26 de agosto de 2010

Consideraciones sobre la conversión de María Magdalena

¡Paz y bien en Cristo Jesús y en la Virgen María!
Un fariseo había invitado a Jesús a comer. Entró en casa del fariseo y se acostó en el sofá según la costumbre. En ese pueblo había una mujer conocida como pecadora. Esta, al enterarse de que Jesús estaba comiendo en casa del fariseo, compró un vaso de perfume y entrando, se puso de pié detrás de Jesús. Allí se puso a llorar junto a sus pies, los secó con sus cabellos, se los cubrió de besos y se los ungió con el perfume. (Lc. 7, 36-38)
Dice Jesús [1]
"Siempre vengo cuando alguien trata de comprender. No soy un Dios duro y severo. Soy misericordia viviente. Y más rápido que el pensamiento llego a quien se vuelve a Mí. Lo mismo hice con la pobre María de Magdala, que estaba tan inveterada en el pecado. Veloz fui con mi espíritu, apenas sentí que se levantaba en ella el deseo de comprender: comprender la luz de Dios y comprender su estado de tinieblas. Y me hice luz para ella.

Hablaba Yo aquel día a mucha gente, pero en realidad le hablaba a ella. No veía más que a ella que se había acercado, llevada de un impulso de su corazón, que luchaba contra la carne que la había esclavizado. No tenía ante mis ojos sino a ella con su pobre carita envuelta en la tempestad, con su forzada sonrisa que escondía, bajo se vestido que no era suyo; y que era un desafío al mundo y a si misma ese gran llanto interno. No veía más que a ella, a la ovejita metida entre las espinas; a ella que sentía náuseas de su vida.

No dije palabras llamativas, ni toqué un argumento que se pudiese referir a ella, que era bien conocida como pecadora, para no mortificarla y para no obligarla a huir, a avergonzarse a venir. No toqué ese argumento. Dejé que mi palabra y mi mirada bajasen en ella y fermentasen para que aquel impulso de un momento se convirtiese en el futuro glorioso de una santa. Hablé con una de las más dulces parábolas: un rayo de luz de bondad derramado para ella particularmente.

Y aquella tarde cuando entraba en la cada del rico soberbio, en la que mi palabra no podía fermentar para una gloria futura, porque era muerta con la soberbia farisea sabía bien que ella vendría, después de haber llorado mucho en su habitación donde pecó, bajo la luz de aquel llanto que había decidido su porvenir.

Los hombres que ardieron de lujuria, al verla entrar se alegraron en su carne y en su pensamiento. Todos menos Yo y Juan, la desearon. Todos creyeron que hubiese ido por uno se esos caprichos que bajo la presión del demonio, la arrojaban en aventuras imprevistas. Pero Satanás estaba ya vencido. Y sintieron envidia al ver que a ninguno de ellos se dirigía, sino a Mi.

El hombre ensucia siempre aún las cosas más puras, cuando solo es carne y sangre. Solo los puros ven lo justo porque el pecado no turba su pensamiento. Que el hombre no comprenda, esto no debe asustarlo. Dios comprende y es suficiente para el cielo. La gloria que viene de los hombres no aumenta con un gramo la gloria que es la suerte de los elegidos en el paraíso.

Recuérdatelo siempre. La pobre María de Magdala fue siempre juzgada mal en sus buenas acciones, pero no en las malas, que se prestaban a ser bocado de lujuria a la insaciable hambre de los libidinosos. Se le criticó y se le juzgó mal en Naim, en casa del fariseo; se le criticó y se le reprendió en Betania, en su casa. Pero, te repito: no importa la crítica del mundo, lo que importa es lo que piensa Dios.

Acuérdate siempre de lo siguiente: "No hago ninguna diferencia entre el que me ama con su pureza íntegra y el que me ama con una sincera contrición de un corazón que ha renacido a la gracia. Soy el salvador. Acuérdate siempre de esto. Ve en paz. Te bendigo."
Que el Señor los bendiga.

Claudio


[1] Revelaciones a María Valtorta, El Hombre-Dios, tomo 4º pags. 596 a 598

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