3 de septiembre de 2010

Bautismo sacramental y baustismo en el Espíritu Santo

¡Paz y bien en Cristo Jesús y en la Virgen María!

Un prejuicio muy extendido en muchos miembros de la Iglesia hace pensar -erróneamente por cierto- que la plenitud del Espíritu la recibimos tan sólo en ciertas y determinadas circunstancias, como en el primer sacramento, en la Confirmación, en el Orden Sagrado y en la Consagración episcopal, luego de lo que cual ya no hay que esperar ninguna plenitud.

¿Cuál es el origen de esta equivocación? No haber comprendido a fondo nuestro bautismo sacramental ni lo que el mismo Magisterio nos está enseñando en la actualidad. Si solamente hablamos de la regeneración que el sacramento nos ofrece y no desarrollamos la renovación en el Espíritu Santo que por su propia naturaleza es carismática y permanente, entonces no sabremos por que el mismo bautismo sacramental nos exige esta renovación carismática permanente en el Espíritu Santo. León XIII enseña que esta regeneración y renovación comienza en cada uno desde el bautismo.

Muy claramente san Pablo revela que nos salvamos: 1) Por la misericordia de Dios; 2) En la providencia ordinaria de Dios, nos salvamos también por el baño de regeneración (bautismo sacramental) y 3) Por la renovación en el Espíritu Santo. (Tt. 3, 5)

Ahora, ¿por que renovación carismática? Porque el espíritu nos trae los carismas para edificar la iglesia. No recibimos el bautismo para aislarnos permanentemente en nuestro yo, sino para servir a la Iglesia siempre y edificarla conforme al plan del Padre, como Jesús y con la fuerza del Espíritu Santo.

El Magisterio de la Santa Iglesia Católica, no enseña que los carismas son necesarios para nuestra salvación. El Papa León XIII al hablar sobre ellos dice: Entre estos dones se hallan aquellos ocultos avisos e invitaciones que se hacen sentir en la mente y en el corazón por la moción del Espíritu Santo. De ellos depende el inicio del buen camino, el progreso en él y la salvación eterna.

Y esta renovación es permanente porque el hombre interior se renueva día a día (2 Co. 4, 16). La tarea del Espíritu Santo es la de llevarnos a la verdad de la misma verdad revelada por Jesús, y, al mismo tiempo se nos ha revelado que todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, nos vamos transformando en esa misma imagen cada vez más gloriosos: así es como obra Dios que es Espíritu (2 Co. 3, 18). También el Magisterio de la Iglesia nos enseña "Queremos hablarles de la admirable presencia y poder del Espíritu; es decir, sobre la acción que él ejerce en la Iglesia y en las almas merced al don de sus gracias y celestiales carismas" (Papa León XIII). Juan Pablo II nos enseñó que la dimensión jerárquica de la Iglesia es co-esencial con dimensión carismática (mensaje al Congreso Mundial de Movimientos Eclesiales, 5). La misma Escritura nos habla de los dos cimientos donde está fundada la Iglesia de Jesucristo: el de los apóstoles (dimensión jerárquica) y el de los profetas (dimensión carismática) (Ef. 2, 20)

No debe extrañarnos entonces que exista un sacramento de confirmación, tampoco nos ha de extrañar que los sacramentos sean ocasiones privilegias de la efusión del Espíritu Santo, en especial los renovables como la reconciliación, la Eucaristía y la unción de los enfermos. Tampoco es de extrañar que los sacerdotes reciban una nueva efusión del Espíritu y los obispos reciban una nueva plenitud en su consagración episcopal.

Pero todavía existe un argumento mucho más importante aún. Se trata de la fundamental enseñanza de Cristo. Cristo quiere decir ungido por Espíritu. Nace por obra y gracia del Espíritu, como nosotros nacemos de él en el bautismo; es bautizado en orden a la proclamación de la Buena Nueva, antes de iniciar su vida pública después del bautismo de Juan el Bautista; el Espíritu lo conduce al desierto; por este poder expulsa demonios; recibe fortaleza en el sacrificio de la cruz. Cristo que fue ungido plenamente del Espíritu Santo durante su vida terrena también recibe una nueva y más grande plenitud del mismo Espíritu cuando es glorificado por su Padre, de tal manera que lo puede derramar sobre toda carne, de acuerdo al profeta Joel (Hch. 2, 33). De este modo y en la gracia de Pentecostés se cumple lo que estaba escrito: Jesús es el que da el Espíritu sin medida (Jn 3, 34) o lo da con largueza como dice san Pablo (Tt. 3, 6)

Juan Pablo II ha dicho a los sacerdotes ordenados en la Basílica de Roma: "La vida de la Iglesia es Pentecostés todos los días; cada día y cada hora en cada lugar de la tierra, en cada hombre, en cada pueblo".

Que el Señor los bendiga.

Claudio


Papa León XIII - obra citada: Encíclica sobre el Espíritu Santo

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