de Cristo no sería de Cristo (...) Pues todos aquellos a los que guía el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios» (Rm 8, 9 y 8, 14)
Necesito -entonces- ser impregnado de Cristo por el Espíritu, como es el plan de Padre, para ser auténtico cristiano e hijo de Dios y renunciar a mi mismo que es la condición revelada por Cristo para ser su discípulo.

Fraternalmente,

Claudio


N.R.: * El pelagianismo recibe su nombre de Pelagio y designa una herejía del siglo quinto, que niega el pecado original y la gracia de Cristo.

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