20 de junio de 2010

Plan de rescate de Dios...

¡Paz y bien para todos!

Un día en que Jesús, acompañado de sus discípulos,
había ido a un lugar solitario para orar,
les preguntó: “¿Quién dice la gente que soy Yo?”
Ellos le contestaron: “Unos dicen que eres Juan el Bautista;
otros, que Elías, y otros,
que alguno de los antiguos profetas que ha resucitado”
(Lc 9, 18-24)

Las lecturas de hoy nos invitan a recordar a Jesucristo como Mesías. Fijémonos en el Evangelio cuando el Señor pregunta a sus Apóstoles quién creen ellos que es El. Y Pedro, inspirado directamente por el Espíritu Santo, reconoce al Señor como el Mesías, como Aquél a quien todo el pueblo de Israel -el Pueblo de Dios- había estado esperando por siglos.

Desde los primeros libros de la Sagrada Escritura vemos que el Pueblo de Dios esperaba al Mesías prometido. Y Dios va renovando y recordando esa promesa a lo largo de todo el Antiguo Testamento. Y la humanidad espera por siglos al Mesías. ¿Por qué Dios prometió al Mesías? ¿Por qué tanta expectación?

Sucede que Dios había diseñado un plan maravilloso al colocar a la primera pareja humana en un sitio y un estado ideal de felicidad: el Paraíso Terrenal o Jardín del Edén. Pero nuestros primeros progenitores se rebelaron contra Dios, su Creador, y perdieron ellos, y nosotros sus descendientes, esa inicial condición de felicidad perfecta en que Dios los había colocado.

En ese estado de felicidad inicial los seres humanos gozábamos de privilegios especiales. Entre otras cosas, ni sufríamos, ni nos enfermábamos, ni moríamos. Además teníamos una tendencia natural a hacer el bien, un mejor conocimiento de Dios del que ahora tenemos, una relación de mayor intimidad con El.

Pero Dios, que nos creó para que pudiéramos disfrutar para siempre de su Amor Infinito, no quiso abandonarnos, ni dejarnos en la situación en que quedamos, sino que preparó y diseñó un Plan de Rescate para la humanidad, ya que los seres humanos habíamos quedado sometidos a la esclavitud del Demonio, por haber aceptado Adán y Eva la proposición que éste les había presentado en contra de Dios.

Podemos decir que habíamos quedado en una situación de secuestro. Y Dios decide salvarnos. Y Dios decide salvarnos ... El mismo. Es así como Dios viene a hacer por nosotros lo que nosotros no podíamos hacer por nosotros mismos: rescatarnos.

Llega así el momento del rescate de la humanidad. Sucede, entonces, el misterio más grande del Amor de Dios, el más grande milagro jamás realizado: Dios se hace Hombre para salvarnos. Dios viene El mismo a rescatarnos de la situación en la que nos encontrábamos. Y se inicia el Plan de Redención con el humilde “sí” de la Santísima Virgen María, al Ella aceptar ser Madre del Hijo de Dios, del Mesías que rescataría a la humanidad.

Aunque ya la idea de un Mesías sufriente había sido anunciado por el Profeta Isaías, el Pueblo de Israel esperaba -equivocado- un Mesías triunfante. Pero no se daban cuenta de que el triunfo pasaba por la Cruz y que luego vendría la Resurrección. Esto nos da la medida del precio de nuestro rescate: nada menos que la vida misma del Mesías. En efecto, Jesucristo, el Hijo de Dios hecho Hombre, paga nuestro rescate a un altísimo precio: con su Vida, Pasión, Muerte y posterior Resurrección.

Y ¿qué da el Mesías al género humano? Jesucristo, el Mesías prometido y esperado por tantos siglos, re-establece para los seres humanos el derecho a heredar la felicidad eterna en el Cielo, que habíamos perdido, y –adicionalmente- nos proporciona todas las gracias necesarias para obtener ésa nuestra herencia. Se lleva a cabo, entonces, el Plan de Rescate: la Santísima Trinidad en la persona del Hijo, el Mesías prometido y esperado, realiza el Misterio de la Redención.

El rescate ya está pagado. Pero para ser salvados, Dios requiere nuestra disposición a ser rescatados. Nuestra disposición consiste en buscar y hacer la Voluntad del Padre, igual que el Mesías.

Para esto, Cristo nos ha dejado todos los medios necesarios: su alimento en la Sagrada Eucaristía y su perdón en el Sacramento de la Confesión. Ayuda muy importante es también la oración, la cual nos hace dóciles y perceptivos al Espíritu Santo, para ser llevados así por el camino de la Voluntad de Dios. Con estos recursos y con nuestra participación se completa el Plan de Rescate de Dios para cada uno de nosotros. ¿Lo aprovechamos?

Bendiciones!

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