9 de junio de 2010

La locura de Dios

¡Paz y bien para todos!

Vivimos en un mundo en el cual, cada vez, se van corriendo más los límites de todo, incluso los de la racionalidad, el sentido común y la cordura. Estamos perdiendo el equilibrio, intentando hacer pie en un "mundo al revés", donde todo se ha invertido, caminando en la cuerda floja sobre el abismo. Vemos a nuestro alrededor, observando el drama de la locura social, el caos, la agitación y la violencia donde –a duras penas- sobrevivimos.

No sólo tenemos esa sensación de vértigo y locura colectiva de la sociedad sino, además, cuando buscamos un cierto refugio interior para estar a salvo de tanta vorágine, la “lógica” de la vida espiritual y del actuar de Dios, también nos sorprende constantemente, dejándonos –en más de una ocasión- perplejos.

El Espíritu de Dios, actúa soberano de una manera cuyos criterios no son -ni de cerca- absolutamente los nuestros. Sus caminos no son los nuestros y nuestros pensamientos tampoco. Lo que nos enseña el Evangelio está como a contramano de los códigos culturales. Que sean “primeros, los últimos” o aquello de que “el que tenga poco, se le sacará” o “felices los pobres, los hambrientos, los que lloran y los perseguidos”, ciertamente nos parece que también Dios se volvió un poco loco; o al menos, maneja una “lógica” diferente, que no es la nuestra.

Pareciera que quien más se interna en los caminos del Espíritu, más tiene que ir dejando la cordura, la sensatez y la prudencia de los cánones humanos. Los senderos ordinarios de Dios suelen ser bastante extraordinarios para nosotros. Dios nos parece constantemente impredecible, asombroso, sorpresivo, inaudito, hasta “raro”.

Ciertamente hay algo de “locura” en el misterio de Dios. Algo que no podemos comprender, ni alcanzar, ni atrapar con nuestra razón y nuestro corazón, que se nos escapa continuamente.

El misterio de Dios que siendo divino y -sin ninguna necesidad- ha querido hacerse hombre y haber entrado en el espacio, en el tiempo, en la vida mortal -con todos sus padecimientos- y llegar hasta la muerte, la más ignominiosa posible, sufrir hasta el último grito y abrir las puertas del mismo infierno para decirnos que nos ama; ciertamente a nosotros nos parece algo inusual y exagerado.

Si nos dijeran “había una vez un Dios, pleno y colmado de todo, con infinitas perfecciones en las cuales se complacía y deleitaba, que - sin ninguna necesidad de su parte- en un acto de libertad, cambió eternidad por temporalidad, inmortalidad por mortalidad, riqueza por pobreza, sabiduría por aprendizaje, gloria por humildad. Que se sumergió -por años y años- en el lento crecimiento de lo humano, rutinario y anónimo, como uno más entre los otros. Que vivió en un pueblo oprimido y en una modesta familia. Que aprendió un oficio para vivir y sustentarse el pan cotidiano. Que hablaba y nadie le hacía caso. Que anunciaba a multitudes y sólo lo seguían escasamente doce. Que se sacrificó hasta dar la vida, entregándolo todo, y lo tomaron por blasfemo, malhechor y sinvergüenza. Que terminó siendo juzgado, encontrado culpable y sentenciado a muerte. Que lo traicionaron y lo abandonaron y que murió sólo, frente a la vergüenza y la humillación de todos”

Si dijéramos que “había una vez un dios así”, nos parecería la fábula triste de un dios glorioso que se hace mendigo humano para decir que ama. Si lo contáramos como un relato de ficción, ciertamente nos parecería una narración de locura, muerte y amor. Una historia repleta de pasiones divinas y humanas.

Sin embargo, para quienes tenemos fe, ese relato no es una ficción fantástica sino una verdad tremenda, casi inverosímil, que permanentemente nos supera, cada vez que caemos en la cuenta de ella.

Ciertamente hay algo de locura en el misterio de Dios, algo de extremo delirio en su infinito e insospechado amor. Dios cruzó todos los límites posibles. Al hacerse lo que no era, al asumir nuestra humanidad como propia, se aventuró a lo que nunca había experimentado. No encontró otra forma de demostrar mayor amor a su Padre y a nosotros que haciendo todo lo que hizo. Viviendo y muriendo por nosotros. Ciertamente para hacer todo eso y olvidarse tanto de sí mismo, hay que estar un poco loco. Jesús –definitivamente- nos reveló con toda su hondura, la “locura de Dios”, su extravío de amor en la terrible Cruz. Esto nos enseñó Jesús: ese “Loco” de Dios.

¿Vos has experimentado esa ráfaga del amor de Dios que todo lo atraviesa?; ¿alguna vez has percibido con temor y temblor, con vértigo y estupor ese amor que todo lo toca y lo transforma?; ¿en tu vida qué amor humano tiene algo de locura?...

El amor nos muestra así sus misteriosos y desconcertantes designios. La sabiduría es una aparente necedad. La fortaleza crece desde su propia debilidad. En definitiva, la locura del amor es la única sabiduría de Dios.

¡Cuánto nos falta captar hondamente estos misterios y criterios que usa el actuar divino!, ¡Cuánto nos falta comprender la locura de Dios!, ¡Cuánto tenemos que asumir para ser consecuentes con esa locura divina de amor!: ¿vos sentís en tu vida que la debilidad de Dios es el camino por el que se revela su fortaleza?; ¿en qué cosas Dios se manifiesta débil en tu existencia?; ¿cuáles son aquellas debilidades tuyas que más se te hacen acercarte a Dios?; ¿a veces los demás no te hacen sentir algo extraño, como si estuvieras un poquito loco si lo buscás mucho a Dios?

Bendiciones!



Fuente: Radio María

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