12 de octubre de 2010

La eficacia de la gracia divina

Paz y bien en el Señor Jesús y en su Santísima Madre!

Señor y Dios mío que mes has creado a tu imagen y semejanza, concédeme esta gracia que me demostraste ser tan grande y tan necesaria para la salvación, para que con ella pueda vencer mi pésima naturaleza que me arrastra a los pecados y a la perdición.

Porque, en mis miembros, yo siento, contraria a la ley de mi razón, la ley del pecado (Rom 7, 23) que me esclaviza y, con frecuencia, me incita a obedecer a los sentidos y no puedo enfrentarme a sus pasiones si no me asiste tu santísima gracia, oportunamente infundida en mi corazón.

¡Oh gracia muy bendita que conviertes en lleno de virtudes al pobre espíritu y en rico de muchos bienes al humilde corazón! Ven, desciende a mí, cólmame desde la mañana con tus consuelos, para que mi alma no desfallezca de cansancio y aridez de espíritu.

Te suplico Señor, que yo encuentre gracia a tus ojos. Tu gracia me basta (2 Cor 12, 9) aunque no obtenga nada de lo que la naturaleza desea. Mientras esté conmigo tu gracia, aunque sea tentado y angustiado por muchas tribulaciones, no tendrá miedo de ningún mal.

Ella es mi fortaleza, ella me aconseja y me ayuda. Tu gracia es más poderosa que todos los enemigos y más sabia que todos los sabios. Ella es maestra de verdad, regla del buen vivir. Ella ahuyenta a la tristeza, suprime al temor, alimenta a la piedad y hace brotar las lágrimas.

¿Qué soy yo sin la gracia, sino un madero seco o una rama inútil, que para nada sirve sino para ser tirado?

Que tu gracia, Señor, continuamente me preceda y me acompañe y me conceda estar siempre pronto a obrar, por Jesucristo, tu Hijo. Ameń.

Fraternalmente,

Claudio

La Imitación de Cristo

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