18 de julio de 2010

Acoger al hermano

¡Paz y bien para todos!
Mientras iban caminando, Jesús entró en un pueblo, y una mujer que se llamaba Marta lo recibió en su casa. Tenía una hermana llamada María, que sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra. Marta, que estaba muy ocupada con los quehaceres de la casa, dijo a Jesús: "Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola con todo el trabajo? Dile que me ayude". Pero el Señor le respondió: "Marta, Marta, te inquietas y te agitas por muchas cosas, y sin embargo, pocas cosas, o más bien, una sola es necesaria. María eligió la mejor parte, que no le será quitada". (Evangelio según San Lucas 10, 38-42).
Vivimos en un mundo nada hospitalario, en el que cualquier motivo nos parece bueno para levantar barreras entre nosotros.Estamos dispuestos a colaborar con los demás con cualquiera cosa, incluso con dinero; menos con lo principal: la atención personal, la compañía, la hospitalidad.

El Evangelio de hoy nos presenta a Jesús que es bien recibido por Marta y María en una aldea. Jesús es recibido con cariño, y se le atiende y se le escucha. Es recibido como una persona humana querida.

En nuestra sociedad en la que todo se compra y se vende y todo tiene un precio, nos parece extraño encontrar personas que saben acoger, recibir a otros sin esperar nada a cambio. Nos parece que la hospitalidad es una virtud fuera de servicio, pasada de moda.

Sin embargo, todos necesitamos ser acogidos y todos debemos acoger con cariño a los demás. La hospitalidad cristiana es algo más que acoger a alguien. Es acoger a un hermano reconociendo en él, al mismo Jesús. Acoger al hermano es compartir con él, compartir el pan, el cariño y la palabra. Nos lo acaba de decir la primera lectura:

“Lo primero para vivir es agua, pan y vestido .. y un techo para cobijarse … El rico se afana por juntar riquezas, sin disfrutar nunca de una buena amistad”.

Lo hemos escuchado mil veces, pero aún no acabamos de entender este modo de ver la vida que nos ha sido transmitido con gran sabiduría, desde los tiempos más antiguos. Lo importante es la vida sencilla, la amistad, el compañerismo, la hospitalidad. El tender los brazos hacia los demás, el abrir las manos a todos es lo que nos hace ser felices. También, desde luego, el saber aceptar la invitación de los demás, el dejarnos acoger, el aceptar el cariño, la ayuda y la hospitalidad de los otros.

¡Cuántas veces vivimos tristes, solos y amargados por no saber repartir y compartir lo poco que tenemos! ¡Cuántas veces estamos tristes, solos y amargados, por no querer aceptar lo poco que nos ofrecen los demás con cariño!

La enseñanza es clara: Si queremos vivir felices, ya conocemos el camino.

- No debemos encerramos dentro de nosotros mismos y con nuestras cosas.

- Debemos salir hacia los demás.

- Debemos acoger y compartir con el necesitado.

- Debemos dejarnos acoger por el que nos da cariño, su vida y todo.

Si queremos ser felices, debemos compartir nuestras vidas, nuestro cariño y nuestras cosas.

Que el Señor los colme de bendiciones!

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