11 de julio de 2010

¡Mirar para otro lado..!

¡Paz y bien!
Y entonces, un doctor de la Ley se levantó y le preguntó para ponerlo a prueba: "Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la Vida eterna?". Jesús le preguntó a su vez: "¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?". El le respondió: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo". "Has respondido exactamente, le dijo Jesús; obra así y alcanzarás la vida". Pero el doctor de la Ley, para justificar su intervención, le hizo esta pregunta: "¿Y quién es mi prójimo?". Jesús volvió a tomar la palabra y le respondió: "Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos ladrones, que lo despojaron de todo, lo hirieron y se fueron, dejándolo medio muerto. Casualmente bajaba por el mismo camino un sacerdote: lo vio y siguió de largo. También pasó por allí un levita: lo vio y siguió su camino. Pero un samaritano que viajaba por allí, al pasar junto a él, lo vio y se conmovió. Entonces se acercó y vendó sus heridas, cubriéndolas con aceite y vino; después lo puso sobre su propia montura, lo condujo a un albergue y se encargó de cuidarlo. Al día siguiente, sacó dos denarios y se los dio al dueño del albergue, diciéndole: 'Cuídalo, y lo que gastes de más, te lo pagaré al volver'. ¿Cuál de los tres te parece que se portó como prójimo del hombre asaltado por los ladrones?". "El que tuvo compasión de él", le respondió el doctor. Y Jesús le dijo: "Ve, y procede tú de la misma manera". (Evangelio según San Lucas 10,25-37).
Hay cosas que uno creía olvidadas y que de cuando en vez vuelven a la memoria. Por ejemplo, recuerdo que, cuando era niño, era bastante frecuente escuchar que a los niños se les decía: “no mires, mira al otro lado”. Esto, cuando no se quería que el niño viese algo inconveniente.

Pero ahora me doy cuenta de que hemos aprendido muy bien la lección. Porque, ¡vaya si hemos aprendido a mirar “para otro lado”!

Cuando vemos los niños de la calle que nos piden para un pan, nosotros miramos para otro lado.

Cuando vemos esa basura de nuestras calles, nosotros miramos para otro lado.

Cuando vemos a alguien necesitado, nosotros miramos para otro lado.

Cuando vemos que los hijos nos quieren hablar de algo, nosotros miramos para otro lado.

Cuando la esposa quiere compartir algún problema, nosotros miramos para otro lado.

Cuando alguien nos quiere pedir algún servicio, nosotros miramos para otro lado.

Cuando vemos a ese anciano que necesita que alguien le escuche, nosotros miramos para otro lado.

Cuando hay que dar cara por la verdad, nosotros miramos para otro lado.

Cuando hay que defender la justicia, nosotros miramos para otro lado.

Cuando es preciso defender al ausente porque están rajando de él, nosotros miramos para otro lado.

Cuando los hijos comienzan a salirse del camino, nosotros miramos para otro lado.

Cuando la familia se está destruyendo, nosotros miramos para otro lado.

Cuando la sociedad se está hundiendo en la cultura de la vulgaridad, nosotros miramos para otro lado.

Incluso cuando Dios comienza a hablarnos al corazón, nosotros preferimos mirar para otro lado.

Porque eso de “mirar para otro lado” es una manera muy diplomática de no comprometerse con nada. Quedar bien porque nosotros no hemos visto nada. Y tener suficientes razones para que nadie nos fastidie.

Lo que todavía no me explico es cómo todos seguimos teniendo una cara que mira de frente y no para un lado.

Todavía no me explico cómo tenemos dos ojos que miran de frente y no para un lado.

Como tampoco logro explicarme cómo es que caminamos de frente y no como los borrachos para un lado.

Mirar la realidad “mirando para otro lado”, puede ser algo muy sencillo para desentendernos de las cosas. Pero que así no se soluciona nada, también es cierto.

Además, ¿no sería mucho más noble mirar las cosas de frente, como son, aunque luego nos desentendiésemos de ellas?

El sacerdote y el levita de la parábola no sólo “miraron al otro lado”, estos fueron más listos. Dieron un rodeo, así ni necesitaban correr el peligro de quedarse bizcos. Quien mira “al otro lado” siempre le queda la curiosidad. Pero cuando das un rodeo no te enteras de nada. Claro que quien “da un rodeo” es porque algo ya vio. Pero ni siquiera sintieron la curiosidad de ¿qué había pasado?

Tú te imaginas a Jesús “mirando al otro lado” o “dando un rodeo”:

Cuando se le cruza un ciego en su camino.

Cuando se encuentra con un leproso que le grita desde la acera.

Cuando le ponen por delante a un paralítico.

Cuando pasa delante de Mateo sentado a la mesa de los impuestos.

Cuando pasa delante de los pescadores en el lago.

¡Claro que miró al otro lado!

Miró al lado donde estaban los hombres.

Miró al lado donde estaba el enfermo.

Miró al lado donde estaba el publicano.

Miró al lado donde estaban la barca y las redes y los pescadores.

Lo más fácil sería seguir adelante, “mirando al otro lado”:

No perdiendo el tiempo con los demás.

No perdiendo el tiempo en su camino.

No distrayéndose de sus preocupaciones.

Pero, para Jesús, el hombre que tiene en su camino:

Es más importante que el tiempo que se cree perder con él.

Cuando se trata del hombre Dios tiene todo el tiempo.

Porque el hombre es más importante que todas las prisas de llegar.

Jesús critica severamente a quien por vivir abstraído en sus obligaciones para con Dios pasa de largo de cuantos le necesitan.

Nuestra experiencia humana es muy sabia. Se nos quedan grabadas personas que no son «un prodigio de nada», pero que son bondadosas, serviciales… Hay gente «prodigio» que no nos dice nada. Sin embargo, siempre nos dicen algo las gentes de bondad, los dispuestos a prestar un servicio, los que tienen una palabra amiga, los que van con el corazón en la mano y lo reparten, los que cuando necesitas algo y piensas a quién le puedes pedir que te eche una mano no dudas en ir a ellos ¡y no te equivocas!

Jesús nos recuerda hoy que no hay verdadero amor a Dios si no atendemos al hermano.

La parábola es tan clara que no necesita que le demos muchas vueltas. Lo único importante es el final: «Anda, haz tú lo mismo».

Que el Señor los colme de bendiciones!

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