16 de junio de 2010

Catequesis de Juan Pablo II


¡Paz y bien para todos!

Este es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo (Sal 118,24)

Amadísimos jóvenes os saludo con las palabras del Salmo, que la liturgia del tiempo pascual nos ha hecho familiares. Nos invita a alegrarnos.

¡Este es el día en que actuó el Señor..! El día en que actuó el Señor es el día pascual que recapitula en sí toda la obra de la creación. Vió Dios que estaba bien (Gn 1,18) y, al mismo tiempo revela el poder divino de la redención. Cristo resucitado, vencedor de la muerte, proyecta la luz del Evangelio sobre toda la creación. Dice: Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad (Jn 8, 12)

Seguir a Cristo quiere decir creer en él y aceptar su enseñanza. Creer que es el camino, la verdad y la vida. El pasaje del evangelio de Juan que acabamos de proclamar nos ha vuelto a proponer el relato de la doble aparición de Cristo resucitado a los Apóstoles en el cenáculo. En este relato cobra particular importancia la figura de Tomás. Quisiera considerar con vosotros la experiencia de este Apóstol incrédulo que, después, hace una solemne profesión de fe. Esta experiencia prosigue en la historia del hombre: todos están invitados a confrontarse con ella.

El evangelista Juan dice que Tomás sentía entusiasmo por Jesús e incluso, estaba dispuesto a arriesgar su vida por seguirlo (Jn 11,16). Podemos reconocer en Tomás a todos los jóvenes que sienten entusiasmo por Cristo y por los ideales que propone. Sin embargo, cuando a Jesús le llega su hora y lo arrestan, lo condenan a muerte y lo crucifican prevalece en Tomás la duda. Cuando Cristo resucitado aparece a los Apóstoles en el cenáculo no se encuentra con ellos. Después de que los otros le informan dice Si no veo (...) no creeré (Jn 20,25). Y Jesús vuelve y le muestra sus heridas abiertas, signo del amor perenne de Dios a nosotros pecadores. Tomás ve, y entonces cree. En su encuentro con el Señor resucitado se reencuentra plenamente a si mismo y cree con todo su ser. Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído (Jn 20,29).

Las dificultades para creer que tienen muchos cristianos hoy, ¿no son parecidas a la de Tomás? Todos estamos llamados a tomar posición ante Jesús. El apóstol Tomás es un ejemplo de búsqueda sincera: no se avergüenza de manifestar su duda. Y cuando se encuentra con Jesús resucitado y puede tocar con su mano los signos de la pasión, su duda desaparece y ya no necesita ninguna demostración. Ese encuentro lo transforma tan profundamente que exclama Señor mío y Dios mío (Jn 20,28).

Queridos jóvenes amigos, ¿cuál es vuestra actitud ante Cristo? El no esta ante vosotros visiblemente, como el día en que se apareció al apóstol Tomás; pero también hoy, en cierto modo, os muestra las heridas de su cuerpo glorioso a través del testimonio doloroso de cuanto, a lo largo de los siglos, han creído en él y por su amor se han entregado al servicio de sus hermanos, a costa de sacrificios personales a veces heroicos. ¡Ante vuestros ojos hay muchos testigos de Cristo! Se trata de generaciones de hombres y mujeres cristianos, también de vuestro pueblo, que han dado la vida por él.

Hoy, quisiera repetir: dichosos vosotros, jóvenes si saben creer sin ver y sin tocar, atraídos solo por la belleza y la verdad del Evangelio que han testimoniado los santos.

Dichosos vosotros, si la confianza en el amor de Dios es más fuerte que el escepticismo y los prejuicios; si saben superar con ella las desilusiones y las tentaciones del desaliento y el derrotismo.

Dichosos vosotros, jóvenes, si tienen la valentía de no huir de las citas de Jesús, sino que saben encontrarse con él en la fidelidad, la misericordia, el perdón y el sacrificio afrontado por el amor.

Dichosos vosotros, si vuestra mirada no se detiene en la superficie de las cosas y de las personas, sino que sabe ir al núcleo de los acontecimientos; si a través de lo visible y lo tangible saben captar lo esencial, que está siempre escondido y velado para entregarlo y acogerlo en la libertad. ¡Dichosos vosotros!

Bendiciones!


Discurso de Juan Pablo II, durante su peregrinación apostólica a Eslovenia, en el aeropuerto de Postojna al mantener un encuentro con los jóvenes.

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