25 de junio de 2010

El valor del gozo eterno

¡Paz y bien!

Estuve días atrás en el sepelio de un familiar, como no había sacerdotes -ese día- hicimos un responso con la presencia de una Ministro Extraordinario de la Eucaristía en la misma sala velatoria. Al instante me acordé lo que había leído en las revelaciones del Señor a María Valtorta -ya hablamos de ella aquí- sobre el consuelo del Señor en los momentos previos de la muerte de San José. Medité sobre el valor de nuestras oraciones -no recitadas- en esos momentos y quise compartir con ustedes, la reflexión del Señor:

Dice Jesús:
A todas las mujeres a quienes el dolor tortura, les digo que imiten a María en su viudez: uniéndose a Jesús.

Los que piensan que María no haya sufrido en su corazón, están equivocados. Mi Madre sufrió. Sabedlo. Santamente, porque todo en Ella era santo, pero, agudamente.

Los que piensan que María amó a José con un sencillo amor, porque era su esposo en el espíritu y no para el cuerpo, están también equivocados. María amó intensamente a José, a quien dedicó seis lustros de una vida fiel. José fue para Ella padre, esposo, hermano, amigo, protector.

Ahora se sentía sola como sarmiento arrancado de la vid. Su casa parecía como si sobre ella hubiera caído un rayo. Se dividía. Primero formaba un núcleo en que los miembros se sostenían mutuamente. Ahora faltaba el muro principal y era el primer golpe dado a la Familia, señal de que pronto abandonaría su amado Jesús. La voluntad del Padre que quiso fuera la Madre, ahora le imponía el peso de la viudez y le ordenaba entregarse a su Hijo. María vuelve a pronunciar entre lágrimas su sublime Si. Si, Señor. Hágase de mi lo que palabra quiera.

Y para tener fuerzas en esos momentos, se abrazó a Mi. Siempre se abrazó a Dios en las horas más arduas de su vida. En el templo cuando fue llamado para sus nupcias; en Nazaret cuando fue llamada para ser Madre; nuevamente en Nazaret entre lágrimas de viudez; en Nazaret cuando tuvo que separarse de su Hijo; en el Calvario con tormento de verme morir.

Aprended de Ella, vosotros que lloraís. Aprended vosotros que vais a morir. Aprended, vosotros que vivís para morir. Tratad de haceros dignos de las palabras que dije a José. Serán vuestra paz en vuestra agonía. Aprended, vosotros que debeís morir, a haceros dignos de que Jesús este cerca de vosotros, que sea vuestro consuelo. Y si todavía no os haceís digno de ellos, tened la osadía de llamarme no obstante lo seáis. Yo vendré con las manos llenas de gracia y de consuelos, con el Corazón lleno de perdón y amor, con los labios llenos de palabras de absolución y de valor.

La muerte pierde toda su dureza si morís en mis brazos. Creedlo. No puedo abolir la muerte, pero hago que sea dulce para que se muera confiando en Mi.

Lo dije por todos vosotros en la Cruz: Señor, Te confío mi espíritu. Lo dije pensando en mi agonía y en las vuestras, en vuestros temores, en vuestros errores, en vuestros deseos de perdón. Lo dije con el corazón desgarrado por el dolor antes que por la lanza. Un dolor espiritual más duro que el físico, para que las agonías de los que mueren pensando en Mi se dulcificasen, y su espíritu pasase de la muerte a la Vida, del dolor al gozo eterno.
Bendiciones!



Fuente: El Hombre-Dios, Tomo 1, págs 249-250. María Valtorta

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