7 de septiembre de 2010

La oración personal


¡Paz y bien en Cristo Jesús y en la Virgen María!

La oración, el encuentro íntimo con Dios, una aventura maravillosa, una riqueza y una profundidad de la vida que no tienen los hombres sin fe. Sin embargo, para muchos cristianos la oración no pasa de ser una idea atractiva, porque las pocas veces que intentan orar se aburren, lo sufren como un terrible peso, no saben que hacer, se distraen permanentemente y a los cinco minutos ya están haciendo otra cosa.

La oración siempre exige una entrega personal. Detenerse. La gracia que Dios hará que en ese tiempo Dios pueda encontrarse con mi corazón inquieto pasando por los estados de ánimo más variados. Por eso, orar es aburrirse un rato. Enojarse con un mismo y reconciliarse; enojarse y sentirse molesto con Dios y luego hacer las pases; ser indiferente a Dios y poco a poco dejar seducir por su amor y su inmensidad; enojarse con los demás y perdonarlos; descubrir algo nuevo de Dios o redescubrir algo que habíamos olvidado y gozar; recordar dolores del pasado y reconciliarse con esa historia sufrida; angustiarse por el futuro y encontrar una nueva luz; alcanzar la armonía con Dios, con la gente, con el universo, con uno mismo; y a veces experimentar un tiempo de quietud que parece inútil, pero que misteriosamente nos deja transformados.

Un cristiano que no ora probablemente pierda poco a poco la fe, porque confía demasiado en si mismo y pretende llevar solo el peso de su vida y de su actividad; muestra que contempla poco el amor de Dios. Porque cuando se descubre el amor de Dios, se siente la necesidad de estar con él.

El que no ora olvida que todo su ser depende de Dios y que todo lo debe a Dios. Porque cuando se experimenta que el propio tiempo es un regalo gratuito de Dios, se siente la necesidad imperiosa de dedicarle la oración todo el tiempo posible. Cuando no oro, olvido que también mi futuro, mis éxitos y mi felicidad dependen de Dios y le doy bases muy débiles al futuro de mi vida.

Los grandes hombres de la historia no han sido superficiales, sino que han llegado a las profundidades de la vida; pero lo han logrado también buscando el silencio, y allí se han encontrado consigo mismos y con la inmensidad de Dios. Han entrado en otra dimensión porque han sabido detenerse, han buscado el sosiego para hallar la profundidad, y eso lo hizo fecundos, ricos, libres.

Pero la profundidad se alcanza sobre todo cuando se encuentra a Dios. Por eso, unirse a Dios es la plenitud del hombre. Unirse a Dios es alcanzar lo más alto, lo más hondo, lo más pleno, lo más vital, lo más intenso de la existencia humana. Buscar a Dios en la oración, es aprender a ser hombre.

Que el Señor los bendiga,

Claudio



1 comentario:

  1. Hola Claudio, descubrí tu hermoso blog leyendo tus comentario en el blog de Ricardo (De todos los díass). Realmente me gusta mucho lo q publicas. Estaré visitandote siempre.
    Soy católica, no voy mucho a misa, pero amo a Dios profundamente.
    Un abrazo en Cristo
    ♥Alicia

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